Imaginación activa / Imaginación musical (Editorial Manuscritos, 2017) y Jung y la imaginación alquímica (Atalanta, 2022) son dos libros distintos, aunque complementarios, que pueden y deben ser leídos al unísono por todos aquellos interesados en conocer de manera rigurosa e inteligible la aportación del psicoanalista suizo: tanto a la Historia del Pensamiento, por su original propuesta de aproximación al conocimiento del meollo íntimo y último de la realidad humana, como a la psicología profunda por sus fines de cura.
El primer volumen abarca diversos trabajos, tanto del eremita de Bollingen como de discípulas tan significadas como Marie Louise von Franz (1915-1998) y Barbara Hannah (1891-1986). La edición, excelente, incluye un DVD con la película del psicoanalista junguiano, residente en Zurich, Christian Tauber: Imaginación musical, una exploración en lo inconsciente. La clave de bóveda de este grupo de artículos es el concepto de “imaginación activa”: una forma de confrontación dialéctica con lo inconsciente descubierta por Jung en 1916 en el trabajo realizado sobre sí mismo (Von Franz).
Freud (1856-1939) había puesto los cimientos para abordar ese nuevo continente que conocemos como “lo inconsciente” y que Lacan (1901-1981), acertadamente, describió como lo no sabido de un saber… un saber que no tiene un sujeto que sepa… Como herramienta de acceso primero fueron utilizados los sueños, vía privilegiada a la que se calificó de “regia”, pero pronto hubo que postular metodologías más refinadas y audaces de exploración. Jung (1875-1961) mismo señaló: consideramos a lo inconsciente como algo psíquico, pero su naturaleza real es tan difícil de reconocer como la de la materia.
Es preciso señalar que nada de esto ocurría en el vacío, y que la imaginación activa poseía una ilustre genealogía, procedente de la tradición teosófica cristiana posterior al Renacimiento (Böhme, Swedenborg), siendo considerada un órgano del alma que permitía a la humanidad establecer una comunicación cognitiva y visionaria con el mundo intermedio. Coleridge (1772-1834) distinguió ya en su momento entre el entorno imaginal y las meras fantasías subjetivas vinculadas al subconsciente. Y es que como señala Von Franz: toda fantasía que esté al servicio de un deseo del yo, evidentemente no tiene nada que ver con la imaginación activa. Que exige una pureza ética de la intención.
Sin embargo, la Magia trabaja con supuestos muy similares, ergo la herramienta es peligrosa (“a most dangerous method…”) Nos encontramos pues con una variante de una técnica de meditación de origen inmemorial, un acto creador de liberación que se realiza a través de los símbolos (Von Franz).
Raff, psicoanalista residente en Denver (Colorado) y discípulo de la autora citada, aborda en su libro la “imaginación alquímica”; una variante especialmente cualificada de imaginación activa. Subrayando cómo el arte alquímico y sus alegorías son el drama de nuestras propias almas, en el que se representa el proceso de individuación en la rueda de la vida. La problemática básica del hombre contemporáneo, la crisis antropológica que resulta del advenimiento del nihilismo, puesta de manifiesto durante finales del siglo XIX y el siglo XX, encontró en la cura psicoanalítica una propuesta de solución. O quizá, más bien, un provisional remiendo.
La Psique incluye la mente consciente y lo inconsciente; lugar de lugares este último donde encontramos complejos y arquetipos, entre otras criaturas nocturnas. El Yo está en el centro de la mente consciente, pero su orden es una farsa que un complejo puede desbaratar con facilidad. Y aquí hubo que recurrir al sí-mismo, la piedra de toque de la psicología profunda en su variante junguiana. Para hacer manifiesto al sí-mismo, la unión de lo consciente (masculino) y lo inconsciente (femenino), al que se le otorgó una condición latente, fue necesario recurrir a un mecanismo psicológico que Jung llamó la “función trascendente”, que posibilitaba la unión entre los opuestos.
El libro colectivo sobre la imaginación activa antes citado contiene un artículo, precisamente de Jung, consagrado a este concepto originado en 1916 que su propio autor comenta y revisa en 1959, a dos años de su muerte, donde afirma que “la psicología, en su significado más profundo, es autoconocimiento”.
Lo imaginario no es irreal y el camino de la naturaleza se guía por la sabiduría (Sofía), la forma femenina de Dios: una mente interior.
Jeffrey Raff parte del supuesto que las imágenes alquímicas representan simbólicamente experiencias y estados psicológicos. No son simples metáforas de acontecimientos de la vida cotidiana o incluso de experiencias analíticas. A partir de aquí pues, y ese será el motivo fundamental de su obra, la alquimia se convertirá en un modelo que refleja los trabajos de exploración, cura y transformación de la psique. Y recalca: no me interesa Jung en su totalidad, sino sólo los aspectos de su obra que aclaran el significado espiritual de los símbolos alquímicos. Dicho de otro modo, exploro las imágenes alquímicas para comprender la experiencia interior, y exploro a Jung para comprender las imágenes alquímicas.
La realidad superior sólo puede entenderse imaginalmente, los emblemas son pues expresión profunda de la imaginación alquímica que puede considerarse análoga, en sus fases y procesos como Obra, a la creación del sí-mismo. Para ello Raff ha escogido fundamentalmente un tratado sobre la “piedra filosofal”, el denominado Libro de Lambspring (1607, Salzburgo) de Nicholas Barnaud Delphinas (1538-1604). Escritor francés protestante que practicó la medicina y la alquimia, formó parte de los Monarcómacos y conectó, probablemente en Praga, con practicantes del Arte situados en la órbita de John Dee (1527-1609) y Edward Kelley (1555-1598).
El libro está compuesto por 15 figuras que servirán para ilustrar el capítulo dedicado a la creación del sí-mismo, sin duda el más importante, que son minuciosamente explicadas al lector.
La espiritualidad alquímica ve al ser humano como el centro de la existencia, humana y divina, e intenta desarrollar su potencial. La alquimia, asevera Raff, aspira a la unión de materia y espíritu, con el resultado de que el cuerpo se convierte en espíritu y el espíritu en cuerpo, y se establece una unión de opuestos que libera el cuerpo de las ataduras de la muerte.
Para obtener la Obra —en todo momento seguimos al autor es precisa la revelación. No bastan lecturas, ni razonamientos. La imaginación es el medio por el cual se adquiere conocimiento interior; y en el encuentro imaginal con las figuras interiores se manifiesta la Gnosis. El principio de toda acción mágica es una imaginación poderosa, la persona individuada vive en el mundo de la imaginación activa.
Más allá de lo psíquico, especula Raff, existe un estado al que he llamado “lo psicoide”. En él se da un profundo impacto en el cuerpo y la mente, junto con la sensación de que la figura procede del exterior de la psique.
No debemos sustituir a lectura detenida de los textos, ni la contemplación meditativa de las imágenes con nuestras palabras. La manifestación del sí-mismo se da en fases y conoce tres conjunciones. En la tercera fase nos encontramos ya en el ámbito de lo transíquico, en el umbral de lo puramente espiritual: la tercera conjunción vincula al sí-mismo individual con el mundo divino. Lo primero es hacer manifiesto el sí-mismo. El yo, alcanzado el primer nivel de unión con lo inconsciente, ha de prestar a partir de ahora atención a su voz interior.
El libro analiza también y expone sintéticamente los presupuestos básicos de los saberes iniciales del rosacrucismo, en el apartado dedicado a la alquimia interior.
Dos libros pues muy recomendables que ponen al alcance del hombre contemporáneo elementos que le servirán de ayuda para poder eludir las acechanzas de una edad terminal. Finalizamos con unas significativas palabras de Jeffrey Raff:
Ni la manifestación del sí-mismo ni la unión con el aliado son fases utópicas, idealistas e inalcanzables, sino experiencias reales que podemos llegar a tener por nuestros propios medios, siempre y cuando hagamos el esfuerzo necesario.
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