O no son todos los que están o no están todos los que son. Confesémoslo, la sola lectura del título despertó nuestro interés, aunque éste, en un primer momento, sólo estuviera motivado por el afán de cotillear —y, seguro, criticar— la subjetiva selección de ruinas con las que se ha evocado el esplendor de la Vrbs.
Para quien prefiera la ortodoxia lineal, el contenido se estructura cronológicamente, abarcando un dilatado arco temporal de unos 1200 años, desde las primeras construcciones monárquicas —el templo de Júpiter Óptimo Máximo— hasta darse fe de la última intervención realizada en el foro, en una fecha tan tardía como el año 608, con el levantamiento de la columna honorífica consagrada a Focas en el ya por aquel entonces decrépito erial que devendría Campo Vaccino.
Entre el uno y la otra no faltan ninguna de las previsibles prime donne, como las grandes basílicas o las termas de Caracalla y Diocleciano, puesto que «el verdadero prestigio y el poder descansaban en la construcción de aquellos monumentos que la gente veía y utilizaba a diario (…), que significaban algo para el pueblo», pero, aparte, también encuentran cabida algunos notorios secundarios —verbigracia, el Arco de los Argentarios o el Pórtico de los Dioses Consejeros—, que enriquecen la materia usual de publicaciones de esta naturaleza, a caballo entre guía turística y ensayo de relativa erudición, que cada dos por tres salen al mercado recogiendo los imprescindibles Greatest Hits de una señera urbe que hay que ver sí o sí.
Para recorrerlos, amén de una amplia batería de mapas y plantas, contamos con las explicaciones de un acreditado y solvente cicerone, Paul Roberts, jefe de investigación del Departamento de Antigüedades del Museo Ashmolean de Oxford, quien antaño se formase y residiera en la Ciudad Eterna, adquiriendo el gran conocimiento de causa que luce el texto; su génesis, cabe decir, se remonta dos décadas atrás con la redacción de un sucinto folleto de diez páginas (!). Heredero de la mejor tradición anglosajona relativa a la alta divulgación, su composición no resulta nada superflua pese a estar dirigida al gran público y no a colegas especializados (comienza precisamente así: «Roma, como todos sabemos, no se construyó en un día, sino en siglos»), si bien mantiene siempre el rigor académico y no desdeña ahondar en sofisticaciones cuando el menester lo requiere, como tantas veces es el caso…
«Este libro es un intento de crónica, más que simplemente de historia, de los monumentos de Roma», y de cada uno de estos se nos narra sus vicisitudes —recurriendo a las fuentes grecolatinas y/o a la información revelada por las excavaciones—, desde el tiempo y motivación de su erección hasta el momento de periclite, con curiosidades tales como que «la Pirámide de Cestio no impresionó al escritor Thomas Hardy», puesto que, a su entender, «sólo servía para señalar las tumbas de Keats y Shelley en el cercano cementerio protestante». Amén.
«Sólo en torno a la época de Constantino (…) hubiera sido posible visitar al mismo tiempo la mayoría de los monumentos aquí presentados», pero ahora sí podemos contemplar el conjunto completo, ya que «todos ellos son accesibles al público sin necesidad de permisos especiales» (¿de ahí la ausencia del Auditorio de Mecenas?). En un alarde de caballerosidad oxoniense, en la propia introducción se admite que los «trabajos arqueológicos de carácter enciclopédico, como los de Amanda Claridge y Filippo Coarelli (siguen siendo los mejores)» —y, apostillamos, droga dura sin iniciación previa—, mas nosotros les recomendamos para su Grand Tour y stendhalianos Paseos por Roma a este autor como al Virgilio que guio a Eneas, máxime por citar tantas veces a Lord Byron y tener el gusto de poner fin con un cuadro del Viaje a Italia de Goethe ante el Coliseo. ¡Vivan los románticos!
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Autor: Paul Roberts. Título: La antigua Roma en cincuenta monumentos. Traducción: Jesús Robles Moreno. Editorial: Desperta Ferro. Venta: Todos tus libros.
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