Foto de portada: Alfredo Cunha (Penguin Random House)
Para mí está claro que hay veces en que un autor distingue a un premio y no es el premio el que distingue a un autor. Es el caso del recién anunciado Premio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en Lenguas Romances, que este año ha recaído en el escritor mozambiqueño Mia Couto (1955). El jurado reconoce en Couto “una innovación lingüística que hace repensar la relación entre los integrantes de la comunidad de países de lengua portuguesa, llamando la atención y la sensibilidad hacia el continente africano y sus relaciones históricas, culturales y geopolíticas, invitando además a reconocer y a acercarnos de otra manera a la historia y la naturaleza del planeta”. Autor de la novela Tierra sonámbula, una obra digna de las más altas consideraciones, Couto dice luchar con su escritura para frenar lo que define como «historicidio» o «acto de borrar la historia», pero sobre todo le interesa explorar temas como la búsqueda de la eternidad, de la felicidad, del otro, el acto de serlo todo, el amor, la empatía o el encuentro con lo diverso. En sus novelas, Mia Couto es capaz de inventar un lenguaje nuevo, de darle a las palabras un destino totalmente innovador y cargado de sentidos. Por otra parte, en el centro de su obra fluye siempre la idea de que un ser humano es toda la humanidad porque toda la humanidad vive dentro de cada uno de nosotros, de modo que hay que felicitar a la FIL por este premio, que obtiene por primera vez un autor de origen africano, siendo por otra parte el quinto en lengua portuguesa después de Nélida Piñón (1995), Rubem Fonseca (2003), António Lobo Antunes (2008) y Lídia Jorge (2020). Couto confesó hace poco que no esperaba este premio ni de lejos, y que cuando le llamaron por teléfono para darle la noticia ni siquiera contestó porque no reconoció el número, hasta que un colega le llamó para hacérselo saber. Así que el próximo 30 de noviembre, durante la inauguración de la trigésimo octava edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el nombre de Mia Couto hará refulgir el palmarés del máximo premio que otorga uno de los mayores encuentros editoriales del mundo. Enhorabuena.
El proceso creativo, lo que hay detrás de él, la preparación y la disciplina que exige, los hábitos y las manías del autor, por qué y para qué se escribe, de dónde provienen las ideas que alimentan a un escritor y cuál es el motor que impulsa la creatividad son los temas sobre los que reflexiona el escritor Federico Reyes Heroles en su nuevo libro, titulado Misterios del escritorio (Taurus). Para Reyes Heroles (1955) el mero hecho del trabajo que implica escribir es ya un punto de partida muy importante y a tener en cuenta a la hora de plantearse el acto literario, y a menudo, dice, la gente no se da cuenta de que escribir requiere de una gran energía física para dedicarse a un oficio que, subraya, es muy exigente. «Uno debe estar sano para tolerar ocho horas en el escritorio si así lo requiere el impulso creativo”, ha declarado al respecto. Porque, en efecto, el escritor debe ser dueño emocional del espacio donde crea; es decir, de su escritorio, donde, como razona Reyes Heroles, hay algo de templo, de que ahí puede ocurrir algo fantástico si el escritor lo propicia, si le da oportunidad al impulso creativo. Porque el escritorio, como queda bien reflejado en este estupendo libro, es una especie de refugio, un lugar donde se oficia un culto y sus misterios.
LA NOVELA DE UN JOVEN EDITOR
En su nueva novela, titulada Playa Bagdad, el escritor y editor Antonio Ramos Revillas (Monterrey, 1977) intenta que la memoria no desaparezca o deje un último legado, «pues ¿qué esperanza le queda a estas memorias individuales atadas al tiempo para sobrevivir», dice, «si las ciudades que se enmarcan en la historia también desaparecen?”. Esta obra, editada por Alfaguara, trata de los hermanos Marcelo y Miguel, este último narrador de la historia, en la que el primero avanza a su disolución y el segundo persigue su rastro en la ciudad fronteriza de Matamoros y alrededores, al tiempo que recuerda lo intangible que los unió durante su infancia y los hechos que en alguna medida los alejaron. Reseña nuestro amigo Roberto Pliego que en esta novela no hay gran cosa que decir de la escritura, que por momentos trastabillea y aun se despeña, pero lo que en verdad cautiva de Playa Bagdad «es la arquitectura que hace posible volver y asomarse a los momentos estelares en la relación de esos hermanos cuando el presente —la fuga y la búsqueda, un paréntesis de tan solo cuatro días— necesita motivos para justificar la imposibilidad de toda reconciliación y todo regreso». Le deseamos a Ramos Revillas muchos lectores. Los merece.
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