Son muchas las grandes personalidades de la historia que han crecido mucho más gracias a tener unos rivales superiores que les exigieron dar todo lo mejor de sí mismos. También hubo otros personajes que recurrieron a crónicas y relatos, para ponderar a sus rivales —agrandando sus gestas—, y así aparentar ser ellos más grandes.
La competitividad es una actitud completamente natural; destacar y enfrentarse a sus rivales es algo consustancial con el ser humano. Lo que no es tan natural, a pesar del ejemplo bíblico de Abel y Caín, son los grandes impulsos destructivos que, a veces, se dan entre los rivales al estar contaminados por un odio que les obliga a eliminar a su oponente.
A lo largo del libro de Cummins hay diversos tipos de rivalidades. Algunas provocaron que se cambiaran los límites geográficos de las naciones, como en el enfrentamiento de Darío III y Alejandro Magno, que supuso la creación del imperio más extenso de la antigüedad. Otro caso, que modificó los mapas, es el de Carlos de Suecia y Pedro “el Grande”, enfrentamiento que culminó con la aparición de Rusia como nación.
Hay casos donde el enfrentamiento produjo cambios políticos, como ocurrió con Julio César y Pompeyo, quienes con su guerra civil provocaron que Roma dejase de ser una república y pasase a ser gobernada por un emperador. Otro enfrentamiento que cambió para siempre el estatus de la Iglesia fue el que mantuvieron, en el siglo XIV, el rey francés Felipe IV y el papa Bonifacio VIII. El rey Felipe impuso a la Iglesia la obligación de pagar impuestos y, como resultado de este enfrentamiento, la Iglesia tuvo que renunciar a su poder político, cambiando por completo su esfera de influencia.
Otras rivalidades se desataron a consecuencia de la envidia y el odio. Stalin y Trotsky fueron dos bolcheviques que lucharon para hacerse con el control de Rusia. A la muerte de Lenin el odio, que nació con sus aspiraciones a la sucesión, les convirtió en enemigos mortales. Trotsky, a pesar de huir de la URSS, no se libró de terminar siendo asesinado, mientras que su familia, que permaneció en la Unión Soviética, fue masacrada por orden de Stalin. Otro caso de intenso odio fue el que mantuvieron Chiang Kai Shek y Mao Zedong en su lucha por la concepción de la nación china.
Hubo rivalidades producto de la antipatía, como la que mantuvieron Patton y Montgomery, ambos generales de las fuerzas aliadas de la Segunda Guerra Mundial, quienes con su comportamiento altanero y pendenciero se convirtieron en insoportables para los que los rodeaban. Otro enfrentamiento, motivado por el grave encono personal, fue el que mantuvieron el rey Enrique II y el arzobispo de Canterbury, Tomás Becket. El rey reprochaba al arzobispo su oposición a todas sus propuestas y planteamientos.
Una rivalidad ribeteada con tintes trágicos y patéticos fue la que mantuvieron, en el siglo XVIII, los políticos estadounidenses Aaron Burr y Alexander Hamilton, que llevaron su enfrentamiento hasta la autodestrucción mutua.
Es legendaria la rivalidad entre el héroe americano general MacArthur y el presidente Truman, en donde el ego del militar tuvo que someterse, a su pesar, a las directrices políticas del civil, que era su comandante en jefe.
Un caso sorprendente es el de Napoleón y el duque de Wellington, dos rivales tan similares que se necesitaron mutuamente.
Como resumen, se puede afirmar que el entretenido y dinámico ensayo de Cummins, con sus certeros análisis, demuestra que más de la mitad de las rivalidades estudiadas han sido nefastas para la humanidad. En cada uno de los veinticuatro capítulos que forman el libro va desnudando a sus protagonistas, mostrando las causas por las que llegaron a la rivalidad, así como el lado humano de los mismos, alejando al lector de la imagen estereotipada que puedan tener de cada uno de ellos. Pudo haber escogido más rivalidades, pero lo que es seguro es que ninguna de las veinticuatro citadas podrían faltar. Al final queda demostrado que alguna de estas rivalidades nace cuando la política se vuelve algo personal.
Joseph Cummins inicia el ensayo con una frase de uno de los protagonistas y que da idea de cuánto daño pueden causar los ególatras al resto de la humanidad. Dice el general George S. Patton: “Si me detengo a pensar quién podría estar a mi altura, no se me ocurre persona alguna”.
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Autor: Joseph Cummins. Traductor: Albert Beteta Mas. Título: Grandes rivales de la Historia. Editorial: Arpa. Venta: Todos tus libros, Amazon y Casa del Libro.
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