Uno de mis mayores placeres veraniegos consiste en sentarme al fresco en la terraza del campo de mis suegros en Chiclana, percibiendo la brisa de los pinos y el leve sonido de los abejarucos, o en una playa gaditana mientras contemplo agitarse la superficie del mar con ese movimiento silencioso de efecto hipnótico, leyendo novelas por gusto y no por obligación. Con tiempo por delante para lograr ese estado de sosiego que favorece la contemplación y sin el cual no es posible la lectura provechosa. Las horas se apaciguan en verano, y aunque hay que trabajar parece que las obligaciones son menos agobiantes.
Estos meses no dispondré de tanto tiempo libre como quisiera porque tengo entre manos varios trabajos de mis clientes, la lectura del manuscrito de las nuevas aventuras del policía Manuel Bianquetti, de Benito Olmo, y sobre todo la escritura de un libro para la Universidad de Cádiz que tengo que entregar a finales de septiembre, por lo que en mis escasos ratos libres pienso buscar refugio en algunos de mis autores preferidos. Ir a lo seguro. Ya dejaré los descubrimientos para otro momento más adecuado.
Recuerdo, entre las experiencias más gratas de mi vida, la lectura de Disfraces terribles de Elia Barceló, una novela a la que he vuelto en varias ocasiones y que recomiendo a todo el mundo. La leí por primera vez hace muchos años, pero todavía recuerdo los nombres de algunos de los personajes y soy capaz de recitarlos de carrerilla como si fuera el quinteto de un equipo de baloncesto: Raúl de la Torre, Ariel Lenormand, Amelia, André o Amanda. Uno va cambiando mucho a lo largo de la vida, y lo que le gustó en una época puede dejarlo indiferente o incluso volvérsele detestable, pero no es mi caso con Elia Barceló, una de mis escritoras contemporáneas favoritas y una de las pocas que nunca me decepciona. En estos días voy a iniciar con mucho interés su nueva novela: El color del silencio (Roca Editorial).
Otra de mis lecturas pendientes es Rendición, de Ray Loriga, último Premio Alfaguara y una novela que se ha convertido en una de las piezas de ficción más aclamadas de este 2017. Un artefacto que pendulea entre la fábula, la parábola o la retro-ficción, y en la que, asegura, “no hay sexo, ni droga ni rock and roll”. He leído su irregular obra de arriba abajo. Espero que Rendición sea, como parece, de las buenas.
David Trueba es otro de mis escritores preferidos, por el que siento una gran admiración profesional. Como este verano no podré ir a Zamora de vacaciones como suelo hacer todos los años debido al exceso de trabajo, me conformaré con leer su última novela: Tierra de Campos, publicada por Anagrama y ambientada “en un entorno rural y hasta cierto punto inhóspito”. Les recomiendo que lean la reseña de esta obra que firmó Miguel Barrero para Zenda.
Del polifacético Jesús Marchamalo tengo pendiente Cortázar, el cómic exquisitamente publicado por Nórdica junto al dibujante Marc Torices (Barcelona, 1989). Anécdotas, manías y caprichos sirven para trazar un luminoso retrato del creador argentino, huyendo de la biografía al uso. He hojeado algunas páginas del cómic —las dedicadas al Parque Güell de Barcelona, donde su madre le llevaba a jugar de niño— y creo que voy a disfrutar mucho con este deleite visual.
En 2013 leí fascinado El sol de Argel, la primera novela de Esther Ginés (Ciudad Real, 1982). Ahora acaba de salir a la venta su segunda novela, En la noche de los cuerpos, publicada en la editorial Adeshoras. Esta obra de ficción en la que tengo depositadas muchas esperanzas reflexiona sobre las relaciones y las dependencias en el mundo del arte, y sobre el papel que la mujer ha ocupado en este ámbito. Ya veremos.
Y, por último, ese clásico de la literatura alemana contemporánea al que aún no había podido hincar el diente: Lección de alemán, de Siegfried Lenz, una novela de 1968 que Impedimenta ha publicado con nueva traducción de Ernesto Calabuig y donde se incide una vez más sobre la época nazi y sus repercusiones. De hecho, el autor conoció la disciplina hitleriana al ser miembro de las Waffen-SS. Esta novela es hoy lectura obligatoria en el bachillerato alemán. Algo tendrá.
¡Qué ratos de lectura tan buenos me esperan, acompañado de Elia Barceló, Ray Loriga, David Trueba, Jesús Marchamalo, Esther Ginés, Siegfried Lenz y tantos otros! Y otra recomendación: no corran detrás del tiempo como un ciclista que intenta no quedarse descolgado del pelotón. No vale la pena.
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