Molando

Imagen de portada: Manuel Lara Cantizani (Cordópolis)

Lara, tigre impar:

¡Escribo en Zenda! Me ha dicho la jefaza que bajo la percha literaria, lo que quiera, y me he puesto tan grave que casi les mando para el perfil una foto así, con la manita apoyada en el mentón: como si el peso de lo que pienso no pudiera sostenerse sin apuntalar. Desde que dejaste vacante la plaza de molón al norte del Genil y al sur de Sierra Morena, hemos tenido una pandemia y han estallado dos guerras de las que importan: dicen que todo ha cambiado, pero yo lo veo todo igual. Pensando en la guerra, el otro día me eché al bolsillo el primer ejemplar de la colección 4 Estaciones que cayó en mis manos por tu culpa: Una calle para mi nombre, de Izet Sarajlić. ¡Menuda edición! Con su pizza en la portada y esa tipografía tan pop, tan molona, con las guardas exclusivas para cada libro: en este, una gasa con sangre, como de haber intentado curar a alguien, pero no se sabe si, con ese papel verjurado y esa impresión a todo color, de la imprenta Caballero de tu pueblo, siempre tu pueblo. Lo cogí para leer en público en una sobremesa poética porque celebramos que hace un año abrimos una librería, Manolo, una librería molona. Han venido muchos de tus amigos, de los buenos, de los que escriben y bien. El día que abrimos vino Reche, divertidísimo, era 1 de junio y llovía en Córdoba y nos mojamos también por fuera, tardó dos horas en reconocerme y acordarse de nuestro primer encuentro en la azotea española que tenía Juanvi en Monte Sacro, por encima de las copas de los pinos romanos, y nos reímos más. También vino Curro Bernier —para quedarse— y nos echó un cable con el primer festival de poesía; luego presentó uno de esos deliciosos pliegos de Las hojas del baobab, que edita el genial Stabile, y ahora, en serio, estamos empezando a hacer pelis, que eso mola mucho, con él y con su hermano. Además, ha venido Juan Vicente Piqueras desde Amán a leer lo suyo y, claro, ha atraído a nuestros amigos de la biblioteca de La Perla de Sefarad, que tanto os adoran a los dos: mira si te quieren que, en vez de una calle para tu nombre, o una biblioteca, han bautizado contigo al auditorio aquel donde estuvimos juntos, con mi padre, por última vez antes de los hospitales y la muerte. Dicen que la muerte nos iguala, pero cualquiera que te conozca sabe que nos diferencia.

Fé, energía

Coloreando arcángeles,

El tigre impar.

Es el último haiku que nos dejaste un mes antes de tu partida, el número tres mil quinientos sesenta y seis, como epílogo de Los haikus del buen amor desde Lucena (y el mundo), como prólogo de la eternidad que habitas en la habitación vacía.

"Tienes que ver, Manolo, a la chavalería de entre quince y veintipocos tirarse como alanos a por los lotes de cinco libros a doce pavos ¡y cómo eligen!"

Escribir para los muertos ¡qué manera de salirse del guión!, sea desde la fe de tu haiku in fine in terra, sea desde la fe que De Prada profesa y defiende —por favor, lean esta entrevista de Maria José Solano: es antológica—, sea desde la duda cartesiana que practico desde Verne, salirnos del guión es lo que nos ha hecho molar tanto siempre, Lara Cantizani, o sea, que te escribo para seguir molando juntos con los amigos. Como Mario Cuenca, otro amigo que me has dado en herencia, con el que nos hemos salido del guión de las prisas y los intereses editoriales sólo por molar: nos hemos sacado de la manga un ciclo para estar nueve meses brindando por la obra de los autores más molones del panorama. Con una mesa larga, como en las comuniones de antes, vino para todos y, entre copa y copa, recorriendo la obra completa de Sergio del Molino, Karina Sainz Borgo, Agustín Fernández Mallo, Andrés Neuman, Rosario Villajos, Juan Gómez Bárcena, Manuel Vilas, Juan Soto Ivars y Elvira Navarro, cada cual, en vez de hablar de su libro, nos ha contado su literatura desde dentro: motivaciones, técnicas, obsesiones, demonios y alegrías, entresijos editoriales, relación con el público, con el gremio, con el dinero, con sus orígenes y territorios, con la política, con vida y con la muerte. Ha sido un maravilloso ejercicio de exhibicionismo ante un público —el cordobés— que sabe guardar un secreto.

Libros nuevos, sólo traemos los de los arriba citados para emborracharlos —si se dejan— y por no cortarles el ego, digo el rollo, que lo que es, es, y les gusta verse en el escaparate, que para eso escriben y el nuestro es muy molón. Una vez acabada la cena los devolvemos —los libros—, y en el día a día lo que chuta es reciclatura, que es lo que más mola y por eso lo dejo para el final. Gente que nos dona libros, gente que nos dona libros y nos compra libros y gente que nos dona libros, nos compra libros, se los lee y nos los vuelve a donar. Economía circular de esa que dicen los modernos estos. Tienes que ver, Manolo, a la chavalería de entre quince y veintipocos tirarse como alanos a por los lotes de cinco libros a doce pavos ¡y cómo eligen! Conrad, Mann, Verne, Tolstói, Galdós, Flaubert, London, Pardo Bazán, Salgari, Kafka, Christie, desaparecen en cada nueva donación, como lo que se reparte en la puerta de un colegio. Cerca de diez mil llevaremos y eso mola mucho, pero tú más, tigre impar.

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Raoul
Raoul
3 meses hace

Qué contraste entre el primer grupo de autores en negrita y el segundo…

Ignasi Pérez Arnal
Ignasi Pérez Arnal
3 meses hace

En dos palabras, extra-ordinario ; )

Ana
Ana
3 meses hace

Pero esto es un señor utilizando a su amigo muerto como excusa para hablar de lo guay que es el chiringuito que se ha montado, ¿no?