No son necesarias las presentaciones. Es dramaturgo, guionista, director y actor. Miguel del Arco arranca a dentelladas la espina a los clásicos. Le toma el pulso al público, cada noche, en el renovado Teatro Pavón. Alterna, en su repertorio, reposiciones de sus grandes versiones teatrales con obras audaces y comprometidas con la sociedad. Su concepto del teatro salpica y escuece. El proyecto del Pavón Teatro Kamikaze acaba de conseguir el Premio Nacional de Teatro.
En el año 2002 prendió la llama de la productora Kamikaze, una llama que, desde entonces, brinca en locas cabriolas y parece no tener capacidad para la extinción. Una llama que tan pronto hace aullar a Hamlet o desentierra los mitos de Troya como trae —son sede del Festival de Otoño— a Toni Servillo (protagonista de La gran belleza, Gomorra, Le conseguenze dell’amore o Il divo) al servicio de la Elvira de Don Juan Tenorio.
En el brillo de sus ojos azules cual glaciar no hay espacio para el miedo. Habla deprisa y con pasión. Parece un motor efervescente de ideas. Le acompañan tres socios en esta aventura (Jordi Buxó, Aitor Tejada e Israel Elejalde), tres kamikazes a quienes, como a él, nadie les dijo que lo que soñaban era imposible.
Del Arco comenzó de adolescente en Estados Unidos en una compañía de ballet y continuó en Madrid en la Escuela de Ullate. Pronto ingresó en la R.E.S.A.D. donde compartió aula y sueños de candilejas con actores como Ginés García Millán, Carmelo Gómez o Marcial Álvarez. Compaginó un tiempo el trabajo con las aulas. Durante años se dedicó a la interpretación en el cine y en series de televisión hasta que en 2002 fundó la productora Kamikaze junto a Aitor Tejada. La vida se convirtió para ellos en una página en blanco ávida de creatividad.
En 2009 le hincaron el diente a Pirandello con la electrizante La función por hacer (adaptación de Seis personajes en busca de autor). Llevaron a una escena desnuda, durante varias temporadas, la esencia de la profesión. Pusieron en pie en el Teatro de La Abadía Veraneantes, versión de la obra de Gorki. Para entonces el resto de la profesión se había rendido ante su trabajo: varios Premios Max dieron fe de esta rendición.
Más tarde dirigió, por citar a algunos, a Núria Espert en La violación de Lucrecia de Shakespeare, Carmen Machi en Juicio a una zorra (de la que hablamos en Zenda), una reescritura del mito clásico que ganó el Premio Valle-Inclán de Teatro, Israel Elejalde en Misántropo y Hamlet o Gonzalo de Castro en El Inspector. Sacudió el polvo a la zarzuela en 2016 con ¡Cómo está Madriz!.
En la extensa y acertada trayectoria de del Arco parece que el tiempo se hubiera dilatado: ha adaptado a Gógol, Steinbeck, Ibsen, Calderón de la Barca, Gorki, Sófocles, Molière… Hace año y medio estrenó su primer largometraje, Las furias, un repaso a algunas protagonistas femeninas de la mitología griega, con el que abrió el Festival de la Seminci de Valladolid; mientras que el año pasado con Refugio (Centro Dramático Nacional) nos habló de corrupción política y de la crisis de los refugiados. Curioso recorrido para un chico de Carabanchel que iba camino de convertirse en médico.
Atiende a Zenda a principios de 2018. Los estrenos que ha programado para el primer semestre podrían tambalear los cimientos del Pavón Teatro Kamikaze, pero el edificio resiste estoico a la marea continua de actividad, a la devoción del público que ya forma parte del proyecto y al compromiso de autores, actores y técnicos que cada noche reescriben, como folio en blanco, el proyecto Kamikaze. Comenzamos.
***
—¿Qué es ser un kamikaze?
—Creo que la mejor definición la hizo el poeta Ángel González: «Soy el éxito de todos los fracasos. La enloquecida fuerza del desaliento».
—¿Alguna vez soñó con gestionar un teatro? ¿Cómo surgió la aventura del Pavón?
—Como se sueña que te toca la lotería o que has nacido en una familia millonaria. Un día iba en un coche junto a Jordi Buxò y me dijo que la CNTC dejaba el Pavón para volver a su sede en el Teatro de la Comedia. Después añadió: «¿Y si pregunto cuanto piden por el alquiler?» Yo le dije: «Vale». Pero como quien quiere saber con cierto morbo cuánto vale un cochazo completamente fuera de su alcance. Jordi lo preguntó, efectivamente estaba fuera de nuestro alcance pero allí que nos lanzamos, haciendo honor a la respuesta anterior.
—¿Por qué es necesario actualizar los clásicos?
—Esta disputa me aburre soberanamente. Lo que es necesario, a mi entender, es mirar lo que esos clásicos tienen que decirnos como individuos de nuestro tiempo. Si el espectador no se siente directamente interpelado por lo que contempla en el escenario habremos fracasado como profesionales (esto mismo ya lo decía Molière a los que, con ese mismo ahínco conservador, trataban de poner coto a su forma de crear).
—¿Cómo elige la obra que va a adaptar?
—Es siempre el texto el que marca el camino.
—Una vez que ha seleccionado una obra clásica, ¿nos puede contar el proceso que lleva a cabo para su adaptación?
—Leer detenida y profundamente la función. Leer cuanto pueda iluminar las intuiciones que vayan apareciendo y empezar a pensar en cómo darle forma escénica. Cada historia supone un viaje diferente, y por lo general impone su propio itinerario. Suelo hacer talleres de investigación con el equipo previos a los ensayos para darnos más tiempo para jugar.
—¿Qué obra, director o adaptación teatral hizo que saltara la chispa? ¿Qué texto le hizo querer dedicarse a esta profesión?
—Recuerdo especialmente reveladora el Eduardo II de Inglaterra que dirigió Lluís Pasqual en el María Guerrero.
—¿Se puede leer teatro?
—Por supuesto. Yo leo muchísimo teatro, pero el fin último del teatro es y debe ser la palabra encarnada.
—Usted le da al texto clásico envolturas propias de nuestra realidad social y política. ¿Es necesario vestir así al clásico para que se entienda, tenga vigencia o perdure?
—¿Cuál sería la forma “fiel” de montar un clásico? ¿Cómo se hacía en el momento de ser estrenado? ¿En el caso de Shakespeare, quien nunca fijó sus textos, sería intentando reproducir las funciones que él mismo protagonizaba (y de las que poco sabemos) o de las decisiones que los editores y estudiosos (que nunca pasaron por el escenario) tomaron a la hora de publicarlos? ¿Estaría más cerca del espíritu del autor representarlas sin cortes ni modificaciones aunque el público actual no entienda muchas de las referencias de la época y por lo tanto no cumplan la función por la que el autor las introdujo? Si Gógol quería con unas referencias concretas hacer reír al público en un momento determinado y ahora el público no entiende esas referencias y no se ríe, incluso se aburre porque nada le importa el pasaje en cuestión, ¿estoy siendo más fiel al autor?
El escenario no puede ni debe convertirse en un museo. Uno siempre puede leer el Hamlet, pero en el momento que vas al teatro a ver un Hamlet ya está en manos de la compañía y dependerá de los actores, del director, del versionista, de la escenografía… es decir, del hecho teatral, que es una mirada colectiva, y que siempre debe mirarse en el espejo de la sociedad a la que a su vez pretende reflejar.
—¿Leía usted clásicos en el colegio?
—Sí, pero sin orden ni concierto. No me enseñaron a amarlos, y eso que lo tenían fácil.
—¿Qué hace que un clásico se considere tal?
—El que con el paso de los años, incluso los siglos, sigue lanzando interrogantes que nos ayudan a replantear nuestra condición.
—¿Qué tienen en común todas las obras que suben a las tablas del Teatro Pavón Kamikaze?
—La mirada contemporánea.
—¿Qué autor y obra tiene ganas de adaptar?
—Shakespeare sigue sobre mi mesa.
—¿Y Cervantes?
—De momento, no.
—¿Cree usted que alguna vez en España la cultura ha vivido exenta de crisis?
—La cultura siempre debe estar en crisis porque nunca puede dejar de buscar. Lo que ha vivido la cultura en España es exenta de un apoyo real, decidido y libre por parte de los sucesivos gobiernos que ha tenido.
—¿Supone el teatro un diálogo con el espectador?
—Un diálogo con muchos planos, pero si no existe ese diálogo no es teatro.
—¿Cuándo acaba ese diálogo?
—Supongo que con la muerte. Si hay vida hay teatro y si hay teatro hay diálogo.
—¿Cuántas veces le han dicho que no pueden hacer alguna obra determinada? Me viene a la mente su zarzuela…
—Alguna vez, pero siempre he hecho lo que he querido (o lo que he sido capaz de hacer)
—¿Debe el teatro hacernos sentir incómodos?
—Por supuesto. Creo que fue Strindberg el que dijo que la misión del teatro es mirar donde otros apartan la vista.
—¿Qué valoración le da a casi dos años de trayectoria al timón de un teatro como éste?
—La conclusión es que, a pesar de todas las dificultades, es el sitio donde quiero estar. Soy consciente de estar en medio de la conformación de un sueño. Creo que hemos conseguido mucho, muchísimo, y que mantenemos el entusiasmo. Tener por socios a mis amigos Aitor Tejada, Jordi Buxó e Israel Elejalde es un privilegio y una suerte.
—¿Qué es lo próximo que está cuajando para el Teatro Pavón Kamikaze?
—Ilusiones, de Ivan Viripaev con Marta Etura, Daniel Grao, Alejandro Jato y Verónica Ronda. Una comedia, como la define su autor, pero con una negrura por momentos insondable.
—¿Es posible la vida sin el teatro?
—Como he dicho antes, si hay vida hay teatro.
***
Miguel del Arco se aleja, es hora ya de función. Diariamente se presenta junto a sus socios en el patio de butacas. Agradece la presencia del público y su voz se derrama fuerte y cristalina sobre los que están allí, sobre los teléfonos apagándose, sobre quienes acuden al teatro con ganas de sentir.
Nadie les dijo que sería imposible y llevan ya casi dos años al frente del Teatro Pavón Kamikaze. Le han dado nuevos aires a la escena madrileña, pulverizando los datos de taquilla.
Empezó siendo un sueño en el hall de otro espacio y acaban de conseguir el Premio Nacional de Teatro. El éxito y el reconocimiento de la profesión y del público no les amilana, siempre fieles a su espíritu kamikaze, siempre buscando nuevos y estimulantes retos para subir a las tablas. No se lo pierdan.
Imagen de Miguel del Arco, de grupo de Ilusiones y de socios del teatro: ©Vanessa Rábade; Cartel de Hamlet: ©Joan Rodón
Las siguientes obras de de Miguel del Arco han sido publicadas por la editorial Antígona: Teatro de la Ciudad. Antígona, Deseo, Juicio a una zorra, La función por hacer, Misántropo, Veraneantes, Historias de Usera.
Refugio es una edición del Ministerio de Educación.
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