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Mis cinco terapeutas (Arresto domiciliario 8)

Mis cinco terapeutas (Arresto domiciliario 8)

La Nena no descansa ni a la hora del descanso. Nos hemos habituado a escuchar entre sueños sus alertas nocturnas desde la terraza, tanto como su paso apresurado por las escaleras. Puede que los vecinos opinen diferente, pero ya sus ladridos son parte indisociable de mi somnolencia, tal como los ronquidos de sus hijos, los saltos a la cama de su marido y la respiración de mi correclusa. ¿Cómo sé que es la Nena quien anda allá arriba? Muy sencillo: reconozco esa voz de señorona y dueña de este hogar.

El Chino también sube y hace ruido, para que no se diga por ahí que es un súbdito fiel del matriarcado, pero al cabo prefiere arrellanarse entre nuestras cobijas y hacer como que no oye chambear a su mujer. Si leyera el periódico, ya estaría tirado con él en un sofá. Para colmo, se sabe un tipo guapo y reparte la clase de sonrisas que sacaron de pobre a Alain Delon, seguro de que nadie las resiste, y nosotros aún menos. No son, por cierto, “Nena” ni “Chino” sus nombres de pila, pero en el día a día les colgamos apodos incontables, mismos que ellos no tardan en memorizar porque nada les gusta más que nuestra atención.

"A veces, cuando asoman la angustia, el mal humor o el tedio por la ventana de las redes sociales, un solo manotazo del Pequitas marca la diferencia entre la desazón y la alegría"

El Pecas —uno de esos gigantes del Pirineo cuya sabiduría salta a la vista— celebra las ventajas de la cuarentena. Desde que se cayó de la terraza y pasó una semana entubado en la clínica, su gusto por la vida se ha multiplicado. Y más ahora que nos tiene aquí encerrados, a merced de esos tersos e insistentes zarpazos que reclaman entera tu atención. A veces, cuando asoman la angustia, el mal humor o el tedio por la ventana de las redes sociales, un solo manotazo del Pequitas marca la diferencia entre la desazón y la alegría. “Todo está bien”, me dice, y yo le creo.

La Luchi es la tirana de la familia. Acapara las camas y sillones con ímpetus guerreros y modos imperiales, tras lo cual se transforma en una chica dulce y cariñosa de cuyos mimos nunca se tiene suficiente. Es, para efectos prácticos, nuestra Florencia Nightingale: le basta con mirarnos decaídos o enfermos para poner en marcha todos sus protocolos de emergencia y no moverse ya de nuestro lado. Como tantos gruñones conocidos, la Luchifluchi tiene un alma blanda, misma que sus hermanos hacen valer a la hora de saltar y revolcarse con ella: un espectáculo que de por sí nos deja vacunados contra la pesadumbre y sus secuelas.

"Si me ven más contento, tranquilo o relajado de lo que debería, el mérito es de nuestros cinco chuchos"

El Cónsul del Amor no se llama Ricky, aunque frecuentemente le decimos así. Puede pasarse horas panza arriba, si es que sigues rascándolo, o acariciándolo, o nada más lo dejas recargarse en tu pierna. Naturalmente es un hipersensible, si bien su agilidad y corpulencia suelen parar los pelos de los extraños que lo miran venir a todo tren, decidido a saltarles a los hombros y barnizar su faz con generosas capas de saliva. “Es puro amor”, decimos, dado el caso, para no avergonzarnos demasiado.

Así que si me ven más contento, tranquilo o relajado de lo que debería, el mérito es de nuestros cinco chuchos. Otro día les cuento cómo se llaman.

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