El lunes empecé con el documental de Fran Lebowitz en Netflix. Nueva York con burbujas. La escritora que tanto hace reír a Scorsese (esa carcajada apaña cualquier chiste) es otra demostración del prestigio inagotable del cascarrabias. Lebowitz tiene gracia y yo no se la quiero negar, pero el que echa broncas con chispa parte con dos cuerpos de ventaja respecto al que dice lo bien que le parece todo también con chispa. Pese a todo, Lebowitz entra en el temario del programa. Compartirá cartel con Calígula.
El martes escala el asunto andorrano (YouTubers) y se me ocurre que en realidad sabemos poco sobre ese país antes de pastores, ahora de deportistas y financieros y pronto de cabareteros de Twitch. Sí le interesó hace algunos años a Sergio del Molino y lo incluyó en Lugares fuera de sitio. Durante la semana el follón andorrano va a parecerse más a una borrasca que a un debate. Difícil espigar nada útil. “El Rubius te está robando”, concluye el jueves, en Telecinco, Javier Ruiz, mirando a cámara. Las cosas claras se llama el programa chusquero de Cintora en la pública. ¿Claras para quién?
El miércoles empiezo otra cosa: un libro. Es un acto estéril. Salvo las lecturas de trabajo, leer entre semana es un poco inútil. Poco tiempo y mala disposición. La cola de lectura está acostumbrada a esperar. Aguardan los fines de semana las lecturas de placer. Para vacaciones están los libros escogidos. Me doy el gusto de empezar El hijo del chófer. Avanzo poco.
El jueves Cruzcampo saca su anuncio. Qué bastinazo, que dirían en Cádiz. El spot comete el pecado (no sé si venial o mortal) de resucitar en vano a Lola Flores. En vano porque le hace decir cosas que jamás dijo ni se le suponen. Será por opciones en la hemeroteca de La Faraona. Noto, por otro lado, que la conversación general ignora la cuestión del andalucismo, que en realidad es el argumento del anuncio. El deep fake de la discordia y la imaginería tipo Rosalía no ocultan que es un anuncio tan antiguo como siempre. Andalucía sólo hay una, la que se rompe la camisa, la del poderío, la del hecho diferencial. La Andalucía ceñida no existe. Esa, si me apuras, ni habla con acento. Comprendo que es un anuncio para vender cervezas (incluso más allá de Despeñaperros), pero la omisión es recurrente. El andaluz que lleva la procesión más por dentro que fuera parece el lince ibérico, pero atestiguo que no es ninguna anomalía estadística.
El viernes Javier Burgos nos cuenta en La Cultureta su historia de las monomanías de Géricault. El pintor francés, por encargo de un psiquiatra un poco doctor Velasco un poco Oliver Sacks, pintó a diez perturbados de psicopatía escogida como si fuera el Seven de David Fincher. Cada uno representaba un tipo distinto de locura. La cleptomanía. La ludopatía. La pederastia. En el siglo XIX creían que los gestos de la cara (incluso la forma del cráneo) permitían diagnosticar afecciones mentales e incluso neurológicas. Con menos, Sabino Arana inspiró el PNV.
Por la tarde, por fin, me tiro en plancha sobre El hijo del chófer. Terminaré el domingo. El libro ubica el kilómetro cero de la pulsión victimista de la Cataluña nacionalista. También su inapelable eficiencia. La frase que más resuena está al inicio del libro y se repite más adelante: “¿Por qué en este país nadie dice la verdad?”, le pregunta Josep Pla a Vicens Vives en una carta. Por ejemplo: los falsos autónomos de las radios y las teles.
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En este enlace puedes escuchar el programa completo de La Cultureta
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