“Dime lo que me guste, hijo de puta”. A esta frase hay que acostumbrarse en Internet, a la que nos ha acostumbrado Internet: a escuchar solamente lo que nos guste. Lo explica Eli Pariser en El filtro burbuja, a medio camino entre el ensayo y el periodismo. Viene a ser este libro la consecuencia de lo que explicó McLuhan, desarrolló Adam Curtis en un documental excepcional, El siglo del yo, y entendieron perfectamente los directivos, desarrolladores y personal diverso de multinacionales tecnológicas como Google o Facebook.
Planteaba en los sesenta McLuhan que somos las herramientas que usamos para comunicarnos y le metía sombras en los dos mil Curtis al explicar cómo el humanismo de los años sesenta, ese ente dicotómico (mi yo/la realidad exterior) que evolucionó desde el psicoanálisis hasta el new age hippie, ha encontrado en el capitalismo neoliberal el lugar perfecto donde expandirse. Quizá Curtis contaba con Internet pero está claro que McLuhan solo pudo imaginárselo en la distancia: pues aquí llega Pariser a desmenuzar cómo herramientas potentísimas (el buscador personalizado de Google o el “Me gusta” de Facebook) han creado un filtro burbuja donde habita el ciudadano occidental medio cada vez más. Evidentemente, al Tercer Mundo que le den por el culo, nunca le veremos dentro de nuestra burbuja.
Este mundo neoliberal se enciende nada más abrir el ordenador, o la tablet, o la televisión inteligente, o el móvil. Ahí estás tú y tus cosas y Él te las da. El potentísimo algoritmo de Amazon se toma como “un reclamo comercial” pero, en nuestra simpleza mental, porque invita directamente a comprar. ¿Quizá le guste esto? ¿Seguro que no quiere esto otro?, te repite el sitio de ventas. Aunque si vamos más allá de la variable agresiva de compra, todo alrededor del usuario de Internet es un mundo cómodo para él porque ya el click es una compra, aunque a él no le cueste. Ya vendemos nuestras características personales, nuestras aficiones, nuestra forma de navegar: nos vendemos todo nosotros. Frente al “eres único” que nos regalan las redes sociales y que cacarean hordas de internautas, la realidad es completamente diferente: se te almacena en un algoritmo y, a partir de ahí, se te ofrecen opiniones, artículos o fotos de gatitos que te gusten a ti y a miles que se te parecen mucho. Y nos gustan. Apunta Pariser que no todo es negativo: hay muchas ventajas en la personalización o “filtro burbuja”: tu nevera te avisará de cuando se acabe tu producto favorito, sabrás si llueve en tu destino de vacaciones o descubrirás libros de una temática similar que a buen seguro te interesarán.
Pero el lado oscuro es terrible y gira, esencialmente, en un mundo construido a través del sesgo de confirmación. Se define en psicología este fenómeno como la tendencia a buscar información que confirme las propias creencias o hipótesis relegando de forma desproporcionada a las alternativas que no cuadren con las tuyas. En definitiva, así se define la vida normal de cualquiera que se despierte en Occidente: leerá los periódicos que le confirmen en su ideología, seguirá a los tuitstars que le digan lo que quiere oír o pondrá muchos “Me gusta” en unas publicaciones ayudando a que todas las demás desaparezcan, porque el sistema de Facebook funciona así. Y todo aquello que le moleste o le contradiga será refutado con un maravilloso y desproporcionado insulto, boicot o post indignado.
Es el sistema perfecto del capitalismo porque todo confluye en él y se autoalimenta: el marketing, que aprioriza la persona frente a la realidad; la tecnología de Internet, que le selecciona dicha realidad, como si la fuese a cambiar; y, final en la cadena, la persona que vive en esta burbuja, reforzada en sus propias opiniones por todo el sistema. Ah, y clickando o comprando, claro. Pariser señala muy oportunamente que este proceso modifica las interrelaciones de persona y realidad, normalmente conectadas por los medios de información (diarios, libros…). Ya no se favorecen noticias que, a juicio de un editor profesional, sean relevantes: estas se deciden por la cantidad de clicks que acumulen. Ya no se deciden los libros que, a juicio de una serie de profesores, debe leer un adolescente: estos deben de ser cómodos y políticamente correctos no solo para el estudiante, sino para la sociedad burbujizada que le rodea. Nada de escribir sobre Siria, que no da clicks, póngame algo de esa lacra inhumana llamada “manspreading”. Nada de leer Lolita, no se les vaya a ir la cabeza, mucho mejor Gloria Fuertes. Ah, no, Gloria Fuertes no, que escribió en revistas franquistas. Mejor Paulo Coelho.
El filtro burbuja es un libro terrorífico que no revela nada pero lo revela todo. No propone soluciones porque, como bien entiende Pariser y bien entendió Ortega, vamos a la deriva. Los protagonistas de nuestras vidas no somos nosotros únicamente: son, ahora, varias multinacionales norteamericanas.
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Autor: Eli Pariser. Título: El filtro burbuja. Editorial: Taurus. Venta: Amazon y Fnac
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