Para Mircea Cărtărescu el mundo fue siempre un lugar lejano que él podría conjurar leyendo. Desde muy pequeño, dedicaba entre seis y ocho horas al día a leer. Hijo de un matrimonio campesino reconvertido en clase obrera en la Bucarest de Nicolae Ceaușescu, Mircea se instaló desde muy pronto en el silencioso acto de la escritura. En la habitación de su obra levantó su propio mundo, un universo desbocado del que llega El ala izquierda (Impedimenta), un volumen que abre Cegador, la monumental trilogía en forma de mariposa que la crítica considera el libro definitivo del rumano y que el sello Impedimenta ha traducido al castellano.
Con un pie siempre en las quinielas del Nobel, Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956) se ha trepado a la notoriedad literaria fuera de su país con la publicación en castellano de su obra. Convencido de la potencia de su escritura, el editor Enrique Redel, de Impedimenta, decidió hace ya unos años apostarlo todo a la obra del rumano, cuya traducción ha estado a cargo de Marian Ochoa de Eribe, una pieza fundamental dentro de la relojería literaria del autor de libros en ocasiones excesivos como Solenoide o fulminantes como Nostalgia, aquel volumen de ocho relatos con el que dio el salto de la poesía a la narrativa.
Sus libros, dice Cărtărescu, son órganos de su cuerpo. En ellos lo vital y lo alucinatorio se relevan cual sístole y diástole de un mismo corazón poético. En la obra de Cărtărescu lo corporal y lo sensible producen un influjo singular que puede llegar a aflojar el estómago al mismo tiempo que la imaginación. En el caso de El ala izquierda todavía más, pues en sus páginas hace de la transformación de un profesor universitario en ácaro la ocasión propicia para armar su propio diluvio estético. El lento proceso de la metamorfosis se disemina en una descripción a todas luces autobiográfica de una Bucarest amplificada por la fantasía.
Sin llegar a lo que ocurre en su novela Solenoide, El ala izquierda discurre, mejor dicho, se desparrama en la prosa poética. En estas páginas la lógica de la ficción está impresa no en la trama sino en el lenguaje. En sus libros lo que acontece es el lenguaje. Lo ha dicho varias veces, incluyendo esta conversación: más que novelista, Mircea Cărtărescu se considera un escritor de textos. O al menos así lo explica con esas palabras pronunciadas con un acento a mitad de camino entre el italiano y el eslavo.
Cărtărescu tiene los ojos oscuros, el cabello despeinado y una sonrisa de a pedacitos. No es muy modesto, aunque tampoco por eso se puede decir que sea un pagado de sí mismo ni mucho menos. Se trata, más bien, de un hombre acostumbrado a no salir de su obra. Con apenas 18 años ya era poeta. En una sociedad donde la voluntad individual resultaba tan subversiva como cualquier revuelta, Cărtărescu mantuvo su yo como un santuario. En el concierto aplastante del comunismo —los mismos empleos, los mismos lugares, las mismas pocas cosas—, él compuso las páginas de sus libros como una partitura inagotable. Esa tormenta que desata el aleteo de una mariposa que explota como un prodigio de la poesía en el vuelo de su insignificancia.
—Este libro parte de la imagen de la mariposa, un cuerpo simétrico. ¿Hasta qué punto El ala izquierda guarda relación con la idea del doble, que ya trabajó en Orbitor?
—Para ser la primera pregunta es difícil, pero la intuición tiene algo de eso. Está poniendo en relación mi escritura con una de las influencias más fueres que he tenido, el romanticismo alemán. Hoffmann y otros autores abrazaron con mucha intensidad el motivo del doble. Uno de los aspectos que, junto con el núcleo del hermafrodita, forma parte de los dos elementos más importantes de mi escritura. Para empezar, Bucarest actúa como mi doble, porque en realidad esa ciudad llamada Bucarest tiene muy poco que ver con la que aparece en mis textos. La Bucarest de la que yo he escrito es orgánica, existe de otra forma.
—Nostalgia es su primera obra en prosa, es una obra de juventud. Transmite que la literatura crea un nuevo mundo. Se parece en ese sentido a El ala izquierda.
—Cuando escribí los relatos de Nostalgia no pretendía escribir un texto redondo. Escribía entonces para mis amigos, que formaban entonces mi círculo literario. Nos reuníamos cada semana y nos leíamos lo que habíamos escrito. Esos cinco relatos de Nostalgia los leí a mis amigos antes. Entonces no me había dado cuenta de que constituían un libro. Luego, para mi asombro, observé que tenían una cierta coherencia. Tenían un hilo subterráneo: los símbolos. Sólo después de publicar este libro, que aparece en el orden exacto en el que los escribí, me di cuenta de que constituían una unidad. En efecto, fue mi primer libro y el que me convenció definitivamente para escribir en prosa y continuar por esa senda. Hasta entonces, había escrito seis libros de poesía.
—Usted ha cultivado el diario desde muy pronto. Tiene, entiendo, alrededor de 1.500 páginas. ¿Cegador procede de ahí?
—El diario es un texto independiente de mi obra, pero es cierto que de ellos se derivan la sustancia de los demás libros, incluido El ala izquierda. Desde que recuerdo escribo diarios. Es el forro de mis ropas literarias: están más cerca de mi piel que mis libros. Todos los días escribo en mi diario y publico esos textos en Rumanía. Hasta ahora he publicado cuatro volúmenes. Lo hago cada siete años.
—¿Cegador es un órgano de su cuerpo? ¿Actúa por sí solo?
—Todos mis libros son órganos de mi cuerpo literario, pero no todos tienen la misma importancia. Unos son vitales y otros parecen insignificantes, como el dedo pequeño del pie. Aunque sea poco relevante… ¿te gustaría que lo contaran? No, ¿verdad? Eso es lo que ocurre con mis libros. Hasta el último es importante. En una flota de barcos hasta las chalupas son importantes.
—Según esa lógica, El ala izquierda y Cegador serían los galeones de la flota Cărtărescu.
—Sí, a su manera. Pero, insisto, hasta el poema más breve es importante. Todos mis libros lo son, al menos para mí. En mi caso lo son Nostalgia, Orbitor, Cegador y Solenoide. Esos son los importantes.
—Si la madre es el centro de la mariposa de El ala izquierda, ¿hasta qué punto Bucarest es también el origen, la madre?
—Mi madre venía del campo, y llegó a Bucarest con la industrialización forzada de la época comunista, pero ella se construyó en el centro de Bucarest un pueblito. No entendía la metrópolis. Durante 50 años se ha movido por esas mismas callejuelas: un triángulo formado por tres cines. Siempre le gustaron las películas —dice el poeta, sin hacer apenas pausas—. En ese triángulo por el que ella se movía estaban las tiendas donde hacía las compras. Hasta que tuve 18 años y fui a la universidad, también viví en ese pueblecito construido dentro de la ciudad. Ni siquiera ahora conozco demasiado Bucarest. Mi mujer, que es de Transilvania, la conoce mejor yo. Y justo por eso, porque no la conozco, me he inventado mi propia Bucarest.
—El comunismo es transversal en su obra. ¿La pulsión violenta de El ala izquierda proviene del comunismo? ¿Lo simboliza?
—Mi libro se vuelve más político a medida que avanza. En el primer volumen no hay elementos explícitamente políticos, sólo hay algunas alusiones puntuales. Sin embargo, el segundo volumen sí propone una radiografía de la Bucarest comunista, y el tercer volumen ya es un panfleto satírico en contra del comunismo. Mi padre también venía de un pueblo. Entró en las escuelas estalinistas del partido, fue adoctrinado. Creyó firmemente en las teorías marxistas y luego se dio cuenta de que el comunismo rumano no tenía que ver con el marxismo, que provenía directamente del fascismo. Entonces se vio terriblemente decepcionado y cuando llegó el fin de la revolución, quemó el carné del partido. Esta tragedia de mi padre la he reflejado en toda la situación del comunismo.
—Usted no se plantea si escribe novelas, cuentos o textos: es prosa. Sin embargo, su relación con la poesía es distinta. Es una voz directa, esencial, como lo es el lenguaje infantil.
—Durante muchos años busqué mi voz literaria, y la encontré después de muchas búsquedas. Hoy en día estoy mucho más seguro de mi capacidad para elaborar las frases de lo que estaba en mi juventud. Desde ese punto de vista, mis libros están mejor escritos que Nostalgia. Pero, al mismo tiempo, siento que sigo siendo el mismo, y no sólo frente a mis primeros textos publicados, sino con respecto a los primeros ensayos que escribí y que, de hecho, acabé tirando. Pero incluso en esos textos que tiré me di cuenta de que mis temas, mis obsesiones y fantasías siguen siendo las mismas. Permanecen en todo lo que escribo.
—¿Cuándo comenzó su relación con la literatura?
—Comenzó con la lectura. Desde que aprendí a leer, de niño, he sido un apasionado lector. En mi casa no había biblioteca. Mis padres no tenían tal cosa como eso. Había cinco libros o seis. No sé ni siquiera cómo acabaron en nuestra casa, pero yo me los sabía de memoria. Incluso antes de comenzar a escribir, jugaba con ellos como lo hacen las niñas con las muñecas. Cuando comencé a leer entré en mi verdadero mundo.
—Hay algo de Proust en El ala izquierda. ¿Cuál es su relación con él?
—Entiendo a lo que se refiere. Proust puede resultar a veces aburrido, y no creo que nadie lo haya leído exhaustivamente y, sin embargo, sigue siendo un autor fundamental, porque fue el primero que escribió un texto coherente sobre la sensibilidad humana, desde todas las perspectivas y puntos de vista posibles. Ni siquiera lo incluiría entre los autores que incidieron en mí, pero lo respeto profundamente por la locura que llevó a cabo: dos mil páginas de sensibilidad pura.
—¿Por qué cree que en España los lectores se han entregado a su obra con tanto ímpetu? ¿Qué siente hacia los lectores en español?
—El éxito de un libro en otro país tiene que ver, por un lado, con una casualidad, y al mismo tiempo, con elementos más profundos. En España he tenido un comienzo de éxito, pero en Francia no he tenido ninguno. ¿Cómo se explica eso? Pues creo que por una feliz casualidad. En España he encontrado un editor que cree en mí y una traductora que me gusta. A eso se añaden otros elementos. Por ejemplo, una mayor apertura de los lectores del mundo hispánico hacia la fantasía. Los lectores latinoamericanos crecieron en la fantasía, mientras que los franceses están habituados a otras historias: las relaciones sociales, de amor, etc. Eso puede que sea una razón y luego, claro, están los imponderables.
—A usted le interesa Ernesto Sábato, ¿no?
—Me interesan escritores de todo tipo y Sábato es uno de ellos.
—¿Por qué el argentino?
—Escribió muy poco, y de lo poco que escribió ha quedado todavía menos. Tiene un texto fundamental, Informe sobre ciegos, ochenta páginas que ocupan el lugar central de Sobre héroes y tumbas… y es curioso porque comenzamos hablando del romanticismo y volvemos a su esencia. Sábato la entiende. Creo que él excava en lo más profundo del espíritu humano, y por ese motivo sigue siendo importante. Y lo es por su aspecto ético, por el peso que da a la honestidad de los humanos.
—La alucinación es una sensación perpetua en El ala izquierda y que comparte con la poesía su belleza y su arbitrariedad.
—Muchos artistas de los sesenta y setenta crearon su obra a partir de las drogas. Y a mí me preguntan a veces qué drogas he tomado para estos desarrollos alucinatorios, y siempre respondo: «Yo uso la droga fundamental, la poesía». He sido siempre poeta, la droga más importante, y a ella le debo todo lo que he escrito. Así que la poesía es mi última respuesta.
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