La versión extranjera es la reescritura de otra novela que había acabado en el año 2017. Era una novela corta que rozaba lo que yo quería contar pero no terminaba de contarlo. Supongo que por eso la dejé enfriar antes de hacer ninguna cosa.
En el medio se publicó Madre mía, y yo estuve ocupada en promocionar esa novela (más las demás ocupaciones de la vida, que por aquel año supongo que eran aprender a encender una chimenea, escribir para una revista digital, terminar algunos proyectos de libros infantiles y quizá hasta cuidar niños). La narradora ni siquiera tenía un hermano en esa primera versión.
Fue una tarde de nieve en Segovia donde se me ocurrió incorporar a ese personaje masculino y toda la problemática entre ellos sobre la que se apoya la novela actual, es decir, la problemática del incesto. Sin embargo, aunque cambiara todo el argumento, muchísimas cosas de la primera versión me servían y sobrevivieron a mis delete. Ahora están en libro.
Este nuevo argumento era absolutamente utilitario para contar lo que yo quería contar, que ahora lo sé pero hasta entonces no lo tenía tan claro: que en el interior de una familia y desde los tiempos de la infancia se gestan cosas que conforman lo que se puede llamar “la herida originaria”, que no hay manera de mencionar. Es lo indecible. Y este indecible no necesariamente es porque aquello sea traumático y entonces haya un bloqueo, ni siquiera por pudor o por conservar un secreto, más bien creo que este indecible tiene que ver, por un lado, con que las palabras no alcanzan para mencionar eso, y, por otro, con que la memoria tampoco es capaz de ayudar al lenguaje a darle forma. No se materializa. No hay cuerpo, a excepción del cuerpo, claro. Memoria y lenguaje hacen trampas. No se puede intelectualizar la herida. Queda entonces el cuerpo como lugar para habitar esta fuga, y si algo de la fuga puede concretarse es a través de intentos, siempre fallidos: será un balbuceo, será tartamudeando, será el silencio y será, por supuesto, una posible versión. Vivir es ensayar modos de decir esa vivencia. Cuando entendí que a mi personaje-narradora le pasaba todo esto, entonces supe que su característica principal era ser extranjera, pero no de país, sino una extranjeridad constitutiva que se vería claramente en la imposibilidad de la versión definitiva y, por el contrario, en la condena a la versión extranjera. Un extranjerizarse de sí misma.
Para cuando tenía esto claro, yo ya no estaba en Segovia sino en una pedanía de Santa María de la Alameda, adonde me vine a vivir en marzo de 2019, pero que comencé a frecuentar antes de esa mudanza definitiva: desde octubre de 2018.
Me propuse presentarme al Premio Internacional de Novela Ciudad de Barbastro. Para ello tenía que terminar de escribir y de corregir la novela antes del 31 de enero del 19. Esa decisión la tomé en diciembre. Tenía la novela muy avanzada pero estaba todavía muy lejos de un manuscrito final. En esa época yo todavía vivía en Madrid, en Legazpi, de cara al río y al Matadero. Con ese deadline opresor decidí que me encerraría a acabar la novela los fines de semana en la sierra. Salía de trabajar los sábados a las 14 hs. de la Librería Juan Rulfo, donde estuve cubriendo una baja, y me tomaba el tren en Pitis dirección Ávila. Llegaba a mi casa de El Pimpollar a las 16 hs. Comía pasta sin nada (no tenía ni aceite en esa casa) que se me enfriaba en cuanto la servía en el plato, porque la vajilla estaba helada. Y me ponía a escribir junto a la leña previamente encendida. Me morí de frío todos y cada uno de esos fines de semana de diciembre y enero. Por suerte, un amigo me regaló una bata-manta y con eso más una bolsa de goma naranja para agua caliente sobreviví.
Cuando Marta Sanz me llamó para decirme que había ganado el premio, yo estaba en Buenos Aires, y la ciudad de Buenos Aires me parecía mi lugar habitual. Como si yo nunca me hubiera ido a vivir al campo, como si las vacas no fueran mi vecindario, como si España no existiera si yo no estoy en ella. Casi como la vida. Se generan dos dimensiones paralelas. Esto es muy difícil y extenso de explicar, y ahora no hay tiempo ni espacio. Pero el caso es que no gané realmente ese premio sino hasta que llegué a España y luego fui a Barbastro y eso fue real.
Con el dinero me compré una nueva estufa de leña y cambié las puertas y las ventanas de mi casa. Desde entonces, como pasta que echa humo y tengo aceite.
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Autora: Florencia del Campo. Título: La versión extranjera. Editorial: Pre-Textos. Obra ganadora del “L Premio de Novela Ciudad de Barbastro”. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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