Miguel Pardeza militó en el Real Madrid y el Real Zaragoza, jugó el Mundial de 1990, estudió Derecho, se hizo filólogo, se erigió en la primera autoridad en César González-Ruano y ahora ha ingresado en la primera división literaria con «Angelópolis», donde habla de su vida, de Delibes, Pasolini y Camus.
El futbolista onubense ha convertido las casi seiscientas páginas de «Angelópolis» (Renacimiento) en una narración adictiva, con pasajes de una madurez rítmica propia de un maestro, y ha ido hilvanando pasajes de su vida, particularmente de su ocaso futbolístico, con hondas reflexiones sobre grandes escritores y descripciones de raros como el poeta modernista Díaz Mirón y la polifacética e inclasificable artista mexicana Nahuí Olín.
Delibes, Pasolini y Camus fueron apasionados del fútbol, un juego en el que soñaron con brillar, lo que Pardeza logró:
«Lo mejor del fútbol fue que me permitió cumplir un sueño que tuve de niño; tuve la fortuna de jugar como profesional durante dieciocho temporadas y vivir momentos históricos tanto en el Real Madrid como en el Zaragoza, momentos que han quedado en el recuerdo de todo el mundo», ha dicho a Efe.
Pero en el caso de «Angelópolis» —nombre que da a la ciudad mexicana de Puebla, donde jugó sus dos últimas temporadas, por la leyenda de que los ángeles colocaron la campana de su catedral—, ha asegurado que «el fútbol no es más que una excusa para hablar de los abismos del personaje» en un libro «de estructura autobiográfica, pero en el que el ochenta por ciento es pura invención».
El autor ha incluido en este volumen lo que denomina su «libro inacabado», el que proyectó sobre las relaciones de la literatura y el fútbol, de ahí su aproximación a la vida y la obra de Camus y la evocación de su encuentro casual con Delibes en un hotel cuando era un futbolista de veinte años.
Delibes hablando de fútbol y Pardeza hablando de literatura es uno de capítulos más brillantes de este libro que también conecta los valores del fútbol con el perfil humano de Albert Camus o describe con tintes épicos el partido de fútbol que disputaron los equipos de rodaje de «Novecento», con Bertolucci a la cabeza, y los de «Saló o los 120 días de Sodoma», con un Pasolini derrotado y defraudado por sus propios compañeros.
Miembro de aquella leyenda futbolística que se denominó ‘La quinta del Buitre’, Pardeza ha explicado que si «Angelópolis» la ha dedicado a los años de su ocaso como futbolista, su primera novela, «Torneo», la centró en sus orígenes, de los cuales también ha evocado ahora su llegada a una pensión de Madrid con catorce años, con una maleta en la que apenas llevaba unos libros. «Yo leía mucho en mi pueblo, aunque en mi casa no había biblioteca porque era una casa humilde», ha contado.
Los libros le acompañaron siempre, también en las concentraciones previas a los encuentros, hasta el punto de que un preparador le espetó en cierta ocasión que no lo había convocado para leer.
«De niño me gustaba el colegio y me gustaba estudiar… Luego, en Zaragoza, empecé a conocer a escritores y la infección fue a más; durante los muchos años que fui jugador profesional viví esa dicotomía, era un personaje demediado, por un lado era alguien popular y por otro tenía una vida íntima alrededor de los libros», ha recordado.
«Angelópolis» también trata sobre, en palabras de Pardeza, la «quiebra durísima» que supone el punto final de la carrera profesional de un futbolista, de «alguien que se ve obligado a ser otra persona; algo que muchos no consiguen porque es una edad muy complicada, se es joven para muchas cosas pero mayor para otras».
En efecto, fue un proceso complicado porque, en el plano de los estudios de Filología, sus compañeros le llevaban diez años de ventaja, y el optó por centrar sus investigaciones académicas en César González-Ruano, un autor rodeado de un aura de malditismo que le hizo escuchar reiteradamente el consejo de que eligiera a otro autor menos problemático:
«Cuando estudias a un autor, de algún modo quedas unido a él, y sobre Ruano hay más testimonios negativos que positivos, aunque de su raza literaria no cabe ninguna duda; creo que no era tan canalla como muchos han querido ver; tenía un lado débil que a mí me ha conmovido, por más que él mismo cultivara ese prurito de dandismo y de malditismo».
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