Mientras el río fluya, mientras exista el presente, existimos, estamos. Y podemos sumergirnos en un análisis que no siempre —o que casi nunca— podrá ser complaciente. Mientras el río fluya es una novela cruda, sincera —sinceramente fingida—, lineal como la corriente en que su protagonista está inmerso.
Descubre que todos somos prescindibles, pero en su acumulación de experiencias demuestra también que toda existencia podría estar justificada si asumiese sus devenires con la sinceridad del que se confiesa sin más exenciones morales que las que impondría, en todo caso, el fingimiento de la literatura.
Más que un hombre sin atributos es un hombre sin ubicación. Va pasando por escenarios en los que se lo rechaza, se lo admite, se lo ignora, y él, acomodaticio y pancista, pero lúcido y, por ello, íntimamente desencantado, trata de encajar. Pero trata de encajar sintiéndose siempre ajeno a sus circunstancias, incapaz de descubrir qué vinculación puede existir entre su esencia y la del río que lo circunda o lo acorrala. Como el Ulrich de Musil, es tímido, indeciso, pensativo, confuso, lleno de sueños y melancolía, con la pasión interiorizada, con un nihilismo que se refuta a sí mismo por el afán a veces abrumador de asirse a la vida que parece arrastarlo antojadizamente.
Es un hombre compelido a vivir en discrepancia consigo mismo, aunque aparentemente se desenvuelve libre de coacción; es un personaje inconstante como el presente, que nunca permanece, pero de una inconstancia paralizante.
El propio protagonista afirma: «Mientras la vida y el río fluyen […], yo sigo estancado».
Lo mismo le repugna que ansía la comunión con una sociedad y unos colectivos organizados, desde el ejército hasta las instituciones educativas.
Su compromiso moral con los débiles se eclipsa ante cualquier amenaza de quienes son, por infames, superiores.
Siempre asiente frente al poderoso. Su única reacción a una injusticia, individual, agónica, es la petición de un habeas corpus que marcará el final de su etapa en el ejército.
«No sé qué decirte» dice, pese a todo, Penalba. «No sabes qué decirme porque nunca has sabido qué decir», le espeta el personaje Gallarza. Esta es la inacción que condena al personaje.
Y el narrador nos lo ofrece en su desnudez más auténtica.
En un universo cambiante, encontramos varios mundos en la trama que se nos ofrece: el mundo del ejército, tan injusto, reglamentado, con sus envidias y odios como todos los mundos que hayan sido; el mundo de la cultura mediática, capaz de distorsionar tanto la realidad que sus héroes o heroínas sean la viva imagen de la vileza; el mundo de la enseñanza, en sus vertientes pedagógicas y de relaciones profesionales, en las que aparece con la crudeza propia de toda la obra la realidad de las aulas, ámbito en el que podríamos encontrar otra vez la personalidad paralizada del protagonista, pero también el lugar en el que encuentra algún cauce para manifestar en algo su sensibilidad benevolente; el de las relaciones amorosas y sexuales, entremezclando lo platónico, lo carnal, lo poético y lo masoquista en, a veces, un paroxismo de deseos y limitaciones castrantes; el de las ideologías contrapuestas: los anhelos independentistas de unos, los resabios resistentes de otros, las medias verdades de todos y unos odios que no pueden maquillar ni siquiera en las situaciones en que se presume una básica urbanidad.
Los personajes están retratados con la precisa nitidez que precisa el desarrollo de la trama, desde una familia tradicionalista y blavera hasta el universo independentista de Vilamajor del Pagès, desde los cuadros escleróticos de la milicia a la anárquica violencia de los adolescentes en las aulas, desde la ruda sabiduría de una madre hasta la hipocresía propagada por los medios de comunicación. Cada personaje es. Tiene un carácter propio no impostado. No actúan simplemente para el desarrollo de una acción aunque le sean necesarios, sino que permanecen en la memoria del lector como entidades con sentido y sustancia, con verdad literaria.
Encontramos, también, en la novela momentos de una precisa cualidad expresiva, como frases en las que puede el autor resumir todo un ambiente: «Salou olía a mar y a borrachera inglesa» (quien lo probó lo sabe), o «El ambiente estremecía como un cuchillo y olía a la sangre metálica de su sacrificio». También despliega Valentín su capacidad para perfilar con pinceladas poéticas a los personajes que nos presenta:
«Beatriu, la directora, plúmbea como un día de riguroso gris con granizo, se paseaba por la sala de profesores, pasillos y distintas dependencias como una campesina de la estepa rusa visitando sus sembrados».
Toda esta determinación literaria del autor puede llevar a algunos a considerar su prosa excesivamente retórica en alguna ocasión. Pero en realidad se refuerza con ello la naturaleza de la obra, constituida como voluntad de estilo, con personalidad propia, totalmente alejada de la narrativa de redacción estandarizada que a base de estereotipos compone un relato simplemente funcional y comercial, tal vez más fácilmente digerible, pero sin esa sustancia que nos permite continuar leyendo la obra o recreándonos en ella cuando hemos abandonado materialmente sus páginas.
Asistimos en la novela a tantos escenarios como experiencias vive su principal personaje, que se mueve en un mundo tan real, tan apegado a la materia humana que se asemeja muchísimo a un relato autobiográfico. Sin duda el autor ha sabido impregnar su obra de la sustancia misma de lo vivido.
Es Mientras el río fluye una novela que no pertenece al mundo de las modas editoriales, que no busca los focos por los temas que trata y que podrían ser claros anzuelos de un mercadeo poco escrupuloso —acosos sexuales mediáticos, trifulcas independentistas, la situación del mundo educativo, la perversión reglamentaria en el seno del Ejército…—, sino que tiene su máximo valor en la cimentación profundamente literaria de su forma, en el personalísimo enfoque psicológico sobre todo de su personaje principal, en la expresión sabiamente adaptada a cada escenografía expuesta. Es una obra que busca ser literatura, y lo consigue por el recto camino de la honestidad en la ficción.
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Autor: Blas Valentín Moreno. Título: Mientras el río fluye. Editorial: Milenio. Venta: Todostuslibros.
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