Atención, porque esta columna pecará de abstracta. Ya lo aviso sin haberla escrito. Intento alejarme de la pretendida “omnisapiencia” de los columnistas, y rozar el estilo breve de Antonio Gala, sin convertirme en él, puesto que no lo soy. En el empeño termino por perderme en demasiada “metatranca”. Al final lo que sucede es que no me agrada esta conversión generalizada de la opinión propia en mandamiento.
Responsabilidad. Ese cubo de Rubik que cambia entre individuos, complicándose de generación en generación y entre culturas. Somos testigos de unas nuevas generaciones que, aparentemente, se sienten especialmente vinculadas con las consecuencias para el planeta de nuestro estilo de vida. Los posicionamientos morales son bastante diversos, y las opciones para afrontar esa percepción también. Cada una con su propia narrativa, que busca justificarse como la mejor forma de encarar el proceso de alteración del mundo natural.
Por el otro lado tenemos a los que se la suda todo. No es que les dé igual, pero sí. Le dicen «distanciamiento moral». Por considerar que tienen problemas más inmediatos, por falta de tiempo, por falta de sensibilidad o consciencia. Motivos equivocados todos. El resultado final es la inacción. Son estos señores, señoras, señoros, que cazan, dejan abierto el grifo como si el agua aún cayera del cielo, hacen ensaladas con la basura que deberían separar, y sueltan que el frío es una cosa mu mala, que ya toca que se caliente una miajica el mundo.
Y no es que este último grupo, trazado con un brochazo gordo, sea el único que no combate la propia huella en el mundo. Muchas personas compran orgánico —que alguien me explique qué es un pollo inorgánico—, son veganas, reciclan —ay, ecoembes, que vales para menos que una escopeta de la feria—, retuitean y “aman a los animales”, y viven en una burbuja de perfecta ignorancia no menos dañina que la de los indiferentes. Porque vivir en base a unas etiquetas impresas en la ola de la industrialización no es necesariamente positivo. Esto levanta una segunda cuestión, la de cuán efectivo es concienciarse y actuar.
Y nada, eso es todo. No tengo solución para las cuestiones que planteo. He visto personas preocupadas por el medio ambiente a las que convendría encerrar, y sádicos escépticos de la degradación del medio no causar más daño del imprescindible. Como dije al principio, no me dedico a sentar cátedra. Sembrar la duda es menos mesiánico. Y si ustedes tienen respuesta, háganmela llegar. Que si Sócrates ya afirmaba no saber nada, no va a llegar un millennial con internet a pretender lo contrario.
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