A pesar de contar con 32 años y de ser uno de los ganadores más jóvenes del Premio Goncourt, el senegalés Mohamed Mbougar Sarr no es un debutante y ha sido su quinta novela, La más recóndita memoria de los hombres, la merecedora de este reconocimiento.
Antes de participar en el Hay Festival Segovia, este enamorado de Roberto Bolaño ha parado hoy en la capital catalana junto a sus editores de Anagrama y Més Llibres, Sílvia Sesé y Jordi Martín Lloret, para hablar de este título, calificado de «libro-mundo», en el que tanto palpita la negritud en la literatura, el colonialismo y la dicotomía entre vivir o escribir, como fulgurantes escenas sexuales y destellos de humor.
En rueda de prensa, Mbougar Sarr ha reconocido que no era muy consciente de todo ello mientras iba armando este artefacto, pero «la literatura, mientras se escribe va tejiendo a su vez inteligencia, va planteando preguntas».
La más recóndita memoria de los hombres es la indagación del joven escritor africano residente en París Diégane Latyr Faye en torno a una novela perdida, de un escritor africano llamado T.C Elimane, conocido como el Rimbaud negro, y que hoy Mohamed Mbougar no ha escondido que tiene concomitancias con Yambo Ouologuem, a quien le dedica la novela, autor maliense de Le Devoir de violence, de 1968, que fue bien recibida y, posteriormente, acusada de plagio.
Antes de entrar en su obra, el escritor africano ha dicho irónicamente: «Es curioso que la historia del libro se centre en un autor que busca desaparecer y que yo esté ahora aquí, porque no puedo desaparecer al no poder dejar de acompañar a aquel que sí quiere hacerlo».
No ha obviado tampoco que un poco el motivo que le llevó a volverse a sentar ante el ordenador fue conocer, después de cuatro novelas publicadas y ya algunos premios en su haber, si era realmente «digno de ser escritor» o si debería buscarse «un trabajo más honesto».
La respuesta «está en la misma literatura, como pasa casi siempre, porque lo que descubrimos es que la literatura no hace más que plantearnos nuevas preguntas, en lo que podríamos denominar la búsqueda más absoluta», ha dicho.
En su último título se ha planteado cuestiones como la situación de la escritura en África o sobre la diáspora africana en Europa, él que hace años reside en París.
«Todo empieza con la materia, que es el idioma, en este caso el francés, con el que escribo, a pesar de no ser mi lengua materna, porque hablo diversas lenguas propias del Senegal como el wolof y el serere, que aprendí antes, pero acabo escribiendo en esta lengua que no deja de ser la colonial, la que forma parte de esta herencia«, ha apuntado.
La pregunta que se ha planteado es si «podemos llegar a expresarnos en otra lengua algo que nos es sumamente propio», respondiéndose a sí mismo que tampoco podría escribir correctamente en las lenguas en las que habla y se expresa y, a la vez, en su país natal tampoco podría ser leído, porque son idiomas que no se aprenden en la escuela.
Por tanto, ha proseguido, «sólo podía escribir en una lengua que no deja de ser intermedia para poder llegar a otras lenguas, como ahora el castellano y el catalán».
Asimismo, ha reivindicado el poder escribir desde la libertad, «lo que quiero decir que hay que buscar referencias en otras partes, que son herramientas para encontrar tu propia estética, no limitándote al propio continente africano».
A su juicio, «buscar algo lejos permite acabar expresándote mejor que con la propia realidad cercana».
Con Roberto Bolaño siempre presente, aunque trabajando siempre «con fidelidad a uno mismo», ha hablado de la importancia de «cómo un autor puede fecundar a otros autores, de otra generación, continente y cultura».
A estas alturas de su carrera, ha precisado que le gusta pensar que forma parte de «la familia literaria a la que Bolaño pertenece, pero que no fundó, porque es solo un eslabón».
«Eso es lo interesante, la genealogía literaria», ha proclamado este novelista que crea sin pensar en lectores determinados, sino que, dice, «es el mismo libro, mientras se va escribiendo el que crea el lector al que me dirijo, aceptando que no puedes gustar a todo el mundo».
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