Para cómo se han celebrado los anteriores, lo digo por el estrepitoso silencio que cayó sobre algunos personajes —Cervantes, en 2015, por ejemplo— y el exceso de fastos para otros con una obra más bien modesta —ejem, ejem… Gloria Fuertes—, los aniversarios que se cumplen este 2018 generan una tibieza del espíritu, algo de desazón e incluso una pulsión pesimista ante la pregunta sobre con qué nos vamos a enfrentar. ¿Improvisará alguna autoridad municipal el desenterramiento precipitado de un autor para volver a sepultarlo en el mismo sitio tras convocar una rueda de prensa? ¿Se editará una versión de Frankenstein donde el estudiante de medicina suizo Victor Frankenstein someta a votación popular la creación de su monstruo? ¿O, lo que sería peor, que en lugar de un deformado y demoníaco individuo, el resultado fuera una afelpada criaturilla?
Ahora que el mundo se alinea entre los ofendidos y los ofensores, que todo es susceptible de poseer una mirada colonizadora, un tufillo sexista o un potencial de agravio, ¿cómo vamos a revisar fenómenos como Mayo del 68, del que se cumplen 50 años? ¿Daniel Le Rouge será reescrito? ¿Habrá voluntad alguna para recordar los doscientos años de José de Espronceda? ¿Al cumplirse el siglo desde su nacimiento, Enrique Tierno Galván o incluso los 40 años de la Constitución Española sobrevivirán al reblandecimiento de una sociedad que prefiere retroceder a la edad de piedra de la más tierna y oscura infancia? Eso le da por pensar a uno al ver cómo algunos se relamen aislados en un bosque belga. Diría ‘vuelva usted mañana’, pero mis tópicos ni los aúpo ni los patrocino. Eso que lo hagan otros.
Para quien escribe con dos siglos de distancia en el pasado, mencionar muchos de estos episodios supone recordar de oídas, asumir como propias cosas que un poeta romántico suicida como este Pobrecito Hablador no llegó a presenciar. Sería una impostura, ¡cómo no! Aunque también, todo sea dicho, aún después de muerto nada impide a los menesterosos aprovisionarse de nuevas memorias. En lo que al tiempo respecta, ya se sabe, no existe mayor poder que el de un fantasma escondido bajo la sábana de una pluma ajena.
Digresiones a un lado, toca volver a los aniversarios: los doscientos desde que aquella jovencísima Mary W. Shelley publicó en 1818 Frankenstein o el moderno Prometeo; la centuria transcurrida desde que se estrenó en el madrileño Teatro de la Comedia La venganza de Don Mendo, de Pedro Muñoz Seca, o los cien desde que aquel otro fulgurante suicida, Horacio Quiroga, publicó sus Cuentos de la selva. Brindaremos por aquellas páginas del uruguayo, no con cianuro… claro está.
En este baile que supone el paso del tiempo, nacimientos y muertes van de mes en mes como parejas en un vals: los doscientos años del nacimiento, en julio, de Emily Brontë, la autora de Cumbres borrascosas y los cien desde la muerte de Guillaume Apollinaire, en agosto. El ciclópeo hijo de Zapotlán, como le llamaban al mexicano Juan José Arreola, celebra también el centenario de su nacimiento. Dos nombres señeros de la literatura catalana del siglo XX cumplen cien años desde su alumbramiento: Maria Aurèlia Capmany y Manuel de Pedrolo.
El 2018 también es una fecha de Santos Laicos, personajes cuya silueta se balancea todavía pendular sobre los lectores que los recuerdan, los escritores que los imitan y los cronistas que escarban en su vida. Ese el caso de David Foster Wallace, exponente de una obra que muchos vieron llamada a cambiar la literatura norteamericana, y que apareció colgado en el patio de su casa en Claremont (California) un mes de septiembre de 2008. También en ese capítulo plañidero —lo digo por sus seguidores de última hora reconvertidos en expertos— toca decir que se cumplen 20 años desde la publicación de Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, a quien se le concedieron después de muerto todos los aplausos que se le negaron mientras vivía.
En fin… que a veces entusiasma —y en otras aterra— desplegar la lista que el pasado envía, puntual, para recordar su existencia. El tiempo que amarillea, en palabras de Miguel Hérnandez, y pasa de tanto en tanto despeinando las tumbas sin césped. Lo que hagáis con los años pretéritos es asunto vuestro. Procurad, al menos, no agraviar… ya sea con el olvido o con las ocurrencias de último minuto.
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