México protagoniza una extraña novela que ha pasado del policíaco al negro, del realismo sucio al gore, del terror al horror. El retrato que hace esta narración es todo menos fantasía o ciencia ficción, y la distopía se ha vuelto apocalíptica. Los personajes, el pueblo mexicano sin distinción de clases sociales, han experimentado la trama de esta narración primero con sorpresa y estupor, después con miedo y angustia. El argumento es terrible y doloroso. México es un país enfermo, casi terminal, que se está dando cuenta de que vivir y trabajar en lugares donde la violencia es algo cotidiano, sencillamente les está cobrando su salud. Así que muchos mexicanos prefieren renunciar a sus empleos, a sus estudios, a su vida cotidiana para no estar cerca de los lugares más peligrosos. Y sencillamente intentan cambiar de residencia buscando un lugar donde ponerse a salvo. Pero no parecen quedar muchos lugares seguros y la desesperanza crece.
En este hermoso país de gente entrañable, la violencia fratricida parece indestructible y arrodillados ante esa amenaza, los mexicanos se desenvuelven en esta trama como personajes sin voluntad, ajenos a todo, pasando de un día a otro, de una página a otra, de un capítulo a otro tratando de no meter las narices en ninguna situación que no ocurra de puertas adentro de su casa, no vaya a ser que les alcancen las balas de una brutal masacre, o sean asaltados, secuestrados, torturados, violados, decapitados, echados en un barril con ácido, arrojados a la carretera como viles despojos o colgados de un puente para escarmiento de todos.
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