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Miguel Ángel Solá y Paula Cancio: «Todos podemos ser hijos de puta y santos»

Miguel Ángel Solá y Paula Cancio: «Todos podemos ser hijos de puta y santos»

Miguel Ángel Solá (Buenos Aires, 1950) y Paula Cancio (Madrid, 1985) protagonizan y reinventan, desde hace cuatro años, Doble o nada, una obra magnífica, terriblemente escurridiza e imprevisible. Esta derivada de Testosterona, de la escritora y periodista mexicana Sabina Berman, es la hija impía y mutante de una época que no hace prisioneros, de un tiempo en el que las cosas cambian como puestas de fentanilo. El actor argentino interpreta a Ricardo, el director de un periódico que, presuntamente enfermo, quiere —o no— que su sucesora sea Micky, la subdirectora a la que encarna una mujer que, amén de actriz, es psicóloga. Ambos participan en un juego letal, sin reglas, del que saldrá vencedor, o algo así, quien mejor mienta y manipule. En definitiva, o no, ¿quién sabe?, Doble o nada es un viaje retorcido, inteligente y delicioso hacia la pocilga que todo hombre y mujer posee en su interior. Zenda entrevista a Solá y a Cancio, contra la urgencia mediática de la novedad y celebrando su éxito empírico, en el escenario culinario que ofrece el Café Varela.

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—Miguel Ángel, Paula, ¿todo el mundo es corruptible?

—Paula Cancio (PC): ¡Guau, qué pregunta! Creo que todo el mundo es potencialmente corruptible. Hay que ver las circunstancias.

—Miguel Ángel Solá (MS): Una de las maravillas del teatro es que ustedes vienen a creer. Ahí está hecho la mitad del trabajo. Vienen a asombrarse, a reírse o a llorar por la condición humana. A que les hagamos un poco de magia. Esta es una obra hija de puta, la hemos transformado en una obra muy hija de puta, que se retuerce constantemente y no hay por dónde agarrarla. Porque nada es lo que parece. En Doble o nada no hay buenos ni malos. Está la condición humana cambiante de acuerdo a las necesidades, las ambiciones, los deseos, la mala fe, la manipulación… o, simplemente, a dejarse llevar. A sentir, por momentos, que uno necesita que alguien esté ocupándose de uno. Como sea: mal, bien o regular. Los dos protagonistas están tratando de llamarse la atención por diferentes razones, y confluyen en una misma cosa, que es la obra.

Grosso modo, ¿Doble o nada va sobre cómo un hijo de puta convierte a una mujer noble en una hija de puta?

"Todos tenemos una luz y una sombra. Muchas veces, metemos la sombra debajo de la alfombra, pero, cuando se dan las circunstancias…"

—PC: Tengo mis dudas. No sé si ella es realmente tan noble como parece. Ella tiene unos valores y se ha ido encontrando con circunstancias que le han hecho poner en juego esos valores. ¿Qué pasa cuando el juego cambia? ¿Aprende en 24 horas o, realmente, es algo que lleva también dentro? Todos tenemos una luz y una sombra. Muchas veces, metemos la sombra debajo de la alfombra, pero, cuando se dan las circunstancias… Como actriz y como persona que ha estudiado Psicología, me gusta siempre crear mis personajes a partir de un estudio casi profundísimo sobre mí misma. Y me sorprendo intentando visualizar, a partir del personaje, que quizá Paula Cancio actuaría de formas terribles si se dan las circunstancias para ello. Entonces, el juicio lo apartas. Todos podemos ser hijos de puta y santos en un momento dado. 

—Señora Cancio, como psicóloga, hábleme de Ricardo.

—PC: Es un manipulador, tiene unos rasgos narcisistas potentes. Pertenece a una generación en la que hay formalizadas una serie de formas de trato…

—MS: Las del diario Pueblo (risas).

—PC: Es una persona bastante rígida. Ha llegado dónde está y ha construido su autoestima en base a construir una estructura que le mantiene. 

—Señor Solá, como argentino, hábleme de Micky.

—MS: Déjame decirte que mi forma de trabajo no tiene nada que ver con la de ella. Cuanto más alejado mantengo a los personajes de mí, observo con más nitidez a los seres humanos que llevan esas cosas encima. Cuanto más alejado estoy de los personajes, más sé de ellos. La única vez que me tocó de cerca un personaje que sí tenía que ver conmigo, sí que me metí. Por la sencilla razón de que un tío mío era como él, nada más.

—Micky.

"A Ricardo no le creo nada, me miente constantemente. Tengo un diálogo con él, arriba del escenario, muy enriquecedor"

—MS: Es un ser que ha mostrado que en un terreno es excelente. Se ha ganado la confianza de él. A Ricardo no le creo nada, me miente constantemente. Tengo un diálogo con él, arriba del escenario, muy enriquecedor. Trata de despistarme de todas las maneras posibles. No sé cuándo dice una verdad. La única verdad que trato, todos los días, de poder contar de Ricardo es cuando le dice: “Siempre te amé”.

Ricardo ama a Micky. Pero la ama mal.

—PC: La quiere de una forma… particular.

—MS: Es que no lo sé. No sé qué siente él, qué piensa. Micky es un ser maleable a quien él no manipuló nunca, la dejó hacer en su trabajo, incluso la apoyó, la apadrinó, nadie se mete con ella… salvo Beteta. Lo bello del teatro es que tenemos hora y media para contar la historia de una persona. Si esa historia es confusa, mejor para nosotros. Ustedes ya vienen dispuestos a creer. Dos minutos después, dicen: “¿Pero qué pasó acá?”. Los personajes eran más esquemáticos, los hemos ido desarrollando. Tenemos permiso de la autora.

Sabina Berman.

—MS: No sólo permiso: incentivo de la autora. El trabajo con el director fue esto: destruir lo hecho la noche anterior para buscar siempre cosas nuevas. Lo que viste el otro día será diferente a la siguiente función. Sin embargo, el hilo emocional que emana de esos dos personajes es el mismo. Vamos guiando al espectador a través de un hilo emocional… también mentiroso.

Ricardo es un referente para Micky desde que ella estudiaba la carrera. ¿La admiración es un opiáceo?

—PC: Sí. La admiración nubla, te hace proyectar en esa persona todo tu imaginario. Es parte fundamental de la atracción. Te pasa con un profesor, con un actor reconocido… te pasa con cualquiera al que…

—Al que mires desde abajo.

—PC: Exacto. Cuando se establece, en este caso, una relación paralela, en cierta medida, la cosa se equilibra: se ven las cosas bonitas, pero también la mierda. Es como el enamoramiento: un efecto químico.

¿Qué les cuenta la gente que ha visto la obra?

"Te das cuenta de cómo, ¡guau!, el machismo está metido ahí desde la educación. En cambio, las nuevas generaciones tienen otra cabeza"

—MS: Eso que decís vos: “Estuvimos hablando dos horas, no sacamos ninguna conclusión, pero hemos hablado y hablado…”.

—PC: A las mujeres más mayores, mi personaje no les cae bien. Creen que, en el fondo, ella sabía lo que quería, que le ha vendido la moto y que él la quería realmente. Te das cuenta de cómo, ¡guau!, el machismo está metido ahí desde la educación. En cambio, las nuevas generaciones tienen otra cabeza. Celebran que Micky se empodere. Y sí, es una mujer empoderada, pero no es ninguna santa.

—MS: Habría que saber, y esto tendríamos que plantearlo, si ella sabe que está en juego un directorio, y por dónde le habría llegado. Hay muchos temas a tocar en la obra. Hasta que se muera, la obra nos da tiempo para hacer de todo. No sé, me da la sensación de que lo que tiene la obra de bueno es que dan ganas de saber qué pasa después.

—Y, en concreto, ¿qué le pareció a Raúl Cancio? De periódicos sabe un rato…

—PC: Mi padre es el principal admirador de todo lo que hacemos. Él se mantiene fuera, incluso, de lo que sucede (risas). Mi madre…

—Otra grande del fotoperiodismo, Marisa Flórez.

—PC: Mi madre, de alguna forma, se ha sentido reconocida en esa lucha en un mundo de hombres en la que, a veces, hay que sacar todas las armas.

—¿Hasta qué punto Doble o nada es un reflejo del mundo en el que vivimos?

"Quienes nos llevan a eso, quienes nos acorralan en eso, son los estandartes del cambio. Y se cambia de pieza como de calzoncillos"

—MS: Es el mundo tal cual es las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana y los 365 días del año. La moneda de cambio es muy dura porque es la vida misma de otro ser humano, ¿no? Quienes nos llevan a eso, quienes nos acorralan en eso, son los estandartes del cambio. Y se cambia de pieza como de calzoncillos. Está difícil la cosa. Yo conocí otro mundo, pero se supone que este es el mejor posible.

—PC: Es un espejo. Una de las razones por las que estamos variando continuamente la temática ha sido porque este texto se escribe hace treinta años. El texto original está obsoleto, aunque la historia como hilo conductor sí tiene un porqué. Cuando llegamos a Buenos Aires, esta obra se estaba haciendo con otro título. Y, por diferentes circunstancias, cayó al primer mes de estrenarse. Nos llenó de preguntas: “¿Y esto por qué, cuando en España nos había ido muy bien?”. Cuando reestrenamos, tocamos bastante el texto…

—La obra se estrenó en Buenos Aires y, en estas, proliferaron las marchas en defensa del aborto legal.

—PC: Y hay un antes y un después. Donde antes las risas eran habituales, una vez que se produce la salida del aborto…

—MS: Ya Ricardo no es tan simpático.

—PC: La gente se mira y se pregunta si debe o no reírse.

—La risa se vuelve culpable.

—PC: Exactamente. Claro, nosotros eso lo tenemos que incorporar de alguna forma. Y cambiamos el texto. Cuando yo comienzo a hacer la función, Micky era mucho más vulnerable, era una nena, prácticamente; hoy, la Micky que sale, desde el principio, es una mujer que tiene muy claro dónde está: es una subdirectora.

—En Madrid, la obra cumple tres años. En la era de la inmediatez, de la obsolescencia programada, de lo efímero, es todo un hito. ¿Qué lectura hacen de esto?

"Esta es la primera entrevista que nos hacen en mucho tiempo, y llevamos cuatro años en cartel"

—MS: Va para el cuarto. Mirá, esa lectura no nos la dan ni el periodismo ni la publicidad. Esta es la primera entrevista que nos hacen en mucho tiempo, y llevamos cuatro años en cartel. Las entrevistas las tuvimos en el mes que estrenamos. Producción nos dice: “Sí, las entrevistas hay que comprarlas, la única manera de salir es pagando el espacio”. Yo conocí otro mundo. Conocí el mundo en el que eso no era así. Existía una cuestión de mérito: los que compraban el espacio eran los que no tenían ningún tipo de mérito. Pero ahora, los que tienen mérito tienen que comprar, y los que no, tienen una promoción gratuita siempre.

—¿Se ha devaluado el valor de la palabra “cultura”?

—MS: Sí, claro.

—PC: El espacio que se dedica a la cultura en la prensa es mínimo. Lo que tiene esta obra se llama boca-oreja. Es lo que nos ha mantenido y nos mantiene. No hay otra. Miguel, al final de la función, habla y pide eso, desde la verdad más absoluta: “Ustedes son nuestra publicidad. ¡Ayúdennos!”. Es una bajada de egos, pedimos ayuda y, gracias a eso, vamos para cuatro años.

—MS: El diario de Adán y Eva estuvo once años más dos que hicimos con ella. ¡Trece años en cartel! Siete en Buenos Aires y seis aquí. La vieron más de un millón y medio de personas. ¿Dónde está ese millón y medio de personas?

—PC: Era otro momento. Un momento en el que esto (agarra un teléfono móvil) no existía. Lo vemos cuando alguien te pregunta: “¿Cuánto dura?”. Ya hay una cuestión de ansiedad. Incluso en el intercambio ves cómo alguna luz de teléfono se enciende. ¡Es la droga de la tecnología!

—Para finalizar, ¿qué vislumbran, a corto plazo, en el horizonte profesional? Tengo entendido que girarán con la obra por EEUU.

—PC: A comienzos de febrero, vamos a estar en Miami. Como allí la meteorología es tan tremenda, estaremos en Miami esta primera parte y luego, en septiembre, la idea es poder hacer Los Ángeles, Nueva York o Chicago, donde el tiempo es más apacible que en febrero. Y seguiremos haciendo bolos por España.

—MS: Eso es otra cosa: ¿por qué, de 150 bolos posibles, hemos tenido doce o quince? Eso habla de la obligación que deberían tener los programadores de venir a ver las obras y sacar conclusiones. Si una obra se mantiene cuatro años en cartel, ¿cómo no está en tu teatro en Sevilla o en Logroño? ¿Cómo no la llaman? No puede ser que una obra mediocre tenga 130 bolos y que una obra buena no los tenga.

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