En cuanto terminé de escribir mi primer libro de divulgación histórica, Los Austrias, el imperio de los chiflados, donde pagué la novatada y acabé casi más demente que los reyes retratados, me enfrenté a dos comentarios muy habituales entre los lectores. El primero, con mala leche, me acusaba de ser un pérfido Borbón que, a base de degradar a los insignes Habsburgo, trataba de exaltar a sus sustitutos. Aparte de que el libro fue escrito desde la profunda admiración a esta dinastía que reinó Europa con puño de hierro durante varios siglos, hubiera bastado para desmontar la acusación de estos lectores el que comprendieran que, cuando en el epílogo de esa obra digo que Felipe V el bipolar y Fernando VI, el rey que mordía y tiraba heces a sus criados, habrían de traer tranquilidad al país tras el reinado caótico de Carlos II el Hechizado, lo hago con toda la ironía que pude concentrar en esas líneas.
Obviamente, los Borbones estaban igual o más chalados que sus predecesores. Todos, en general, estamos un poco locos.
El otro comentario más recurrente de mis queridos lectores —lo de «queridos» no lo digo con ironía: el público es soberano— estaba centrado en cuándo pensaba hacer la segunda parte y poner a los Borbones en primer plano. Dicho y hecho. Solo hubo que buscar el momento idóneo y asegurarme de que nadie pudiera interpretar mi ya enfermiza manía de poner camisas de fuerza a todos los reyes del país como un insulto hacia la institución en sí. Trabajo en el diario ABC, y a mucha honra, lo que, a mi juicio, significa cierto respeto por su línea editorial y sus valores en defensa de la Corona. Sin embargo, tenía claro que no habría ningún obstáculo en una redacción mucho más abierta de mente de lo que algunos piensan. Aparte, no iba a escribir un libro calumnioso contra la dinastía, no más crítico de lo que pudieran retratar los hechos desnudos y las circunstancias históricas a las que tuvieron que enfrentarse. El resultado final, al contrario, muestra a algunos reyes tradicionalmente maltratados, como Fernando VI o Isabel II, con un rostro más favorable.
Al igual que con los Austrias, la clave para ofrecer a los lectores una visión original y rigurosa ha consistido en leer mucho sobre estos reyes y bucear en lo que Carlos Fisas llamaba «historias de la historia». Un dato que ha pasado inadvertido. Un personaje secundario poco conocido. O alguna curiosidad que resulta chocante desde ojos actuales. Los Borbones y sus locuras es el fruto de muchos libros amarillentos subrayados y de hojas dobladas en sus puntas para señalar alguna referencia desconcertante. He tratado de mezclar el terreno de lo anecdótico, de lo superficial, con las visiones historiográficas más punteras y profundas sobre personajes como Fernando VII, abordado con brillantez recientemente por Emilio La Parra, o Isabel II, que cuenta con una biografía colosal firmada por Isabel Burdiel.
Mi idea es que el libro resultara lo más divertido posible, con una buena dosis de retranca y de los hechos más extravagantes de la familia y, al mismo tiempo, acercara a un público mayoritario a biografías que por su densidad no son lo más recomendado para tomar contacto por primera vez con los respectivos períodos. Seguir creyendo que Carlos IV era un pobre cornudo, bobalicón y sonriente es vivir en los mundos de Yupi, lo cual no significa que, una vez advertido el lector de su verdadera naturaleza, haya que renunciar a contar de nuevo esa anécdota tan tronchante como falsa de que en cierta ocasión el heredero conversó de hombre a hombre con su padre, Carlos III:
—Lo bueno es que los reyes somos los únicos que podemos estar tranquilos de que nuestras mujeres no nos engañan. ¿Dónde van a encontrar algo mejor que un príncipe?
—¡Pero qué tonto eres, hijo mío! —se limitó a contestar Carlos III.
Lo anecdótico sirve de vehículo para un fin más ambicioso. Para mi generación de divulgadores, que seguimos teniendo a Eslava Galán como amo y señor del género, la anécdota solo es una excusa para captar la atención del público y llevarlo a un terreno que le haga desear leer más. Mi objetivo no es ofrecer la mejor biografía de Alfonso XIII, sino convencer, con una buena dosis de carcajadas y rigor, de que merece la pena devorar más información sobre este rey y otros personajes totalmente incomprendidos.
Me preocupaba a nivel narrativo caer en una estructura repetitiva con cada uno de los diez capítulos: nueve dedicados a los Borbones que reinaron en España hasta Alfonso XIII y uno a los orígenes y devenir de la dinastía en Francia. El rey nació, el rey vivió y el rey murió. Larga vida al nuevo rey… Para evitar precisamente fórmulas reiterativas, siempre que me enfrenté al folio vacío de cada nuevo capítulo me propuse un golpe de efecto para arrancar. Alguna escena original relacionada con el rey en cuestión que pudiera romper, o al menos retrasar, la narración cronológica más rígida que tarde o temprano requiere cualquier texto biográfico. Hablando en plata: no quería que el libro fuera un ladrillo infame que sirviera para calzar la mesa y sí una lectura que enganchara con cada párrafo. Que ofreciera, justo en el momento exacto, una válvula de escape cuando el exceso de información empieza a asfixiar al lector.
En el caso de Carlos IV, por ejemplo, decidí empezar por el final, con una escena rápida de cómo era su vida en el exilio romano, el miserable lugar donde primero Napoleón y luego Fernando VII arrojaron al desdichado monarca. Con Isabel II puse el punto de partida en el intento de secuestro que, siendo una mocosa, sufrió por parte de militares moderados en 1841, buen resumen de lo que iba a ser la vida de esta ilustre secuestrada; mientras que con Alfonso XIII inicié el relato con su famoso viaje a Las Hurdes, donde acabó bañándose con el pajarito al aire con el republicano Gregorio Marañón en una destartalada poza. Escenas anecdóticas, sí, pero también representativas de la personalidad de estos reyes.
Detrás de cada libro hay muchas horas de trabajo y muchos sacrificios. Si encima hay una pandemia global de por medio, todo se multiplica por diez. Me pasé un año y medio preparando el libro y los últimos meses encerrado a cal y canto en casa escribiendo a la carrera… Cuando al fin atisbaba la libertad, cuando soñaba con leer libros que no estuvieran relacionados con esa extraña familia tan obsesionada con complicarse la existencia, cuando el manuscrito ya estaba entregado y cerrado, cayó el telón de acero del coronavirus. ¡Mi reino por unos meses más confinado! Mi único consuelo es que el desgaste mental, que ha sido considerable, haya merecido la pena.
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Autor: César Cervera Moreno. Título: Los Borbones y sus locuras. Editorial: La esfera de los libros. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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