Foto: Gregori Civera
Gema es el título de la nueva novela de Milena Busquets, en la que reflexiona sobre la memoria y los recuerdos a partir de la muerte por leucemia de una amiga de la infancia. La obra se ha publicado en catalán y en castellano, y ya se puede escuchar en audiolibro y leer en soporte digital. También tiene en marcha diferentes traducciones.
—Entre la muerte de tu madre y También esto pasará (Anagrama) no pasó mucho tiempo. En este caso, entre la muerte de Gema y este libro sí han pasado muchos años. ¿Este hecho afecta a la hora de escribir?
—Desde hacía muchos años, antes de pensar en escribir También esto pasará, tenía la idea de Gema. De hecho tengo antiguas amigas que ahora que ha salido la novela me dicen: “Ya me habías contado esta historia hacía años”. Yo creo que todos tenemos historias rondándonos en la cabeza. Algunas son muy antiguas y otras han ocurrido hace poco y has de contarlas inmediatamente. Gema era una historia importante que yo tenía y tengo pendiente. Son de esos recuerdos y de esas vivencias fundacionales y que nunca resuelves, ni siquiera escribiendo un libro, que vas regresando a ellas y que de alguna forma te constituyen. El hecho de haberla tenido como amiga y luego el hecho de su muerte.
—¿Te da la sensación de que a medida que vamos cumpliendo años regresamos más al pasado?
—Yo creo que a medida que lo que nos queda de vida se va acortando cobra más importancia lo vivido. Yo no soy muy nostálgica y pienso que se ha de vivir en el presente, y además vivir intensamente en él, pero claro, si ya hemos vivido una gran parte de vida, y lo que hemos pasado ha sido muy importante, está claro que es normal volver a ello, pero no creo que sea más nostálgica que hace diez o veinte años. Siempre he sido muy vital y muy de mirar hacia adelante, pero está claro que nuestro pasado es cada vez más largo.
—Y eso que la juventud se ha alargado.
—Sí, se ha alargado, pero es una etapa corta. Tenemos esa idea de la juventud eterna y que todos tenemos que ser jóvenes hasta que nos morimos y eso que dice la gente de que «soy joven de corazón» o «soy joven de cabeza», pues yo creo que no, que la juventud es una etapa de la vida que duraba hasta los treinta; es verdad que igual ahora sí que la han alargado hasta los cuarenta, aunque no lo tengo muy claro, y es una etapa de la vida que pasa pero yo no lo veo con pena. Creo que son etapas y que es interesante. Eso quiere decir que seguimos aquí y no tengo esa idea de ¡oh, qué pena!, ¡ya pasó!, porque hubo cosas fantásticas y hubo cosas durísimas, como ahora. No miro al pasado con especial nostalgia y tampoco a la juventud. Creo que la aproveché muchísimo, que fui muy feliz y muy desgraciada y que fue muy intensa, y la vida pasa rápido y es muy corta, ya lo sabemos.
—¿Es muy importante ser fiel a la verdad en una historia como la de Gema?
—Más que fiel a la verdad, porque hay una parte de ficción en la historia, lo que hay es una cierta autenticidad, una aspiración a la honestidad. Creo que un escritor tiene casi el deber o la obligación de ser brutalmente honesto, y más si escribes sobre ti mismo. No te puedes permitir la debilidad: ya que pones el foco sobre ti, tiene que ser lo más intenso y honesto posible. Más que a la verdad, intento aspirar a la autenticidad, que la gente que lea Gema se crea lo que estoy diciendo. Para mí es una labor complicada, porque cuando empiezas a escribir te das cuenta de que hay muchas capas en uno mismo y lo que primero escribes a veces es lo más halagador, lo más fácil, y después vuelves al texto y piensas: «No acaba de ser verdad, no acaba de ser lo que realmente pasó, lo que yo sentí o lo que yo pensé o lo que pensaron los demás». Y te vas hundiendo, es una labor un poco de arqueólogo también. Me interesa mucho la honestidad, no como oposición a la mentira sino como oposición al artificio.
—Eres valiente escribiendo porque te desnudas mucho.
—Es extraño, porque por un lado escribes para los demás, pero no pensando en los demás, porque si no no escribirías ni una línea. Si empiezas a pensar en el qué dirán, qué opinarán, entonces te paralizas y no escribes, o escribes una cosa que es pura apariencia. Como escritor, te mires a ti o mires a los demás, hay que mirarlos con un foco muy luminoso para ver realmente lo que pasa, porque entre lo que somos, lo que hacemos, lo que decimos, lo que nos gustaría ser y lo que creemos que somos hay muchos matices. Cuando escribo es como que me meto en otro mundo, como que me meto en un papel de actriz y voy hasta el final completamente. Soy yo realmente. Creo que sí, que soy valiente. Si alguna virtud tengo es que soy valiente.
—Y sabes muy bien reírte de ti misma. Cosa nada fácil.
—Es importante poder reírse de uno mismo. No tiene sentido, si haces autoficción, ponerte en el centro, y no sólo eso, sino que además declaras que eres la más lista, la más sabia, la que mejor se ha comportado y la que mejor ha actuado. Eso sería una desvergüenza y una falsedad además.
—También te desnudas en cuanto a tu forma de amar. Me da la sensación, y algo te conozco, de que necesitas que te dejen mucho espacio.
—Todos somos una combinación de muchas cosas. Por un lado desear el amor bruto, el estar locamente enamorados y por otro lado que nos dejen en paz. Creo que somos una mezcla, y tal vez sea también algo de nuestra edad, pero de todas formas no creo que por amor se deban hacer demasiadas concesiones. Prefiero estar sola que estar con alguien que no me convence. Creo que el amor tiene que ser un regalo y algo verdaderamente magnífico, o si no no me interesa demasiado.
—También da la sensación (juego con la ventaja de conocerte) de que sabes terminar las relaciones. En la vida real y en este caso en el papel.
—[Ríe] Es que hemos de intentar hacer el menor daño posible a nuestro alrededor. Tratar a la gente con la máxima amabilidad y la máxima honestidad, y también cuando dejas de querer. Igual cuando dejas de querer la máxima honestidad no es necesaria, porque harías daño, pero sí con amabilidad.
—Pero no me negarás que una ya va viendo con antelación cuándo algo no funciona.
—Por supuesto, hay una parte interna tuya que dice que no, que lo escuchamos clarísimo, pero lo que pasa es que no nos gusta escucharlo, y lo escuchamos desde el principio. Hay gente que la ves a cinco metros y dices «¡no!», pero vas, te metes y te metes en un lío fenomenal, te lo pasas bien solo dos días y luego vuelves a comprobar que esta especie de intuición, inteligencia o lo que sea te vuelve a dar la razón. A veces nos equivocamos, pero pocas.
—Y vamos teniendo más intuición.
—Puede ser, o que tenemos menos tiempo. Hay cosas más apremiantes. Enamorarse está genial, pero perder el tiempo no. Quiero perder el tiempo viendo series buenas, no quiero perder el tiempo con un tío que sea un pesado o un incompetente [reímos].
—¿Alguna serie que nos recomiendes en esta época de estar en casa?
—Había oído hablar mucho de ella, y me está gustando mucho El cuento de la criada. Tardé en decidirme, porque la historia es muy dura, pero me está encantando. Elisabeth Moss es una maravilla de actriz. He tardado años, porque están en la tercera temporada, pero me está gustando mucho.
—Has hecho varias reescrituras de la novela, ¿no?
—Hice cuatro reescrituras teniendo la historia muy clara. Fue durante el confinamiento. Igual fue por eso, por estar más encerrada, tener más tiempo… Y en la última, cuando ya me habían dado el OK al texto, de repente me dije: «Esto no me gusta, tengo que volver a reescribirlo». Casi me matan. ¡Imagínate a mi agente! Tuve que reeditarlo, lo hice a mano, guardo las notas y he descubierto que soy muy perfeccionista, yo pensaba que no.
—Así que eres muy perfeccionista…
—Es bueno darlo todo e ir hasta el final de las cosas. En las relaciones, en el trabajo, en la amistad… Y si haces un huevo frito, tiene que ser el mejor que sepas hacer. En una época en la que, como vamos tan rápido, es fácil la chapuza, he descubierto que sí, que soy perfeccionista. Tendrá que ver con el confinamiento y con tener más tiempo, no lo sé.
—La memoria es muy importante en Gema. ¿Cómo eres tú: desmemoriada, o todo lo contrario?
—Un poco como todo el mundo, un poco de las dos. La verdad es que yo soy de recordar lo bueno, y ese recuerdo de estar en casa con mis dos hijos me dio una sensación como de arca de Noé. Estábamos juntos, cocinamos, que casi nunca cocinamos, y buscando recetas, viendo series… Por supuesto que hubo momentos duros. El abuelo de uno de mis hijos se murió de coronavirus, pero lo vivimos muy juntos. Yo tengo un piso muy pequeño y muy cálido, y la sensación de “estamos en el mismo barco”, no solo yo y mis hijos, evidentemente, sino todos, fue increíble. Intento quedarme con lo bueno, porque hubo miedo, mucha incertidumbre, no sabíamos bien qué pasaba… Es verdad que yo soy muy madre italiana, muy mamma y gallina clueca, tener a mis hijos juntos.
—Recuerdo varias charlas con tu madre, y era de esas mujeres que dejan huella [Esther Tusquets]. Te lo habrán dicho mucho, pero es que era una mujer con la que se podía hablar de todo y era muy entretenida e inteligente.
—Es verdad. Era así. Yo creo que nunca te olvidas de mujeres así.
—¿Va a haber una película basada en También esto pasará?
—Eso dicen, no sé yo. Se compraron los derechos hace tiempo, luego se hizo un guion, que me leí; después un segundo guion, porque cambió de productora, y sí, llevan un tiempo rodando.
—¿Te has involucrado en la película?
—No, no me he involucrado porque tengo una agente de la que me fio mucho y porque el trabajo de escritor es escribir el libro, el mejor libro posible y que el libro eche a volar, que tenga su vida, y creo que la película podría ser divertido observan cómo ven el libro… pero no, mi trabajo es escribir, que ya me cuesta lo mío.
—¿Y sabes quién hará de ti ?
—¡No! (risas). Supongo que me lo irán diciendo, pero supongo que en una película el que ha escrito el libro será el último mono. Yo me centro en lo mío, pero será divertido ir a verla con mis hijos, ver cómo salen ellos… Poner una película en pie es muy difícil. Es lo contrario a un libro, que es algo que puedes hacer humildemente tú sola, sentada en tu casa con un ordenador… Una película es un mundo.
—¿Necesitas un tiempo, o ya estás con alguna idea para otra novela?
—Justo cuando acabé Gema, que es breve, tenía una idea y ahora estoy escribiendo otra cosa ya. Es como que hubiera acabado Gema y siguiera con el impulso de escribir. El acto de escribir es una rutina, una gimnasia, y justo se me ocurrió una idea y he aprovechado el impulso. Me lo estoy pasando bien. Estos días he interrumpido un poco la escritura por la promoción pero yo creo que en un año o menos lo tendré.
—Sin destripar nada, pero el final de Gema es muy bueno. Deja esa ambigüedad tan interesante.
—Si, soy bastante buena en los principios y en los finales.
—¿Suelen salirte a la primera, o los cambias mucho?
—Los cambio mucho. A veces salen desde el principio, pero normalmente los cambio. Gema empezaba y acababa de diferentes formas. Lo mío engaña, porque como es una escritura que quiero que quede de forma muy natural, como si hablase yo, la gente se piensa que me sale muy fácil, y sí, hay una cierta facilidad, porque si no no me dedicaría a esto, pero más que facilidad hay mucho trabajo. Bajo esta aparente ligereza o facilidad hay que depurar, quitar, ver lo que no es transcendente, lo que puede ser cursi, narcisista…
—He visto por las entrevistas que te han hecho que También esto pasará no ha eclipsado a Gema.
—Sí, es verdad. ¡Lo he conseguido!
—Y no suele ser fácil tras un éxito tan rotundo.
—No lo he buscado, pero entiendo que los periodistas os habéis dado cuenta de que hay una evolución, ha pasado un tiempo. No ha sido premeditado dejar esos años entre novela y novela, pero entre viajes y promoción por México, Japón, Alemania… necesité un tiempo para aterrizar y después estos tres años de escritura. Yo tenía miedo de que el referente de También esto pasará pesase mucho. De alguna manera la voz es reconocible, pero hay una evolución.
—¿Te importaba mucho ser exacta recordando los hechos?
—En el caso de Gema me importaba mucho. Creía que la historia era suficientemente trágica, y ella no se podía defender, y quería ser fiel a mi recuerdo, pero en lo demás no me importaba tanto, porque creo que un escritor es una mezcla de memoria e imaginación. En cada libro la dosis puede cambiar un poco, pero esos son los ingredientes.
—La memoria es muy selectiva. Momentos fugaces los recordamos con intensidad mientras que muchos se borran sin saber bien el motivo.
—Eso es interesante, porque de alguna manera esas son las imágenes que nos constituyen. Si todo tuviera el mismo peso acabaría siendo insoportable. Yo creo que hay acontecimientos de nuestra vida que sí que recordamos con más fuerza, por lo que sea. A veces está bien indagar por qué y a veces está bien dejarlos ir.
—Perder a un hijo es el mayor miedo que tenemos los padres.
—Sí, es un miedo terrible ante lo irrecuperable. Todo tiene solución, menos la muerte.
—Dices en la novela que todos tenemos un atardecer. ¿El tuyo es Cadaqués?
—Sí, el mío es Cadaqués, sin duda.
—¿Durante el confinamiento fuiste capaz de leer? Muchos escritores dicen que les fue casi imposible o muy difícil.
—Sí, pude leer, ver series, hacer yoga, meditación… Trasladé el exterior al interior. No dejé de leer. Leí intensamente a Virginia Woolf.
—¿Tú crees que hemos aprendido algo?
—Sí, yo creo que hemos aprendido a aprender a cuidar más a los demás y a darnos cuenta de lo muy vulnerables que somos todos.
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