El polifacético Miguel Sánchez-Ostiz es un escritor desaparecido. O más exacto sería decir silenciado. Obras recientes suyas como El Escarmiento y El Botín que hurgaban con poderío narrativo en lo más sórdido de la guerra civil tendrían que haberle llevado a la primera línea de la actualidad literaria, y pasaron desapercibidas. La continuidad regular de su escritura es un motivo más para que tuviera una presencia destacada en la república de las letras. Pero su empecinamiento en ignorar lo políticamente correcto le ha convertido en víctima de un sistema cultural complaciente, alérgico a reconocer el valor de la disidencia y dispuesto a jalear trivialidades de consumo. Este bronco escritor navarro sigue en sus trece, sin embargo, y sus obras logran salir a la superficie aunque sea en sellos locales (la pamplonesa editorial Pamiela que lo acoge desde hace tiempo con una encomiable perseverancia) o modestos. Resultado del azar, coinciden en pocos meses tres libros suyos de género distinto, un poemario, una nueva entrega de los diarios y un relato viajero.
Escribía Sánchez-Ostiz en Con las cartas marcadas, el dietario correspondiente a 2013, que «vivir es perder«. Este podría ser el epitafio que resume su experiencia vital tras haber cumplido los sesenta años. En esta década aún no rematada (nació en 1950) sus libros llevan a cabo algo parecido a un balance biográfico. Si antes, en la cuarentena, cuando publicó Las pirañas, en 1992, aquel duro alegato colectivo rezumaba vitalismo, energía, voluntad de intervención moral, ahora sus escritos rezuman abatimiento, tristeza, y a punto estarían de la deserción si no hubiera en él una soterrada fe en la posibilidad de cambiar el mundo y una confianza entre inalienable e ilusoria en las letras. Dicha melodía terminal impregna tanto el poemario Fingimientos y desarraigos como el dietario Rumbo a no sé dónde.
Engaño y desarraigo
Aun siendo obras de géneros diferentes, ambas comparten ese pálpito común. El título del poemario apunta inequívocamente en la dirección señalada. Fingimientos por cuanto la vida tiene de engaño. Desarraigos por la pérdida de un anclaje sólido en el mundo y por la sensación de soledad y desamparo. Los propios rótulos de algunos poemas subrayan esa valoración vital. Lo manifiesta en clave irónica «Mucho que ganar y poco que perder». Y lo dicen en sentido recto «Poema de los días de sombra», «Poema de la patraña», «Tongo» o «Elogio del ir a contrapelo». El enunciado del poema que cierra el libro no por casualidad apunta a un arqueo de caja de la vida: «Liquidación por derribo».
Es la de Sánchez-Ostiz una poesía moral, más atenta al pensamiento y al contenido filosófico que a la hermosura de la dicción. El verso libre narrativo, apropiado a las urgencias emocionales y existenciales, se vertebra en torno a un eje, el de «la vieja y venenosa pregunta, de intención torcida siempre», que aflora en «Mi vida entre líneas»: «A ver qué he hecho con mi vida…». Los poemas dan respuesta a esta capital cuestión del autor como ciudadano y como escritor. Por ello otorga destacada importancia al imperativo de la escritura. En «Elogio del ilusionismo» expone con un sarcasmo lo que podría ser una trampa salvadora: «Qué mayor arte que saber jugar / a dos barajas con una sola mano, / convertir la impostura en verdad revelada, / hacer fuerte la moneda falsa / con sólo pasarla». Pero la ironía la rebate con un par de afirmaciones encadenadas de «Mucho que ganar…»: «Escribir de una vez por todas una verdad, una sola, / esa que te aísle y te aleje…» y «Escribe y sé definitivamente traidor / o rebelde a tu tribu y a sus leyes, / a todas las tribus, leyes y creencias sordas / porque, digas lo que digas / las cumples de continuo, lacayuno».
La sensación de fracaso preside todo el poemario. La vida, para Sánchez-Ostiz, es una competición sin sentido ni recompensa. En un poema refuta sin concesiones la divisa heráldica de Camilo José Cela, «El que resiste gana»: «Al que resiste también lo desmontan / de manera violenta o le dan caza, / o su misma sombra le atrapa / en el bosque de su vida». Así que solo queda una profunda desesperanza: «Calafateo un negro barco hacia el olvido, / un velero sin velas ni remos / con ir a la deriva / a merced de la corriente, basta». En fin, el poema «Leyendo a Max Aub» sintetiza con su diálogo nervioso el torturado sentimiento existencialista de este Sánchez-Ostiz en la sesentena:
—¡Agárrala! ¡Agárrala!
—¿A quién?
—¿A quién va a ser…?
¡A la vida que se escapa!
—¿Por dónde?
—Por las solapas
—No… ¡¿Por dónde escapa, por dónde?¡
—Ya está lejos, ya se ha ido
Por si fuera poco, obsérvese la cita ajena que encabeza estos versos inspirados en un pasaje de La gallina ciega aubiana: «Vidas echadas a perder».
Jugar y perder
Un acorde semejante subyace en Rumbo a no sé dónde, el diario que arranca en diciembre de 2014 y se prolonga hasta un año después. En el mes de enero apunta: «A cierta edad la realidad es que has jugado y has perdido. Todo lo demás es un disco rayado o una foto fija ya muy manoseada». En noviembre escribe: «No hay tiempo. Se ha hecho tarde y como escritor no tengo ya mucho que esperar y menos que perder. Jugué y perdí, y de paso siento que eché la vida a perder, algo más que unos cuantos miles de páginas que el tiempo ha convertido en hojarasca, en letra muerta de hemeroteca…». Y en el mes que cierra el año apuntala: en otro tiempo «creo que tenía todavía alguna esperanza en el destino de mi escritura. […] Sé que he perdido mi vida en un combate inútil, suene esto como suene, que ya me da igual».
Semejante franqueza autoriza la visión negativa del mundo literario que certifican sus apuntes. Arremete sin morderse la lengua contra la farsa comercial de la literatura a propósito del rescate de Los caprichos de la suerte, un inédito insustancial de su admirado Baroja, en quien es un reconocido experto. Descalifica a Dolores Redondo por falsear el escenario de su entrañado Baztán en unas novelas que son «basura literaria (e ideológica sobre todo)«. Se rebota contra la mercantilización de la memoria histórica que aprecia en Javier Cercas. Todo el diario está marcado por la impronta belicosa del autor. Y frente a estas denuncias pone muy discutibles ejemplos de independencia (Juan Goytisolo) y de valor (Suso de Toro). Lógicamente, el libro de Gregorio Morán sobre el mandarinato cultural merece sus mayores parabienes. Entre los autores a cuya causa se suma figura Rafael Chirbes.
El circo cultural tiene importancia en la escritura vibrante de Sánchez-Ostiz, pero no deja de ser otra cosa que una parte de una degradación colectiva mayor, política, institucional, moral. Una y otra vez denuncia la pervivencia del franquismo, los modos autoritarios del gobierno, heredero de los golpistas del 36, la represión y abusos policiales, la existencia de víctimas del terrorismo de Estado, el «montaje» para castigar al activista violento «Alfon», las desmesuras del código penal, la degradación judicial o los microfascismos. Lo hace al hilo de sucesos inmediatos y de informaciones de prensa que suelen proceder de digitales vinculados con la izquierda, eldiario.es y público, y su imagen de la España actual no puede ser más negativa: «país de tartufos…, no, país gobernado por canallas», el reino de la impunidad.
Justo el extremismo o la falta de juicio sereno en las apreciaciones es lo más discutible de Sánchez-Ostiz. O cierra filas o arremete, sin matices. Pero es lógico porque se trata de una escritura guerrera y enardecida que obedece a una finalidad regeneracionista. El propio autor declara los propósitos de su trabajo dentro de una indesmayable fe en la escritura: «Escribir como revancha, escribir como venganza, escribir como sea pero hacerlo, como ajuste de cuentas permanente, como alegato, como grito de socorro, como testimonio, crónica, cuenta tendida de la peor de las exploraciones, la de uno mismo, como invención, como divertimento y travesura, pero hacerlo».
Páginas de andar y ver
El diario de Sánchez-Ostiz obedece a un registro «indignado«, por utilizar el calificativo que él mismo emplea y que se corresponde, a la vez, con el espíritu del amplio movimiento social del 15M que está en el fondo de su prosa. Otro tono muy distinto, en cambio, preside Chuquiago, nombre en aimara de La Paz, la capital político-administrativa del Bolivia, país al que ha viajado repetidas veces el autor navarro y sobre el que ya ha escrito en ocasiones anteriores.
Chuquiago es un hermoso libro de viajes, un ejemplo muy notable de esa literatura de andar y ver que, después de los reportajes utilitarios del gusto de nuestros escritores sociales del medio siglo (López Salinas, Ferres, Goytisolo…), se ha inclinado por el puro arte de observar y contar. No ignora Sánchez-Ostiz la complicada situación económica, social y política del país andino, y de ello deja sobradas muestras. Sin embargo, su libro surge de una mirada seducida y con un alto grado de asombro de una ciudad enigmática. Los misterios de la ciudad y sus gentes constituyen la materia prima de la observación viajera. ¿Cómo no va a ser sorprendente un lugar donde existen zahúrdas en las que los suicidas se encierran a beber hasta la muerte, pagando por adelantado el servicio de camilleros que luego tiran el cuerpo a la calle? Así lo refiere literalmente nuestro autor. ¿Cómo no va a ser inquietante un sitio en el que a uno le raptan unos presuntos (o no presuntos) policías? Esto le ocurrió también a nuestro viajero.
Todo ello lo trasciende Sánchez-Ostiz para alcanzar una imagen representativa, real y vivenciada de La Paz. Muchas son las cosas que llevarían a un narrador menos avisado a caer en el exotismo de gusto romántico: espacios urbanos, hábitos humanos, comidas, vestuario… Entre lo testimonial y lo poemático, el autor consigue recrear en Chuquiago el alma de una ciudad misteriosa e inscribe su libro en la nómina de los mejores relatos viajeros.
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La contundencia con que se expresa Miguel Sánchez-Ostiz lo convierte en un escritor incómodo. Es el resultado de una actitud ante su oficio que él mismo señala en la última entrega de los diarios: «Escribo con asco y con odio, por completo alterado» y «mantengo mi capacidad de indignación intacta». Su beligerancia tiene un explícito propósito reformista, aunque él mismo sea consciente de su remota eficacia: «y me digo que no sé si voy a ver un cambio social y político en este país». La mayor parte de sus páginas se inscriben en la herencia del «yo acuso» zolesco; es decir, en la tradición de los autores necesarios para la salud moral de un país. Que no se haga justicia a su empeño solo corrobora el desnortamiento de la sociedad a la que fustiga.
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Autor: Miguel Sánchez-Ostiz. Título: Fingimientos y desarraigos. Editorial: Pamiela. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
Autor: Miguel Sánchez-Ostiz. Título: Rumbo a no sé dónde. Editorial: Pamiela. Venta: Amazon
Autor: Miguel Sánchez-Ostiz. Título: Chuquiago. Deriva de La Paz. Editorial: La línea del horizonte. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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