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Monika Zgustová: “Contar la violencia es revivirla”

Monika Zgustová: “Contar la violencia es revivirla”

Madrid, 27 de febrero. Nieva. Nos encontramos en Tirso de Molina. Monika Zgustová, con un abrigo granate que me hace pensar inmediatamente en la portada de la obra que nos convoca, Vestidas para un baile en la nieve, se acerca a mí con una rosa blanca en la mano y me dice, sonriente, «feliz cumpleaños, Edurne». Nos abrazamos y echamos a andar hacia el Café Pavón. Un té, un café con leche. A través del amplio ventanal contemplamos la nieve caer durante unos minutos mientras rememoramos inviernos tremendamente fríos, sobre todo los suyos: su Praga natal, que abandonó cuando tuvo que exiliarse con su familia a los dieciséis años para trasladarse a Vermont, donde pasaría otros inviernos nevados. También conoce los inviernos londinenses, parisinos y moscovitas, pero desde hace treinta años reside a orillas del Mediterráneo. Hija de exiliados, y exiliada desde la adolescencia, Zgustová lleva consigo la memoria de lo que queda atrás, la lengua materna como espacio hospitalario, el compromiso de no olvidar los motivos del exilio, la exploración del desgarro que causa la violencia, la búsqueda de los vestigios de la historia del totalitarismo. Si algo une la escritura de Monika Zgustová —traducciones, artículos y reportajes periodísticos, ficción, literatura testimonial— es la indagación crítica de la historia soviética, del totalitarismo y sus consecuencias tanto en las vidas íntimas como en la configuración de la sociedad rusa y de los países del bloque soviético. Ha traducido del checo y del ruso autores tan importantes como Bohumil Hrabal, Václav Havel, Milan Kundera, Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva. A través de la ficción ha indagado en la vida de las mujeres bajo el estalinismo, como en sus últimas novelas —La noche de Valia (2014) donde novela la vida de una de las mujeres supervivientes del gulag que aparecerá en Vestidas, o en Las rosas de Stalin (2016), en la que reconstruye la vida de Svetlana Alilúyeva, hija del dictador.

En su último libro, Vestidas para un baile en la nieve, recoge el testimonio de nueve mujeres supervivientes del gulag. Un proceso que comenzó en 2008 con las primeras entrevistas en Moscú, a las que se sumaron otras en Londres y París. Zgustová condujo las entrevistas, las transcribió, las tradujo y les dio forma de relato coherente. El resultado es un libro desgarrador y bello sobre la experiencia, hasta ahora casi desconocida, de las mujeres en el gulag. Los testimonios de las víctimas son fundamentales a la hora de entender la experiencia extrema y sus consecuencias, entender cómo la historia traumática nos marca, qué silencios deja en sus víctimas y qué estrategias de supervivencia. Tomando como punto de partida el compromiso de Zgustová con la memoria, hablamos de lo que significó para la autora la experiencia de Vestidas para un baile en la nieve, editado por Galaxia Gutenberg y que ha recibido el Premio Cálamo 2017.

"Somos muy frágiles frente a la historia y me interesa retratar esa fragilidad humana."

Me gustaría comenzar con la dedicatoria de Vestidas para un baile en la nieve: «A Olga, mi madre, que me empujó a escribir este libro, porque ella también fue superviviente de los totalitarismos del siglo XX». ¿Cómo marca el exilio tuyo y de tu familia la forma en la que entiendes la escritura y su valor (los temas que eliges, los autores que traduces, etc.)? ¿Dirías que practicas una especie de militancia de la memoria?

—Tal como hablamos de la memoria histórica, que es la memoria de un pueblo, de una cultura, colectiva, yo siento un compromiso parecido con una historia individual, que podría ser la historia de mi familia. Además, la historia de mi familia es lo que mejor conozco, lo que mejor puedo tratar desde dentro. Los escritores podemos escribir la historia de otra persona, pero en el fondo entramos nosotros y nuestra propia sensibilidad. Como mi familia ha vivido épocas muy turbulentas a lo largo del siglo XX centroeuropeo, he dedicado la mayor parte de mi obra a esto. Ese es mi fondo histórico y escribo de cómo vivimos las dificultades, cómo salimos airosos o no, cómo nos hunde la historia. Somos muy frágiles frente a la historia y me interesa retratar esa fragilidad humana.

—Hablas de tu interés por representar la fragilidad humana, como si a través de la fragilidad pudieras ir de lo individual a la comprensión de lo colectivo ¿Qué otros mecanismos tienes para trascender de lo individual a lo colectivo y viceversa, absorber la historia colectiva y hacerla personal?

—Sándor Márai dice que él escribe sus novelas partiendo totalmente de lo individual, porque las historias individuales son indestructibles, no las puede destruir ningún régimen. Pero yo parto de algo que es contrario, porque mi experiencia personal, familiar, me dice que precisamente muchas relaciones sí las puede destruir un régimen político, una guerra, una ideología, etc. Es lo que intento retratar: la permeabilidad o impermeabilidad de los individuos, de las parejas, las familias, a las influencias de la historia. Es esto lo que está en todos mis libros.

Leí en una entrevista que decías que en este libro todo es la «pura verdad». Esta afirmación me hizo pensar en ti como en una ventrílocua: recibes esas historias y las vuelcas en el texto. Pero en realidad sí hay un proceso, una elaboración propia al traducir, al construir el relato. ¿Cómo manejas este proceso?

—Es interesante, claro. Cada vez más, tengo una obsesión con la verdad. Cuando escribo sobre alguien tiendo mucho a plasmar el retrato del carácter de la persona, de su esencia, con máxima fidelidad. En los retratos de estas mujeres creo que ha sido más fácil que cuando escribes ficción porque tienes una persona, te ha dicho ciertas cosas, lo único que tienes que hacer es ver muy clara su historia y hacer una buena limpieza. Como si fuera una habitación que está llena de toda clase de cosas y quieres dejar lo más esencial para vivir y darle carácter. El resto lo dejas en una habitación de trastos. Apartar todo lo que no sea esencial, centrarte en lo que realmente es básico, en la desnudez, tanto del carácter de la persona como de sus circunstancias. Y esto no quiere decir que tengas que prescindir de los detalles o de la cotidianeidad. Los detalles son muy importantes. A veces es mejor tener varios detalles de cómo actúa que poner palabras que caractericen a esa persona.

—En ese sentido es como la ficción.

—Cuando en entrevistas me preguntan qué género es éste digo que es periodístico, tratado desde un punto de vista literario porque en realidad la literatura está muy presente en este libro.

—Por eso te pregunto por cómo construyes el relato que nos llega a partir del testimonio. Cuánto hay de la escritora Monika Zgustová en la voz de estas mujeres.

—Claro, es que el texto es algo tuyo, tu visión, tu manera de ser, escribir, de tratar el material que tienes delante de ti. Eres tú, y tú lo transmites de cierta manera, personal, igual que un traductor o un intérprete de música. Lo que hacemos los escritores son hasta cierto punto recreaciones, no podemos evitarlo. Esto no quiere decir que por eso la verdad no esté presente, lo está totalmente, pero tú das tu propia visión e interpretación de cómo era aquella persona.

"Pensé: Pobrecita, yo la he hecho hablar de todo esto que ella nunca ha querido hablar. Ahora es una de mis preferidas, digamos... pero me echó de su casa."

—Hay varias cuestiones, también relacionadas con el proceso, que no vemos en el libro pero que me parecen muy interesantes. Una tiene que ver con los afectos que se generan cuando alguien te está contando una historia tan íntima y dolorosa. Por ejemplo, el caso de Natalia.

—Sí, Natalia. Ella fue el ejemplo contrario de lo que me pasó con el resto de las mujeres. Natalia fue la persona que tuvo la experiencia más dura de todas porque estuvo en un hospital psiquiátrico. Ella nunca había contado su historia, por eso no quería irme de allí sin tener su testimonio, pero era muy difícil porque ella desviaba la conversación: quería hablar de su trabajo de disidente, de su revista de disidente…

—O sea, quería hablar de la supervivencia, no del trauma.

—Eso es. Yo estaba preocupada porque se podía cansar en cualquier momento, y pensaba que si no tenía el testimonio al principio igual después de tres cuartos de hora me decía que me fuera. Entonces le tenía que dar a entender que me interesaba la otra historia y ya por el hecho de no querer hablar con ella de su disidencia se creaba una tensión. Ella me decía que hacía mal al no interesarme por ello y yo iba obligándola, no violentamente evidentemente, porque no soy así, pero con una cierta obstinación, a que me contara su historia. Entonces ella al final accedió, pero con mucha violencia interior. Se generó entre nosotras una tensión bastante grande.

Se nota.

—¿En el relato se nota?

Sí, yo lo noté, por eso te quería preguntar por ella y por este proceso.

—Fíjate, cuando estaba transcribiendo la historia entonces la veía con otros ojos, casi me hubiera gustado abrazarla. Pensé: “Pobrecita, yo la he hecho hablar de todo esto que ella nunca ha querido hablar”. Ahora es una de mis preferidas, digamos… pero me echó de su casa. No sé si lo digo en el libro así.

"Otra me dijo que cuando su madre contó su historia para una televisión estuvo hablando media hora y después tuvo una fiebre de 40 grados. Es que contar la violencia puede ser como revivirla."

—No creo que dices que te echó.

—Pues sí, se deshizo de mí. Me habló de su experiencia casi como una máquina. Me habló en frases cortas, me lo dijo todo seguido. Yo quedé aligerada por haber tenido su testimonio, pero claro, ella se sintió violentada —lo dice con tristeza—. Y al contarme esto luego realmente me echó. Era muy dura desde el principio. Normalmente les llevaba unas flores, ella las cogió y las dejo por ahí —se ríe—. Ahora lo entiendo, cuando transcribes la historia la revives con ella. Creo que su experiencia fue tan extremadamente dura que ella no podía ser de otra manera. Otra me dijo que cuando su madre contó su historia para una televisión estuvo hablando media hora y después tuvo una fiebre de 40 grados. Es que contar la violencia puede ser como revivirla.

—¿Veías este tipo de reacción en todas las mujeres?

—No, sólo en Natalia.

—Era la única que no lo había contado antes.

—Exacto. Busqué en todas partes, me reuní con personas muy amigas suyas, y me dijeron que nunca jamás escribió sobre esto, tampoco había dado una entrevista. Así que me siento afortunada. Además murió poco después. Las otras no, las otras fue como al revés. Tenían ganas de compartir su historia, darla a conocer, que se supiera también en el extranjero.

"Me hablaban de novios, pero claro, qué coño novios, eran violadores."

—Otra cuestión que tiene que ver con aquello que no aparece en el libro: los silencios, sobre todo los relacionados con los abusos sexuales. Todo eso es territorio tabú para estas mujeres. ¿Cómo lo gestionas tú? ¿Hay algún momento que sientes que debes preguntar? ¿O esto está fuera de tus límites de lo ético?

—Yo notaba que era algo que no podía preguntar. Lo notas por la sensibilidad de la persona… por muchas cosas. Este era un tema difícil, porque realmente me hablaban de cosas como rodeando el tema, dándole vueltas, me hablaban de novios, pero claro, qué coño novios, eran violadores. El tema sí está un poquito más tratado en la novela La noche de Valia. Pero aquí no quise decir nada que ellas no me dijeran. Le pregunté a Svetlana Alexievich qué hacía ella cuando había algo que sus entrevistadas no le decían. Ella me dijo que es bueno que se note el silencio, que es importante que se note que no quieren hablar sobre ciertas cosas. Es lo que yo intenté, no sé con qué éxito.

—Si yo te lo pregunto es porque el silencio habla en este libro. A mí me interesaba sobre todo ver cómo tú lo manejas, no sólo cuando transcribes, sino en el momento, que puedes pensar «esta mujer está sintiendo algo doloroso de lo que no quiere hablar. ¿Qué hago?»

—Vi en todas una especie de rechazo a este tema. Svetlana me dijo que es un tema realmente tabú para esta generación de mujeres. Era una pregunta terriblemente violenta a una señora que tiene ochenta y muchos años, que ha tenido estas experiencias…  No sé, no soy esa clase de entrevistadores. No puedo… —hace una pausa, reflexiona—. Espera, miento. Alguna vez sí intenté alguna pregunta de manera más suave, envuelta en algo más dulce. Como vi que rapidísimamente lo captaban y desviaban el tema de conversación, pues no insistí. Pero tiene razón Svetlana. El silencio es elocuente.

"Yo he visto a estas mujeres desde muchos puntos de vista: como víctimas que han sabido salirse del pozo de lo terrible, pero también las he visto como mujeres que han sabido transformar su experiencia terrible en algo positivo, en algo bueno e importante."

—Has mencionado algo muy interesante sobre tu reacción al transcribir el testimonio de Natalia. Decías que habías revivido la violencia con ella. Esto me lleva a algo que me ocurrió al estudiar los testimonios de mujeres que habían sido torturadas y encarceladas durante la dictadura argentina, que algo de todo ese horror se quedó conmigo para siempre. Me gustaría que me contaras cómo crees que te ha marcado a ti este proceso: conocer a estas mujeres, escucharlas, transcribir sus historias, traducir su voz, convertirlas en relato. Cuando revives la entrevista, la transcribes, te metes en su voz para traducirla, ¿qué ha generado todo esto en ti?

—Primero debo decir que la primera vez que estuve en Moscú y que cada día iba a entrevistar a una mujer distinta, y luego por la noche escuchaba los testimonios, esto me llenaba cada día de una crueldad nueva. Me sentía terriblemente cansada, sentía que ya no podía más emocionalmente, sobre todo emocionalmente. Por eso comparto con el lector lo que me dijo Valentina, que yo la llamé que con la excusa de que los trenes no circulaban de manera regular y le dije que no podía ir y ella me tiró de las orejas —se ríe—. La verdad es así, tenía como esta crueldad y esta violencia dentro que me cansaba mucho psíquicamente. Al mismo tiempo me daba mucha energía, me energizaba saber que me estaba enterando de una página de la historia que casi nadie había desvelado. Y esto es algo increíble —Interrumpe su relato para hacerle una foto a Victoria, la fotógrafa, que está bajo la lluvia helada sacando fotos a través del ventanal. Nos reímos y se refiere a ella—. Pobrecita, qué frío, es fantástica. Esta chica es el símbolo de lo que hacemos cuando nuestro trabajo nos llena: vamos ahí fuera, a la intemperie y nos olvidamos de todo para tener una foto buena, una conversación, una entrevista —deja el teléfono y retoma el tema—. Yo tenía un cansancio profundo por la crueldad y la violencia y al mismo tiempo el entusiasmo de estar descubriendo algo importante. Eran estas dos cosas contradictorias, pero las dos en el fondo se unían y me daban la energía necesaria para seguir. Yo he visto a estas mujeres desde muchos puntos de vista: como víctimas que han sabido salirse del pozo de lo terrible, pero también las he visto como mujeres que han sabido transformar su experiencia terrible en algo positivo, en algo bueno e importante. Todas tenían en su escala de valores en primer lugar hacer algo por la humanidad, dedicar su vida a la humanidad. Yo aprendí la importancia de tener una escala de valores muy bien definida, no tan rígida como la de ellas, pero definida. Por otra parte, aprendí que nos quejamos demasiado en la vida, estamos pendientes de algunos detalles que no tienen importancia, prescindibles. Si te sientes hundida que sea por una causa real, no una tontería. Cuando estoy en una situación difícil pienso en estas mujeres y cambio de humor.

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