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Miguel Barrero: «No creo en la felicidad como un estado inalterable»

Miguel Barrero: «No creo en la felicidad como un estado inalterable»

Miguel Barrero viene de publicar una primera recolección de sus zendianas Notas al margen, en concreto las publicadas durante los años 2020 y 2021, bajo el título de Mientras regresa la vida (Eolas). Nombrado también nuevo director de la Semana Negra de Gijón el pasado mes de enero, Barrero se ha construido a través del ejercicio de continuas lecturas y viajes literarios.

Este viernes, Miguel Barrero responde al cuestionario de Zenda. 

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—¿Qué libro, película, serie, disco y obra de arte salvaría en un diluvio o un incendio?

—Me temo que tardaría tanto en decidirme que acabaría muriendo abrasado yo, pero a bote pronto podría decir que el Quijote, de Cervantes; La dolce vita, de Fellini; Rito, de Luis Eduardo Aute; y el Perro semihundido de Goya.

—Puestos a salvar, elija una actriz, un actor, un personaje histórico y un político actual.

—Como supongo que, en lo que atañe a los actores, el requisito imprescindible para salvarlos es que aún estén vivos, me quedaría a Robert de Niro y a Sophia Loren, que son dos mitos contemporáneos; en lo que atañe a los personajes históricos, salvaría a Rafael del Riego, un liberal de verdad que tuvo un final inmerecido; en lo que se refiere a los políticos, voy a citar egoístamente a Ibán García del Blanco, que es amigo, y así podríamos charlar de libros y jugar al ajedrez.

—¿Qué aventura real o literaria le gustaría haber vivido?

—Quizá embarcarme con Jim Hawkins en la Hispaniola, o visitar los círculos del infierno en compañía de Dante y Virgilio. Tal vez lanzarme en pos de las minas del rey Salomón, perderme buscando a Kurtz por el Congo o encerrarme en un monasterio de Patmos a escribir el Apocalipsis. Pero de algún modo ya he hecho todo eso. Sí me gustaría viajar alguna vez hasta los mares del sur para visitar la tumba de Stevenson en la cumbre prohibida del monte Vaea y leer allí, sobre su lápida, ese epitafio hermoso que dejó escrito: «Aquí yace donde quiso yacer; / de vuelta del mar está el marinero, / de vuelta del monte está el cazador».

—¿Y qué recuerdo personal le gustaría que jamás se perdiera en el tiempo, como lágrimas en la lluvia?

—Hay unos cuantos que me gustaría conservar: la voz de mis abuelos, la risa de mis padres, la primera vez que subí a mi hermano a un tiovivo, el color de Salamanca en un atardecer de primavera, ciertas andanzas felices por Madrid, los aromas de Lisboa, mi viaje de estudios a París, la luz derramándose en el interior del Panteón de Agripa, la primera vez que entré en la Acrópolis.

—¿Cuál es su primer recuerdo lector?

—Llegué a la lectura muy niño y lo hice a través del cómic, así que imagino que serán algunas historias de Astérix y de Conan el Bárbaro, porque Mafalda y Tintín llegaron algo después. En cuanto a la literatura, vamos a decir, tradicional, el primer libro que recuerdo haber leído fue Las aventuras de Vania el forzudo, de Otfried Preussler. Estaba en la serie naranja de El Barco de Vapor y lo leí por una especie de pique con un amigo del colegio.

—¿Cuál es el último libro que ha leído? 

Triste, solitario y final. Fue la primera novela de Osvaldo Soriano y es un ejercicio de autoficción muy divertido y, si me apuras, también muy insolente. Lo ha recuperado Altamarea.

—¿Puede recomendar un libro clásico? 

—El Quijote lo doy por recomendado con mi primera respuesta, así que ahora me quedaré con los Ensayos de Montaigne.

—¿Y uno actual? 

—Me han gustado mucho Perspectivas, una novela de intriga de Laurent Binet ambientada en la Florencia de los Medici, y Un nuevo país al otro lado de mi ventana, que ha sido mi primera aproximación a Kallifatides.

—¿Qué libro no ha podido acabar? 

—Lo intenté dos o tres veces con El Señor de los Anillos hasta que constaté que, definitivamente, no era para mí.

—¿Puede recitar de memoria un poema?

—Me sé unos cuantos de Antonio Machado y también algunos de Lorca, Alberti, Miguel Hernández, Góngora, Quevedo, el Arcipreste de Hita, un par de romances medievales… En algunos casos la culpa es irrefutablemente mía y en otros hay que reconocerles el mérito a Joan Manuel Serrat y Paco Ibáñez.

—¿Cuál es la canción más hermosa del mundo?

—Dado que «Las cuatro y diez», de Aute, forma parte de Rito y ya he mencionado ese disco antes, voy a por «Suzanne», de Cohen.

—¿Puede decirnos una heroína y un héroe —literarios o cinematográficos— imprescindibles?

—Pippi Calzaslargas e Indiana Jones.

—¿Y un personaje malvado que le fascine?

—Jorge de Burgos, el monje ciego de El nombre de la rosa.

—¿Tiene una editorial y una librería preferidas? 

—Hay unas cuantas editoriales —Anagrama, Alianza, Galaxia Gutenberg, Alfaguara, Austral, Cátedra, Tusquets— hacia las que siento una gratitud muy grande por lo mucho que contribuyeron a mi formación como lector. Mi librería favorita es Paradiso, en Gijón, por razones objetivas e implicaciones sentimentales.

—¿Cuántos libros hay en su biblioteca? ¿Qué porcentaje, aproximadamente, ha leído? 

—Nunca los he contado, pero el año pasado, a raíz de una pequeña obra en casa, aproveché para hacer un expurgo y terminaron saliendo unos setecientos. Aun así, quedaron bastantes más de los que se fueron. Tampoco sé cuántos habré leído completos, ¿pongamos que el setenta y cinco por ciento?

—¿Con qué libro se ha emocionado más? ¿Ha llorado tras la lectura de alguno?

—Me emocioné cuando hace unos pocos años releí «Adiós, Cordera», de Clarín —más cuando se llevaban a la vaca al matadero que cuando Pinín se iba a la guerra—, y siempre me emociona el parlamento de Sancho Panza al pie de la cama donde agoniza Alonso Quijano y está a punto de morir don Quijote.

—¿Se ha excitado alguna vez leyendo? Si es así, ¿con qué libro?

—Me has hecho rememorar un episodio muy antiguo. Hace muchos años, cuando yo era apenas un crío, El País Semanal publicó unas páginas de Los cuadernos de don Rigoberto, de Mario Vargas Llosa, a modo de avance editorial. Me estimuló tanto, por decirlo en términos melifluos, que poco después me compré el libro casi a hurtadillas. Por ahí debo de tenerlo todavía.

Mientras regresa la vida, de Miguel Barrero

—¿Cuál es el rasgo principal de su carácter?

—Me llevo bien con la soledad y con el silencio.

—¿Y su principal defecto? 

—Sospecho que soy raro.

—¿Qué aprecia más de sus amigos?

—La bondad, que acostumbra a ser la suma de la generosidad y la inteligencia.

—¿Cuál es su ocupación preferida? 

—Me gustan bastante todas esas cosas que desprecian los apóstoles del utilitarismo: leer, pasear, mirar el mar, conocer lugares nuevos, escuchar música o tocarla, dedicar tiempo al descanso… Las cosas que algunos consideran improductivas a mí me parecen altamente provechosas.

—¿Y su sueño de felicidad?

—No creo en la felicidad como un estado inalterable, así que mi modesto sueño consiste en seguir acumulando suficientes momentos de felicidad como para concluir que valió la pena pasar por aquí.

—¿Cuál es el estado actual de su espíritu? 

—Llamémoslo equilibrio inestable.

—¿Qué detesta más?

—La estupidez, en cualquiera de sus múltiples e irritantes manifestaciones.

—¿Qué faltas le inspiran la mayor indulgencia?

—Las que tienen que ver con la vanidad.

—Ojalá que no tenga que ir nunca a una isla desierta, pero si así fuera, ¿qué libro se llevaría?

—El que estuviera escribiendo en ese momento, para aprovechar y darle un empujón.

—¿Y a qué persona?

—Si llevase a una persona la isla dejaría de estar tan desierta y perdería su gracia. Me llevaría a mi perra, Elna, para que juegue por la playa mientras escribo.

—Si todas sus respuestas han sido sinceras, diga ahora una mentira.

—Yo sé quién soy.

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Autor: Miguel Barrero. Título: Mientras regresa la vida. Editorial: Eolas & menoslobos. VentaTodostuslibros.

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