Foto: Arthur Ribeiro.
Despojarse una y otra vez de sí mismos para, incansables, continuar buscándose. Este es el impulso que mueve a Tristán, Bruna y Argenis, la joven trieja protagonista de Tan jóvenes y la pena, primera novela del moralejano Millanes Rivas (Cáceres, 1994). El autor, que señala el teatro costumbrista, el arte fluxus y el pensamiento queer como sus principales fuentes de inspiración, relata aquí la historia de tres veinteañeros que, a raíz de la muerte del padre del primero, abandonan temporalmente la ciudad de Barcelona para asistir a su sepelio en un pueblo castellano.
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—Tan jóvenes y la pena es una novela que tiene mucho de generacional. Entiendo que la escritura del texto respondió a un impulso creativo, pero también a una necesidad de plasmar la desorientación vital que sufrías a tus 25, momento en que comenzaste a trabajar en el libro. ¿Cuál es la semilla de esta historia, en qué contexto surge y cuánto hay en ella de autobiográfico?
—De algún modo quería armar un texto con todo mi ideario estético y político. Entonces estaba trabajando en un McDonald’s, con mucha bajona y compartiendo mi vida con gente que estaba en situaciones muy similares a la mía, fueran o no de mi misma edad. Me cogí una semana de vacaciones y llegué al pueblo. Entonces llovía, era enero. Por las mañanas tomaba café con mi madre y mis tías. Fui una tarde al Museo Vostell Malpartida, en Cáceres, y eso tuvo mucho que ver. Empecé a escribir y de vuelta a Barcelona me dije: “esto va hacia algún lado”, y lo estructuré parafraseando los elementos de la tragedia clásica.
—La novela está dividida en tres grandes bloques: El becerro de oro, El ángel exterminador y El quejido. ¿Cuál es la razón de ser de estos títulos y de qué manera introducen lo relatado en la novela?
—Todos los episodios tienen dos tramas principales que los vertebran y que al final de los mismos sirven para explicarse la una a la otra. Los nombré con conceptos reconocibles que, además, sirvieran para añadir capas de significado a estas tramas. En el primero de los episodios, la familia de los Morao tiene que gestionar la herencia del padre, que acaba de morir, y de ella forma parte la mascota del hombre, que es una cabra; esta figura de la cabra servirá como modelo de la presencia paterna en esta nueva familia, una adoración que, como en el relato del Éxodo, representa lo irrepresentable y desencadena de alguna manera los pecados familiares. Para el segundo episodio me apoyé en el título de Buñuel, por la simbología del mismo y porque la figura de los ángeles me acompaña mucho a la hora de pensar en los personajes y los acontecimientos. Por último, el tercer episodio es una ruptura narrativa que ahonda en los orígenes a través de un lenguaje más poético; es un quejido el que escuchó la trieja protagonista al encontrarse, pero también es un quejido con el que iniciamos la vida.
—El lenguaje teatral y las herramientas propias de las artes escénicas están presentes en el texto en todo momento. Desde el prefacio de la obra, que lleva por título Parodos, hasta las intervenciones de cada personaje, escritas a la manera de diálogos teatrales. ¿Por qué cuenta el teatro con tanto protagonismo en Tan jóvenes y la pena?
—El texto teatral nos sitúa en un limbo genérico: es literatura, pero dicho texto no está vivo hasta que no es cuerpo. Eso ocurre con Tan jóvenes y la pena, que si bien es narrativa, para mí está cerca de ser una propuesta teatral imposible. No solo se apoya en los diálogos, en las acotaciones o en la poesía, sino que busca generar todo el tiempo una arquitectura, un mundo físico que sólo existe a través de este libro-objeto donde se arman diferentes parajes un poco en busca de cuerpos, diría yo.
—Hay una decisión narrativa en Tan jóvenes y la pena que funciona a la manera de un gesto político: la escasísima descripción física de Tristán, Bruna y Argenis. Por su parte, el narrador omnisciente toma también partido en esta decisión, refiriéndose siempre a ellas en femenino y obligando así al lector a replantearse la manera en que se imagina al trío protagonista. Háblame de esto.
—Madre mía, aquí me gustaría hablar de muchísimas cosas. Hay un posicionamiento político en mi habla y en mi escritura que quiere dar cabida a realidades que tengo cerca de mí y que me cuestiono si están siendo correctamente nombradas. Y también que cuestione esos otros relatos hegemónicos. En este libro he tomado la decisión de utilizar el femenino como una sustitución del neutro, lo que genera a veces unas confusiones muy interesantes en tanto que lo único que hace es ocupar el espacio que el masculino tiene en la academia y que damos por sentado. En cuanto a los personajes, sí que están descritos con aquellos elementos que creo que tienen un significado político en el espacio en el que se mueven. Por ejemplo, sí importa que Argenis tenga el pelo largo; también importa que Bruna sea una chica menuda y rubia; o que Tristán sea un hombre.
—Los dos primeros bloques de la novela, El becerro de oro y El ángel exterminador, centrados en Tristán y en Bruna respectivamente, tienen una estructura narrativa más clara: la narración, más o menos cronológica, del episodio que cada uno de ellos “protagoniza” durante su estancia en el pueblo. El tercero, sin embargo, El quejido, tiene a Argenis como protagonista, pero dispara en muchas más direcciones, huyendo, por ejemplo, de la narración cronológica, apostando más por la abstracción en ciertos pasajes o escapando por momentos de la trama principal para abordar el origen de determinados acontecimientos que suceden. ¿Por qué esta “ruptura” en el tercer y último bloque?
—Porque los episodios están muy ligados a los personajes que los lideran. Y Argenis es un personaje completamente diferente a todos los que desfilan por el libro. Argenis viene de un mundo con sus propias reglas, más preciosista, más mitológico; de esta manera, El quejido también sigue un modelo independiente. Además de esto, ahonda en el origen constantemente como respuesta a la moira, al destino.
—Otro de los grandes temas de la novela es “la paz de la nada”: la novela comienza en el momento en que Tristán, Bruna y Argenis abandonan Barcelona y, por una causa mayor, se trasladan al pueblo del primero, terminando el hogar familiar de Tristán por tornarse, en cierta manera, refugio para ellos. ¿De qué manera alimenta este “éxodo urbano” a los personajes?
—No creo que sea una apuesta del mundo rural frente al mundo urbano. Para Tristán, el pueblo es volver a un conflicto familiar. Para Bruna, es una alternativa a una vida que no le está haciendo tan feliz como se supone que deberíamos estar cuando tenemos todo lo que queremos. Por último, de nuevo el caso de Argenis es diferente: “Son tus huellas el camino y nada más”, que dice Machado.
—La colaboración, los cuidados y, de alguna manera, la “comunión”. Tres factores que vertebran toda la novela y que son tabla de salvación para estos jóvenes y sus penas. Me gustaría que me hablases sobre el concepto tan amplio del amor que tienen los personajes de tu novela.
—Esta pregunta es muy bonita. Una de las lecturas básicas que podemos hacer de la novela es la alternativa de los nuevos modelos familiares sobre el modelo tradicional nuclear. Frente a lo que supone la familia de los Morao (la de Tristán), hay otra familia con unos roles diferentes y con una comunicación diferente, que es la que constituye la trieja protagonista. Antes de que dé comienzo la novela, hay un modelo familiar basado en unos valores que a Tristán, con quien comenzamos la historia, no le valen ya para poder explicar su vida, y que incluso le llevan a perpetuar errores que ya habían cometido sus ancestros. Sí encuentra, en cambio, en Bruna y Argenis una comprensión y un amor que conforman estos cuidados de los que hablas. De alguna manera, creo que la muerte del padre es necesaria para que el resto de la familia pueda hablar.
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Autor: Millanes Rivas. Título: Tan jóvenes y la pena. Editorial: Dieci6. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
¿Trieja? Pues he consultado el DRAE y no recoge tal vocablo.