«A veces me pregunto cómo será mirar hacia atrás y ver todo esto, incluso si me parece real»
(Michael Jordan)
¿Qué hay detrás del mito? Una leyenda, un icono, y también un hombre; el jugador con más talento que ha conocido el mundo del baloncesto. Casi tres décadas ha necesitado Roland Lazenby para dibujar el retrato más completo que se ha hecho nunca de Michael Jordan. Un libro que ha servido de guía a Jason Hehir para construir uno de los mayores éxitos de Netflix en 2020, el documental El último baile. Lazenby no es condescendiente con el 23: nos muestra sus proezas, pero también su lado más oscuro, el del competidor insaciable que no duda en ser despiadado, un auténtico acosador con los compañeros que considera no dan el nivel que él les exige. En esta biografía descubrimos la etapa universitaria de Jordan y le acompañamos en su periplo hasta convertirse en uno de los jugadores más importantes, si no el más importante, de la NBA, pasando por claroscuros como su fallida carrera como jugador de béisbol y sus problemas personales. Esta es la historia de un adolescente de Carolina del Norte que soñaba con ser Dios, y lo consiguió.
Zenda reproduce un fragmento de Michael Jordan: La biografía definitiva, de Roland Lazenby.
Para Jordan, el agotador programa de verano fue solo el inicio de un esfuerzo constante durante todo el año para recuperar su antiguo dominio en la NBA. Jordan, a punto de cumplir los treinta y tres años, se preparaba para enfrentarse no solo a los jóvenes talentosos, sino también al espectro de su propia juventud.
«Soy el tipo de persona que progresa con los retos, y me enorgullece que la gente dijera que era el mejor jugador de baloncesto —explicó en su momento Jordan—. Pero cuando dejé el baloncesto, caí en las encuestas. Supongo que estaba por debajo de gente como Shaquille O’Neal, Hakeem Olajuwon, Scottie Pippen, David Robinson y Charles Barkley. Ese es el motivo por el que me comprometí a pasar por un campamento de entrenamiento completo, jugando cada partido de exhibición y de la temporada regular. A mi edad tengo que trabajar más duro. No puedo permitirme tomar atajos. Así que esta vez planeo llegar a los playoffs con toda una temporada de preparación en mi haber.»
Jordan necesitaba seguir jugando ese verano, incluso durante sus largas jornadas en el plató, por lo que montó una cancha e invitó a jugadores de la NBA a unirse a él en partidos improvisados entre las tomas en el set de rodaje. Se lo pasó en grande.
Pero, para cuando terminó la película, hizo las maletas y regresó a Chicago para el campamento de entrenamiento, su enfoque estaba revestido de una inexplicable ira. Y pobre de aquel que se cruzara en su camino.
LA IRA
La primera vez que Jim Stack sugirió la idea, Krause lo ignoró. Sabía que Jordan y Pippen se pondrían furiosos si traían a Dennis Rodman. ¿Y Jerry Reinsdorf? Todos ellos odiaban a los Pistons, a esos matones de los «Bad Boys». Pero Stack estaba seguro de que funcionaría.
«Jim Stack vino a verme a principios de verano y me pidió que considerara lo de Rodman —explicaba Krause—. Después de darle largas, acabó suplicando. Me dijo que averiguara si todas las cosas malas que había oído eran ciertas. Sin la perseverancia de Jim, no hubiéramos investigado más allá de los rumores para saber la verdad.»
Cuanto más investigaban a Rodman, más intrigado estaba Krause. Para saber más sobre Rodman, los Bulls contactaron con amigos, enemigos y antiguos entrenadores y compañeros. Chuck Daly les dijo que, cuando jugaba, lo daba todo. Krause aún dudaba.
«Todo el mundo en la liga le tenía un miedo atroz a Dennis», explicaba Brendan Malone, antiguo entrenador asistente de Detroit.
Reinsdorf era igual de precavido. Un tipo como ese podía arruinar cualquier cosa en cuestión de días.
El propio Rodman no se lo podía creer la primera vez que contactaron con él. Pero Krause se dio cuenta a mitad de la conversación de que le gustaba ese tipo. Satisfecho, Krause envió a Rodman a hablar con Jackson, que pasó horas intentando descifrar su actitud. Rodman quería unirse a los Bulls para jugar con Jordan, e incluso permitió que el equipo hablara con un psiquiatra al que había estado visitando. El cuerpo técnico creyó que sería muy complicado convencer a Pippen y Jordan, pero ambos se lo pensaron bien. «Si está preparado y dispuesto a jugar, será genial para nuestro equipo. Pero si va a ser negativo para nosotros, no creo que lo necesitemos. Podríamos estar dando un gran paso atrás», dijo Pippen.
Una vez que Jordan y Pippen estuvieron de acuerdo, Krause mandó a Will Perdue a San Antonio a cambio de Rodman a principios de octubre, pocos días antes de la inauguración del campamento de entrenamiento.
Y, de este modo, Dennis el Gusano Rodman, el adolescente de treinta y cuatro años de la NBA, se convirtió en jugador de los Bulls. Quería un contrato de dos o tres años por alrededor de 15 millones de dólares. «Pondré cinco millones en el banco, viviré de los intereses y me iré de fiesta hasta la extenuación», les dijo a los periodistas, y eso es lo que hizo.
En las últimas temporadas, los Bulls habían confiado en un trío de pívots: Will Perdue, Bill Wennington y Luc Longley. Perdue sabía taponar, Wennington tenía un ligero cariz ofensivo y Longley, con 2,18 m y 131,5 kg, tenía un cuerpo enorme para hacer frente a tipos como Shaquille O’Neal. Ninguno era por sí mismo un jugador completo, pero colectivamente formaban lo que la prensa había calificado de «monstruo de tres cabezas». Perdue sería intercambiado y Rodman sería el ala-pívot que ayudaría en el poste bajo al monstruo superviviente de dos cabezas.
Para ayudar a gestionar a Rodman, los Bulls contrataron a Jack Haley, su compañero de San Antonio, y luego trajeron a James Edwards, otro antiguo «Bad Boy», para ayudar en las labores de pívot. Posteriormente añadirían a otro exjugador de los Pistons, John Salley, como parte de su plan con Rodman. El cuerpo técnico de los Bulls pensaba que con Jordan de vuelta a tiempo completo y comprometido a ganar un campeonato; con Pippen, Longley y Kukoc madurando; con Harper recuperando su juego; y con Rodman en el equipo, tenían casi todas las piezas principales en su sitio. Los Bulls habían odiado a los «Bad Boys», pero ahora estaban dispuestos a utilizar a algunos de ellos.
El único problema sería hacerlo funcionar. Rodman llegó a Chicago con el pelo teñido con el color rojo de los Bulls y un toro negro en la coronilla, y con las uñas pintadas con motivos del equipo. «Entiendo que sean un poco desconfiados y precavidos a la hora de traer aquí a alguien como yo —dijo Rodman—. Se preguntan cómo responderé. Supongo que lo descubrirán en el campamento de entrenamiento y durante la pretemporada. Creo que Michael sabe que puede contar conmigo para hacer un buen trabajo. Espero que Scottie sienta lo mismo.»
El revuelo que se montó en Chicago por el regreso de Jordan ya se había calmado, pero ahora la ciudad se veía inmersa en otra polémica mediática: la presentación de el Gusano. ¿Quién podía haber previsto que los seguidores de los Bulls se enamorarían de forma tan instantánea del hombre tatuado? Rodman llegó a la ciudad al borde de la bancarrota y, al cabo de poco, ya tenía un puñado de contratos publicitarios y dinero para despilfarrar. A lo largo de su historia, Chicago había sido testigo de un desfile constante de gánsteres y madamas, políticos corruptos e ilustres picapleitos, pero Rodman era uno de los tipos más extravagantes que Rush Street jamás había conocido. Tal como pronto descubrió Jackson, su nuevo ala-pívot era un payaso de primera. Después de todo, ¿quién podía evitar fijarse en un tipo que se presentaba a una rueda de prensa con un vestido de novia?
Si no hubiera sido por su grandiosa presentación, quizá los seguidores se hubieran dado cuenta de que ese otoño el campamento de entrenamiento iba a ser un infierno. Harían falta años para que se filtrara la verdad sobre lo que ocurrió en aquellos largos y premonitorios días en el Berto Center. Cuando se terminó el campamento, los Bulls salieron de allí como un autobús cargado de presos en libertad condicional, tan aterrados como aterradores.
«Lo vislumbré inmediatamente —recordaba Steve Kerr en el 2012—. El campamento fue demencial por lo competitivo e intenso que fue. Michael acababa de reaparecer cuando no había jugado demasiado bien en los playoffs, al menos no a su nivel habitual. Estaba allí para demostrar lo que valía y volver a poner en orden su juego. Así que cada entrenamiento era como una guerra.»
Si Rodman tenía intención de portarse mal, abandonó de inmediato esa idea: así de intimidante era Jordan. De hecho, Rodman ni siquiera habló con sus nuevos compañeros, ya que prefirió trabajar en un silencio que se volvió más extraño cada día. «Fue un campamento complicado, porque todo el mundo era muy cauto —explicaría más adelante Jack Haley—. Si vuelves a ser Michael Jordan, si eres Scottie Pippen, ¿por qué tendrías que acercarte a Dennis? Michael Jordan ganó 50 millones de dólares el año pasado. ¿Por qué debería acercarse y adular a un tipo para que hablara? Ellos se acercaron, le estrecharon la mano y le dieron la bienvenida al equipo. Pero, aparte de eso, fue un proceso lento.»
«Creo que todo el mundo era escéptico sobre lo que podía pasar —recordaba John Paxson, que había sido contratado como entrenador asistente—. Pero también éramos optimistas sobre lo que podía pasar. El optimismo surgía de la propia personalidad de Phil. Creíamos que, si había alguien que pudiera llevarse bien con Dennis y que este lo respetara como entrenador, ese era Phil.»
La relación entre Rodman y Pippen era clave en la inquietud que había sobre la química del equipo. «No, no he tenido ninguna conversación con Dennis. En toda mi vida jamás he tenido una conversación con Dennis, así que no creo que ahora esto sea algo nuevo», reconocía Pippen a principios de año.
En retrospectiva, fue una bendición que una cuestión secundaria como la de Rodman sirviera para ocultar lo que estaba pasando en el campamento. Tratar con Jordan era más complicado que en la primavera anterior. Tras regresar de su retiro, era mucho más estridente en las relaciones con sus compañeros. «Cuando volvió tras el asesinato, era un animal diferente», explicaba Lacy Banks. Después de todo, el equipo había sido reconstruido mientras Jordan estaba alejado del baloncesto. Era evidente que se encontró trabajando con un grupo que no tenía ni idea de cómo ganar un campeonato.
«Muchos de estos tipos llegan de programas universitarios en los que nunca han experimentado las etapas para ser un campeón. Simplemente estoy acelerando el proceso», explicaba Jordan.
Otro factor importante fue el cierre patronal de ese verano. A iniciativa de Falk, Jordan lideró el fallido intento de revocar el sindicato, con Steve Kerr en el otro bando del conflicto. Reinsdorf se oponía a que Jordan estuviera al frente, pero lo hizo de todos modos. «Entre nosotros había una crispación subyacente debido al cierre patronal —recordaba Kerr—. Yo era el representante de los jugadores de los Bulls y Michael era uno de los chicos de David Falk, y ellos no estaban para nada contentos con la dirección del sindicato, así que había un trasfondo. Cada ejercicio, cada entrenamiento, era muy intenso.»
Kerr percibía un nivel de irritación adicional, quizá incluso antipatía, de Jordan hacia él. En ningún caso parecía racial, recordaba Kerr riéndose: «Nunca utilizó la raza en ningún comentario. Él estaba por encima de eso. No discriminaba. Simplemente nos destrozaba a todos. Pero estoy seguro de que era calculado. Ponía a prueba a todo el mundo. Puede que por entonces no lo supieras, pero te estaba poniendo a prueba y tú tenías que hacerle frente».
El momento de Kerr de hacerle frente llegó el tercer día del campamento de entrenamiento. Según rememoraba en el 2012: «Estábamos en un partidillo y los titulares nos estaban moliendo a palos. Nosotros éramos el equipo rojo y a ellos no les pitaban las faltas que hacían. Michael estaba jugando muy duro. Y Phil se había ido a su despacho. Tenía que atender una llamada o algo así, por lo que su ausencia condujo a una situación que se descontroló un poco. Michael estaba soltando todo tipo de provocaciones. La verdad es que no me acuerdo exactamente de lo que dijo, pero me harté, porque ellos no paraban de hacer faltas, y Michael tampoco. Los entrenadores asistentes estaban arbitrando y no querían pitarle falta a Michael. Él no dejaba de despotricar y yo empecé a contestarle».
«No estoy seguro de que alguien lo hubiese hecho antes», dijo riéndose.
Kerr tenía el balón y Jordan volvió a hacerle falta. «Él estaba marcándome, y creo que usé el brazo para protegerme y le lancé el codo, o algo así, para sacármelo de encima, y él siguió despotricando. Luego yo empecé a despotricar también, y a la siguiente jugada estaba cruzando la zona y me dio un golpe con el antebrazo, y yo se lo devolví. Entonces vino a por mí. Yo era como el niño de Parque Jurásico al que ataca el velocirráptor. No tuve ninguna posibilidad. Fue un caos. Nos estábamos gritando el uno al otro, y nuestros compañeros, gracias a Dios, vinieron corriendo y nos separaron. Pero yo terminé con un ojo morado. Al parecer, recibí un puñetazo. Ni siquiera lo recuerdo.»
Fue la primera y última pelea a puñetazos en la vida de Kerr, hijo de diplomático. «Jordan nos estaba haciendo saber que nos estaban dando una paliza. Yo sabía que nos la estaban dando, no hacía falta que me lo dijera. ¿Por qué no iba a cabrearme? Es normal. Otros también estaban cabreados. Lo que pasaba es que él me estaba marcando en ese momento», añade.
Jackson consideró el incidente una seria amenaza para la química del equipo. «Michael se fue del entrenamiento hecho una furia, y Phil vino a hablar conmigo —contaba Kerr—. Me dijo: “Tú y Michael tenéis que arreglar las cosas. Vas a hablar con él y lo vas a arreglar”. Cuando llegué a casa, tenía un mensaje de Michael en mi contestador, disculpándose. Y fue raro, pero, a partir de ese día, nuestra relación fue excelente. En fin, al cabo de unos días la situación era un poco rara por todo lo que había pasado, pero, a partir de entonces, claramente me aceptó.»
Con ese incidente, Jordan había asumido el control total del equipo. Antes usaba su ira y su intimidación mental para presionar al grupo, pero ahora había añadido la amenaza implícita de la violencia. Había creado un ambiente que durante las tres siguientes temporadas le permitiría hacer que los Bulls se movieran al ritmo que él marcaba. No estaba solo. Jordan formó una sociedad con Jackson, la otra personalidad dominante del equipo, para crear un grupo tremendamente disciplinado.
Por ese motivo Jackson se refería a Jordan como el «macho alfa». Intentaba templar y encauzar la ferocidad de Jordan con enseñanzas zen, meditación, conciencia plena y otras técnicas. «No hablaba mucho sobre temas personales —decía Kerr sobre Jordan—. Hablaba mucho sobre baloncesto. Es decir, tenía sus opiniones. En las sesiones de vídeo, hablaba todo el rato; a veces se lo pedía Phil. De esta forma ejercía su influencia sobre nosotros a través del baloncesto, pero no tanto en lo personal.»
Este enfoque alcanzó su máxima expresión en ese primer campamento de entrenamiento tras el regreso de Jordan, pero la dinámica se mantuvo durante tres temporadas muy exitosas y turbulentas, explicaba Kerr.
«Él sabe que intimida a la gente —dijo Jackson ese otoño—. El año pasado, nada más regresar, tuve que frenarlo. Se sentía a gusto jugando con Will Perdue, pero era duro con Longley. A veces le hacía pases que no creo que nadie pudiera atrapar, y entonces le lanzaba esa mirada asesina. Yo le dije que Luc no era Will Perdue, y que no pasaba nada por ponerlo a prueba para ver de qué estaba hecho, pero yo quería que se entendiera con él, porque tenía un gran cuerpo y no tenía miedo, y si queríamos ganar a Orlando, íbamos a tener que contar con alguien que le hiciera frente a Shaquille O’Neal».
Jackson, que siempre se había esforzado en dejar clara la jerarquía del equipo, tenía ahora a Jordan como su encargado de hacerla cumplir. Ambos contaban con la ayuda de Tex Winter, que también tenía una forma áspera de dirigirse a los jugadores si aflojaban el ritmo.
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Autor: Roland Lazenby. Título: Michael Jordan: La biografía definitiva. Editorial: geoPlaneta. Venta: Todostuslibros y Amazon
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