En 1984 Stephen King publicó Los ojos del dragón, una novela de fantasía épica, con su magia, su sociedad medieval, su batalla entre el mal y el bien, su disfuncional familia real y su juego de tronos doce años antes que el iniciado por George RR Martin (aunque dragones no hay, por cierto). Fue bien recibida por algunos críticos, pero un número apreciable de los seguidores habituales de King la rechazaron por no ser del tipo de libro que normalmente esperarían de él, es decir: de terror, suspense y misterio. Esta reacción fue una de las semillas que luego germinaron en Misery, la historia de un escritor atrapado por su autodenominada «fan número uno», que lo obliga a escribir el libro que ella quiere. Obviamente, el personaje de Paul Sheldon es el propio King, y la situación descrita es una metáfora sobre el sentirse encadenado a un tipo concreto de manera de escribir. Tanto la novela, de 1987, como la película dirigida por Rob Reiner en 1990 son acabados ejemplos de trama de terror psicológico (y físico), a la vez que contienen muchos puntos metaliterarios que comentar.
[Aviso de destripes con hacha y martillo en todo el texto]
El nudo de la historia es muy simple y se explica fácilmente: Paul Sheldon es autor de una saga de ocho exitosas novelas que tras terminar su último libro en la cabaña de Colorado donde siempre va a trabajar coge el coche en medio de la nieve y va a llevar el manuscrito (hecho a máquina de escribir) a su editora (encarnada por una leyenda del viejo Hollywood, Lauren Bacall). Por culpa del tiempo tiene un accidente, se parte las dos piernas, se disloca un hombro, y es rescatado por una enfermera, Annie Wilkes, que le dice toda arrobada que es su «fan número uno». Lo que parece una gran casualidad (escritor rescatado por fan, en el momento y lugar adecuado) pronto se revela como que no lo es: Annie sabe todo lo que Paul ha comentado en público sobre su vida y carrera, y por lo tanto conoce la tradición de Paul de irse a Colorado a escribir, así que ella vive cerca de él aposta, y de hecho a menudo observa su casa desde fuera. Cuando lo vio salir con su característica cartera de piel, simplemente lo siguió, y así pudo ver el accidente. Annie también le dice que están incomunicados por la nieve y que ni siquiera el teléfono funciona, así que a Paul no le queda otra que permanecer allí durante semanas al menos, al amoroso cuidado de Annie.
En agradecimiento, Paul le deja leer la novela que acaba de terminar, y aquí empiezan a torcerse las cosas: Annie, presentada visualmente como una cuarentona fondona, solterona, rural, muy conservadoramente vestida y con visible crucifijo por fuera, queda muy disgustada con este nuevo libro. En contraste con la saga de románticos amoríos decimonónicos que le ha hecho rico y famoso, protagonizada por la joven Misery Chastain (de ahí el título de la obra), Paul acaba de escribir ahora una bronca historia, Fast Cars (en la película se dice que el libro aún no tiene título y que quizá Annie podría ponérselo), basada en su propia juventud difícil en barrio bajo, llena de tacos y momentos poco edificantes, y «sin nobleza ninguna», como le reprocha Annie. Tenemos ya aquí varias dicotomías y conflictos: una de ellas es el del éxito comercial contra la novela «de calidad», la que gana premios, como le dirá su editora, la que «hará que te tomen en serio» (deduciéndose que hasta ahora Paul ha sido más bien un Dan Brown de lo suyo). Otra es el de la novela escapista y «aspiracional» con héroes y heroínas que triunfan contra los males que acechan sus vidas en pos de un final feliz, contra la literatura de observación y de reflejo de la vida real en toda su crudeza. Al principio de la película, Paul dice que «llevo sin ser escritor desde que me metí en el negocio este de Misery. Nunca quise que se convirtiera en mi vida». Y por eso quiere salirse, si le dejan. Uno de los conflictos sería, como ya se ha avanzado, el del encasillamiento de los autores, que ha llevado a algunos a usar seudónimos cuando escriben libros «de otro tipo» (el propio King los usa), para así llegar a una especie de acuerdo tácito con sus lectores. Una extensión de esto sería cuánto debe un autor dejarse llevar por lo que sus lectores o el mercado quieren, y aquí es donde cada uno pone la raya.
Porque lo peor aún está por llegar. Resulta que Paul ha acabado Fast Cars justo cuando la última entrega de Misery llega a las librerías, y cuando Annie se la lee, resulta que… es la última de la serie… porque Misery muere dando a luz. Y aquí es donde se desatan todos los demonios. Mostrando un cabreo vocinglero que desmiente toda la dulzura anterior, Annie obliga a Paul a quemar Fast Cars y a escribir, allí mismo, con una máquina de escribir a la que le falta la N y buena cantidad de papel, una continuación de la saga. Cuando Paul hace algún intento por escaparse, Annie le rompe los tobillos a martillazos. Si esto parece impactante, que sepan que en la novela le deja dos días sin comida, bebida ni calmantes, le corta un pie con un hacha y se lo cauteriza con un soplete, y más adelante le corta un pulgar de la mano con un cuchillo eléctrico. Ah, perdón. Spoiler. Too late.
Annie, pues, se ve a sí misma en un lugar en el que no sé cuántos seguidores de un escritor querrían verse: el de no solo saber a ciencia cierta que tu adorada saga va a continuarse (habiéndola incluso «salvado» tú mismo de su fin a base de encendidas proclamas, cual pasó con Sherlock Holmes), sino también en el de influir directamente en cómo progresa. Hay una escena en la que Annie obliga a Paul a recomenzar la continuación porque no le gusta cómo ha empezado. Esto suena a la típica manía o fobia personal de cada uno («pet peeves» se las llaman en inglés) que quizá el propio King tenga y que le haya legado a Annie aquí: en este caso la de resolver un cliffhanger revelando en el episodio siguiente que el prota había saltado del coche antes de que se estrellara, tras hacernos creer que se había matado. Annie no quiere anular nada de lo que pasó en el libro anterior: se trata de continuar la historia desde donde se la dejó, con Misery en el ataúd, y a ver cómo sales de ella (solución: a Misery la enterraron viva porque solo parecía muerta por la picadura de una abeja, y cuando un doctor lo deduce, la sacan). Traspasándolo a nosotros, ¿quién querría poder ser el que decide qué sucede con Íñigo y Angélica en el próximo Alatriste, por ejemplo, o cómo deberían acabar en realidad los libros de Canción de hielo y fuego, o elegir que Bevilacqua y Chamorro le pongan la mano en el cuello a tu político (menos) favorito? ¿O qué pasa con el favor que le pide Paquito Araña a Falcó en Sabotaje, qué ocurrirá con Kvothe y Denna en la Crónica del asesino de reyes de Patrick Rothfuss, con Nicasia en Terralinde? ¡O poder convertir tu genial idea de fanfic de Harry Potter en realidad! (Si alguien tiene más ejemplos de otras sagas, que los ponga abajo en la sección de comentarios vía Facebook)
Como puede imaginarse, el nivel metafórico y alegórico de todo esto es múltiple y fácil de seguir: el rechazo del público a lo auténtico en favor de lo facilón, el cabreo del cliente llevado al extremo (y esto antes de las redes sociales), el quemar una obra para ser obligado a escribir otra, la sensación de indefensión e incluso esclavitud… Otro toque quizá no muy sutil, pero que puede pasar desapercibido en medio de la creciente violencia de la historia es el nivel cultural de Annie, que al alabar la saga Misery le dice a Paul: «¿Cómo se llamaba el techo ese que pintó aquel espagueti?». Paul: «¿La Capilla Sixtina?». Y Annie también le ha puesto Misery de nombre a su cerda. Es decir, que se deja caer aquí que por mucho éxito que estén teniendo las novelas de Paul, los «fans número uno» de sus obras son gente de un nivel cultural no demasiado alto. ¿Cómo interpretar eso y a qué juicios de valor ha de llevar, si es que ha de hacerse alguno? Eso queda para cada cual.
Poco a poco Annie va dando cada vez más regomello. En una secuencia clásica de las películas de suspense, Paul encuentra un álbum de recortes a través del que se nos revela que es una enferma mental autora de varias muertes aprovechando su empleo de enfermera. Sin embargo, en medio de su creciente monstruosidad, hay un atisbo de humanidad a veces en ella, como cuando le cuenta a Paul que tras faltar su marido y las largas horas en el hospital, las novelas de Misery eran lo único que la hacían feliz y le permitían olvidar sus problemas. Todo eso cambia, de extremo a extremo, cuando Paul «mata» a Misery, y de admirado icono él pasa a ser «otro viejo pájaro sucio más».
La película en sí está rodada de una manera muy sencilla, tanto que vista hoy parece a ratos «de telefilme», como se diría antes, pero por otra parte muy efectiva. Aparte de trucos del género como el del álbum, también hay otros típicos como un rayo y trueno cayendo justo cuando Paul despierta y ve a Annie con su martillo, y cuando ella parece muerta vuelve por última vez para dar un último susto. Kathy Bates está estupenda, ganando un merecido Oscar (el único conseguido por una película basada en una novela de King, aunque sí los hay por películas basadas en historias cortas). James Caan empieza un poco inexpresivo, explicado quizá por el atontamiento de los calmantes, pero va mejorando. Y algún día tendría que haber un spinoff del sexagenario sheriff del pueblo y su mujer que le mete mano en el todoterreno («Virginia, cuando estás en este coche no eres mi esposa, eres mi ayudante»), resolviendo casos a base de leer novelas y preguntar qué compra la gente en la tienda.
Otra diferencia entre el libro y la película es que en la novela Paul se hace adicto a los calmantes, mientras que en el cine Paul usa las pastillas para intentar drogar a Annie, aunque falla en el intento. Y el final también es diferente, y la verdad es que por una vez me gusta más el de la peli. En ambos Paul acaba vivo y rescatado y Annie muere violentamente tras una pelea y un golpe en la cabeza. En el libro se dice tras el rescate que «cuando estaba en la secundaria, leí un libro, El conde de Montecristo, creo, o tal vez El prisionero de Zenda. Bueno, pues había un tipo en esa historia que había pasado cuarenta años en confinamiento solitario. Sin ver a nadie durante ese tiempo. Pues eso es lo que este tío [Paul] parecía». De vuelta en Nueva York, Paul publica El regreso de Misery con gran éxito, pero a cambio sufre pesadillas, síndrome de abstinencia, alcoholismo y bloqueo de escritor, hasta que un día un encuentro al azar en la calle le da inspiración para escribir una nueva historia, y el libro acaba con Paul llorando por la miseria de su vida, pero también de alegría por poder volver a escribir. En la película, Paul reescribe Fast Cars (en el film The Higher Education of J. Philip Stone), tiene éxito «del serio», rechaza la propuesta de su editora de escribir sobre su espantosa experiencia con Annie, y en la última imagen una camarera, sonriente, agradable y cuarentona, a la que al principio momentáneamente confunde con Annie, le reconoce y le dice que es… su «fan número uno».
Pues qué bien.
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