El hallazgo de Vulcano en Lemnos, de Piero di Cosimo.
Todos los años empiezo mis clases de Cultura Clásica introduciendo a mis alumnos en el fascinante mundo de la Mitología Clásica. Tras presentarles lo que cuenta Hesíodo en su Teogonía acerca del origen de los dioses mediante un buen surtido de imágenes de obras de arte, concluyo proyectando un monólogo sobre el tema que Manu Sánchez nos ofreció el año que España ganó el Mundial de fútbol. En un momento del mismo, el humorista sevillano, chispeante, trata la descendencia de Zeus y Hera. Menciona a su vástago Hefesto: «Este tenía una peguita: Hefesto era cojo. Fíjate tú qué lástima: que tu padre sea dios, tu madre sea diosa y tú sales cojo”.
El de Zeus y Hera no ha sido siempre un matrimonio muy bien avenido, por culpa de la incontinencia fornicatoria del Crónida en lecho ajeno. En una de esas disputas en las que la de Ojos de Ternera le espetaba a su cónyuge sus devaneos y la protección que suministraba a su bastardo Heracles, el Hércules latino, a quien la diosa había querido aniquilar con una tormenta, Zeus la colgó del cielo, con un yunque suspenso de cada pie. Hefesto liberó a su madre y ésta acudió hecha una novilla a cantarle las cuarenta a su consorte. Comenzaron a tirarse a la cabeza cráteras, hidrias, ciatos, ritones y cuanta vajilla hallaron. Zeus, encabronado con su hijo por haber liberado a su madre, lo agarró del tobillo y se lo lanzó a ésta. Hera esquivó el hefestazo. El desdichado estuvo un día entero cayendo desde la cima del Olimpo hasta que sus huesos se dieron el costalazo del milenio en la isla de Lemnos, en el Egeo, entre el monte Athos y los Dardanelos. El trompazo lo dejó tullido y algo alelado. Fue atendido por las lemnias. En agradecimiento, estableció allí una de las forjas donde daba forma a sus portentosas creaciones. Otros sitúan su fragua en las entrañas del Etna. Piero di Cosimo nos ofrece un delicioso lienzo con las lemnias ayudando al dios caído, al que se ve contrahecho, con una cara de pasmo conmovedora.
Su padre, arrepentido por su arrebato lanzavástagos, decidió compensarlo casándolo con la más resultona de las diosas: la cíprea, la ebúrnea Afrodita, de las olas nacida. Esta divinidad, a la que los romanos llamaban Venus y a quien están consagrados los viernes (de Veneris dies), es una de las más veteranas de los moradores del Olimpo: nació en la primera generación de dioses, a diferencia del resto, que lo hizo en la segunda o tercera. Su nacimiento fue, cuanto menos, traumático: Hesíodo nos relata en la Teogonía cómo el titán Cronos (Saturno), a instancias de su madre, Gea, castra con una hoz adamantina a su padre, Urano (el Cielo), primero de los reyes divinos, privándolo así no sólo de criadillas, sino también de la corona. Que es que ¿qué autoridad iba a tener un monarca descriadillado sobre sus iguales? Cronos agarró los testículos paternos y arrojólos al mar. De la sangre y el semen que cayeron a Tierra nacieron las Erinias (Furias), los Gigantes y las Ninfas Melias, encargadas de cuidar los fresnos. Las gónadas de Urano salieron viajeras e hicieron un crucero por el Egeo desde Corfú, en la que algunos localizan la castración (otros lo hacen en Sicilia), hasta Chipre. Canta Hesíodo que los genitales «fueron luego llevados por el piélago durante mucho tiempo. A su alrededor surgía del miembro inmortal una blanca espuma y en medio de ella nació una doncella». Esa virgen (no por mucho tiempo) nació ya adulta.
Apeles, uno de los pintores más afamados de la antigüedad, contemporáneo de Alejandro Magno, pintó este mito en una pieza llamada Afrodita Anadiómena (‘Afrodita surgiendo del mar’). Fue una de las representaciones icónicas de la diosa. Por desgracia, perdida, pero descrita por Plinio el Viejo en su Naturalis Historia como una de las maravillas del arte. Podemos hacernos una idea de cómo sería a través de un fresco conservado en un peristilo de una domus de Pompeya.
Sin lugar a dudas Sandro Botticelli nos ha regalado una de las versiones del mito más conocidas. El artista se inspiró en Ovidio (Las metamorfosis, II 27; Fastos, V 217) y Angelo Poliziano (Stanze per la Giostra, 1494). En el cuadro observamos a la izquierda a Céfiro, dios del viento del oeste, insuflando un soplo de brisa a Venus, mientras transporta en sus brazos a Cloris (Flora en la mitología romana), diosa de las flores y los jardines. Por cierto, el rapto de Cloris por Céfiro lo tenemos a la derecha de la también famosa La primavera.
En El Nacimiento de Venus ambos personajes están rodeados por rosas, flor de la pasión, consagrada a Afrodita, nacida al mismo tiempo que ella. A Venus la admiramos desnuda sobre una vieira, símbolo de fertilidad. A la derecha, una de las Horas, seguramente Primavera, ofrece un manto púrpura a la diosa. Recomiendo libar esta pieza maestra a los sones del terceto Soave sia il vento, contenido en la ópera de Mozart Così fan tutte o en el duetto de Le nozze di Figaro Che soave zeffiretto: nada mejor para recrear la suavidad de Céfiro acunando a Venus. Bouguerau nos ofrece una versión mucho más carnal de la escena a fines del siglo XIX.
Afrodita es una diosa pasional. Ya la vimos prendiendo la mecha que detonaría la Guerra de Troya en el Juicio de Paris. Recréemosla a través de la letra de los Shocking Blue y su Venus.
A Goddess on a mountain top
Was burning like a silver flame
The summit of beauty and love
And Venus was her name
She’s got it
Yeah, baby, she’s got it
Well, I’m your Venus
I’m your fire, what’s your desire
Well, I’m your Venus
I’m your fire, what’s your desire
Her weapons were
Her crystal eyes
Making every man mad
Black as the dark night she was
Got what no-one else had
Wow!
She’s got it
Yeah, baby, she’s got it
Well, I’m your Venus,
I’m your fire, what’s your desire
Well, I’m your Venus,
I’m your fire, what’s your desire
Ah-ah-ah-ah-ah-ah-ah!
Ah-ah-ah-ah-ah-ah-ah!
She’s got it
Yeah, baby, she’s got it
Well, I’m your Venus,
I’m your fire, what’s your desire
Well, I’m your Venus,
I’m your fire, what’s your desire.
Para una diosa tan “your fire” el pobre Hefesto no debería de ser muy apetitoso, por muy dios de los volcanes que fuera. Máxime si tenemos en cuenta que el desdichado también sufría de flojera de esfínteres seminales: lo que el vulgo conoce como eyaculación precoz. Presentósele en la fragua su medio hermana Atenea (Minerva). Se las daba de estrecha y rehusaba el trato con varones, por mor de una virginidad algo desfasada, que sólo profesaban la rancia de Hestia y la montaraz Artemisa. Ante sus prietas turgencias, ante su glauca mirada y piel olivácea Vulcano sintió que el magma se adueñaba de sus virilidades e intentó violentarla… Coitus interruptus aun antes de la consumación. Ser patizambo no le ayudó a alcanzar a Atenea. Sí que lo hizo su semen. Semen que ella limpió asqueada con un algodón, que arrojó al suelo: de ahí nació Erictonio, al que la de ojos de lechuza adoptó como hijo y para quien los atenienses consagraron el Erecteion.
Con estos mimbres es lógico que Afrodita coronara a su esposo. Y no una sola vez. Abundantes fueron sus amantes, divinos y mortales. Hijos tan conocidos como Eros (Cupido), Hermafrodito, Príapo y Eneas nacieron de estos amoríos. Aunque la Cipris se encaprichó especialmente de su cuñado Ares, el Marte romano: un brutote que personifica la valentía y la fuerza extraordinaria, señor de la guerra, que se excita ante los campos cubiertos de sangre, cadáveres y miembros mutilados. También se le considera prototipo de la virilidad. Lo que viene siendo un ejemplar de puro macho panhelénico, con más de 30 amantes conocidas y el doble de hijos.
Viendo el panorama que Venus hallaba a diario en su lecho, con un Hefesto bien musculado en brazos y tórax por su duro trabajo con el martillo y el yunque, pero con las piernas zambas, algo corcovado, lleno de quemaduras, sucio por el hollín, era lógico que ella, divinidad de la belleza, la pasión y el amor, sofisticada amante, se rebelara ante la absurda idea de permanecer fiel y no tuviera muchos reparos en encornarlo. Aunque fuera con su cuñado.
La relación adulterina de Afrodita y Ares se extendió a lo largo del tiempo, y de ella nacieron hasta 6 hijos, entre los que podemos destacar a Eros, el Cupido romano, dios de la pasión, a Anteros, su gemelo y rival, pues personaliza al amor no correspondido, al antiamor, y a Harmonía, amén de a Deimos y a Fobos, terribles deidades de la guerra, a la que algunos autores representan como perros terroríficos.
El arte ha sido generoso representando estos devaneos. Acudamos como botón de muestra a Piero di Cosimo, que nos muestra a un Marte derrengado mientras Venus, lozana cual rosa primorosa, abraza a Cupido contemplada por un conejo, animal que simboliza la fecundidad. Dos palomas, el ave de Afrodita, ronronean. Un grupo de putti (niños alados) juegan con las piezas de la armadura del dios entre plantas de mirto, arbusto consagrado a la diosa. Di Cosimo muestra ecos de la obra de Botticelli con la misma temática: una Venus vestida y perfectamente peinada vela el sueño de un derrotado Marte, semidesnudo. Pequeños sátiros juegan con las armas del temible dios con una sonrisa pícara: el amor vence siempre a la guerra.
Los dos amantes consiguieron mantener en secreto sus encuentros, a pesar de las seis preñeces que debió afrontar la deidad. ¿Pensaría Hefesto que todas esas criaturas tan bien parecidas eran fruto suyo? Algunos rasgos familiares sí que encontraría en ellos.
Todo se torció una madrugada en la que, aprovechando que Hefesto hacía turno de noche en la fragua, Ares se ofreció a consolar a su cuñada. Dejaban en la puerta apostado a su siervo Alectrión para que los avisara antes de la salida de Helios, el dios del Sol, que desde su carro arrastraba el astro, no perdía nada de vista y, encima, era de lengua suelta: un cotilla redomado. Mientras Ares y Afrodita se refocilaban, Alectrión se quedó dormido. Fue sorprendido por Helios, que, escamado por ver roncando a la puerta de Hefesto al colega de Ares, se acercó a mirar por la ventana. Sorprendió a los amantes, se subió a su cuadriga y voló hasta la fragua del Etna.
Los romanos atribuyeron a Apolo las cualidades que tenía el dios Helios y lo llamaron también Febo, el brillante. El genial Velázquez nos regala en La fragua de Vulcano una recreación sublime del momento en el que Febo Apolo, coronado con una corona de laurel y tras ella el sol, se presenta en la herrería a destapar el adulterio. Antonio Palomino, en El museo pictórico y escala óptica, III: El parnaso español pintoresco laureado, nos describe así la obra: «Otro cuadro (…) pintó en este mismo tiempo, de aquella fábula de Vulcano, cuando Apolo le notició su desgracia en el adulterio de Venus con Marte; donde está Vulcano (asistido de aquellos jayanes cíclopes en su fragua) tan descolorido, y turbado, que parece que no respira».
El motivo está tomado de Las metamorfosis de Ovidio, 4, 171-176, y del también ovidiano el Arte de Amar (II, 561-588) y refleja el momento en que Apolo, «el dios Sol que todo lo ve», revela a Vulcano el adulterio de Venus con Marte, del que él ha sido el primero en tener noticia. El herrero Vulcano, esposo ofendido, al recibir la noticia, perdió a la vez «el dominio de sí y el trabajo que estaba realizando su mano de artífice». El pintor sevillano humaniza a los dioses, los desmitifica, pero respeta la imagen clásica: Vulcano aparece contrahecho. A sus ayudantes los cíclopes, seres monoftalmos, o sea, de un sólo ojo, nada más que se les ve uno al aparecer de perfil. Dejemos a Ovidio cantarnos los fragmentos de los que se valió Velázquez. Primero con las Metamorfosis:
del Sol contaremos los amores. 170
El primero que el adulterio de Venus con Marte vio
se cree este dios; ve este dios todas las cosas el primero.
Hondo se dolió del hecho, y al marido, descendencia de Juno,
los hurtos de su lecho y del hurto el lugar mostró; mas a aquél,
su razón y la obra que su fabril diestra sostenía, 175
se le cayeron:
Luego con el Arte de Amar:
Se cuenta una historia, conocidísima en todo el Olimpo: Marte y Venus sorprendidos gracias a la trampa de Vulcano. El padre Marte, enloquecido por un amor desmesurado hacia Venus, se había convertido de guerrero terrible en amante; y Venus… no se mostró áspera y esquiva a las súplicas. ¡Ay, cuántas veces, lasciva, se mofó, según se cuenta, de los pies y de las manos de su marido, endurecidas por su arte y por el fuego! Y, además, ante Marte parodiaba a Vulcano… Al principio solían ocultar cuidadosamente sus encuentros amorosos: su falta iba acompañada de vergonzoso sudor. Por una denuncia del Sol… supo Vulcano de los pasos de su mujer. ¡Ay, Sol, qué malos ejemplos das! Haberle pedido algún don a ella y, si hubieses callado, demás tiene con que obsequiarte. (traducción de José Ignacio Ciruelo)
Tintoretto, en una divertida pintura, nos narra el momento en el que Vulcano se desplaza desde su fragua siciliana hasta su morada de Lemnos para sorprender a los amantes. El anciano dios (curioso que sea representado más viejo que su esposa, cuando aquella es dos generaciones mayor) rebusca por toda la casa intentando sorprender al adúltero, que se oculta bajo una cama, acosado por un perrillo. Vulcano no logra hallarlo. Finge que abandona de nuevo el hogar, pero antes ha tendido sobre el lecho matrimonial una finísima e invisible red de oro con la que atraparlos en cuanto vuelvan a las andadas. Poco tardan en volver a solazarse, momento en el que se cierra sobre ellos la red y regresa Hefesto llamando a gritos a los demás dioses para que sean testigos de la afrenta. La corte divina se presenta y observa divertida a los avergonzados adúlteros. Al pobre Hefesto se le caen los palos del sombrajo cuando su padre Zeus dice que quién pudiera estar dentro de la red con Afrodita en vez de estar fuera. O sea, que Vulcano, amén de cornudo, también apaleado.
Cuenta tú, Ovidio, lo que pasó, que tienes más maña que yo:
al punto gráciles de bronce unas cadenas,
y redes y lazos que las luces burlar pudieran
lima -no aquella obra vencerían las más tenues
hebras, no la que cuelga de la más alta viga telaraña-
y que a los ligeros tactos pequeños movimientos obedezcan 180
consigue, y el lecho circundando las coloca con arte.
Cuando llegaron a este lecho, al mismo, su esposa y el adúltero,
con el arte del marido y las ataduras preparadas de novedosa manera,
en mitad de sus abrazos ambos sorprendidos quedan.
El Lemnio al punto sus puertas marfileñas abrió 185
y admitió a los dioses; ellos yacían enlazados
indecentemente, y algunos de entre los dioses no tristes desea
así hacerse indecente… Los altísimos rieron y largo tiempo
ésta fue conocidísima hablilla en todo el cielo. (Metamorfosis, IV)Mulciber (Vulcano) dispuso unas redes ocultas alrededor y encima del lecho: una obra que engaña a la vista. Simula irse de Lemnos. Los amantes acuden a la cita. Se desnudan ambos y allí quedan prendidos en las redes. Vulcano llama a los dioses; los sorprendidos dan un espectáculo. Se cree que Venus apenas pudo contener las lágrimas. No pudieron ocultar sus rostros y ni siquiera colocar sus manos sobre las partes pudendas. Dice uno, riéndose, entonces: “Pásame a mí las redes, fortísimo Marte, si te resultan pesadas”…Marte se retira a Tracia. Venus a Pafos. / Después de haber hecho esto, Vulcano, lo que antes ocultaban lo hacen ahora más libremente y no les ha quedado ni resto de pudor. (Arte de Amar, II, 575 y ss)
El poco diligente Alectrión fue castigado por Ares, convirtiéndolo en gallo para que no se volviera a quedar dormido y avisara con su canto de la salida del astro sol.
En fin, que la figura de Hefesto, artífice portentoso, ha quedado algo eclipsada por esta coronación entre cérvida y taurina. Injusticia que los grupos de rock duro Sôber (Vulcano) y Warkings (Hephaistos) pretenden reparar con sus baladas.
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