“¿Acaso no hay lugares en donde parece que se respira naturalmente la tristeza? ¿Por qué? No lo sabemos; por un encantamiento del recuerdo, por un capricho del pensamiento que nos transporta a otro tiempo, a otro lugar que no tiene, quizás, ninguna relación con el tiempo y el lugar donde nos encontramos”. —Alejandro Dumas, El Conde de Montecristo.
Le Corbusier diseña para Raoul La Roche la casa propia de un coleccionista de arte, cuyo objetivo no sólo es reunir una importante colección, sino mostrarla a conocidos y amigos. El arquitecto crea una serie de espacios de exhibición que nos recuerdan el esfuerzo que realiza el conde de Montecristo para impresionar a sus invitados. Si Le Corbusier se sirve de los principios del Movimiento Moderno para proyectar, podemos descifrarlos a partir de las claves que nos aporta la literatura.
La promenade architecturale
«Voici, vivant à nouveau sous nos yeux modernes, des événements architecturaux de l’histoire : les pilotis, la fenêtre en longueur, le toit-jardin, la façade de verre. Encore faut-il savoir apprécier, quand l’heure sonne, ce qui est à disposition…» [1]
En esta frase, Le Corbusier habla de eventos arquitectónicos de la historia que vuelven a la vida gracias a nuestra mirada moderna. ¿Acaso no se refiere a la capacidad que tienen esos elementos de devolver a la vida una historia? Una historia que puede evocar un suceso, real o ficticio, que cobra vida gracias a los elementos arquitectónicos. La siguiente frase del citado párrafo nos saca de dudas: “Hay que saber apreciar, llegado el momento, lo que se tiene a disposición…”. La arquitectura debe nutrirse de cuanto está a su alcance, con el fin de crear algo perfectamente adaptado a su contexto, tanto físico como cultural, y a su programa. Podemos entender que, en el caso de la villa La Roche, “lo que se tiene a disposición” es la historia del conde de Montecristo, ligada al barrio de Auteuil, que la arquitectura saca a la luz. No lo hace de una forma directa, porque el lenguaje de la arquitectura no es el mismo que el de la literatura, sino a través de componentes espaciales: juegos de luces, muros, volúmenes, perspectivas, aperturas… Emulando la manera en que Montecristo sacó a la luz la lúgubre historia de Gérard de Villefort.
Los pilotis
La tierra es clave en el relato de Dumas, pues es donde Villefort entierra a su hijo recién nacido. El jardín es el lugar que provoca la catarsis de los invitados del Conde, el final perfecto para su particular promenade architecturale. En la reducida parcela de Raoul La Roche no hay espacio suficiente para una casa imponente y un jardín exuberante. Para superponer ambos mundos, Le Corbusier utiliza una solución recurrente en su arquitectura: construir sobre pilotis la sala de exposición. Este recurso le permite respetar buena parte del terreno, como si la arquitectura no osara asentarse sobre una tierra maldita. Sería su forma de recordar la vergonzosa historia de Villefort, mostrando lo que una construcción tradicional hubiera enterrado en el olvido.
La fenêtre en longueur
Entre todas las salas de la mansión de Auteuil destaca el comedor, donde los invitados pasan más tiempo, disfrutando de la conversación y de los exóticos manjares que Montecristo les ofrece. El objetivo de la cena es deslumbrar a los comensales, pues cada plato es más sorprendente que el anterior. Sin duda Le Corbusier, cuando imaginó la sala de exposición de la villa La Roche, pensó en ofrecer un espectáculo similar: crear un lugar que deslumbrara a los invitados. En vez de elaborados platos, serían los cuadros puristas los que encenderían las conversaciones. El resultado es una arquitectura singular, con su doble altura, su muro curvo, su balcón para vigilar la llegada de los invitados, su rampa con la que continuar la promenade architecturale y apreciar las pinturas desde otros ángulos. Para aportar una luz continua, la ventana corrida aparece en la parte alta y se extiende a lo largo de toda la sala, de cada lado, consiguiendo el efecto de hacer flotar el techo y, así, impresionar aún más al espectador. El propio La Roche se quejó del impacto provocado por la arquitectura: Le Corbusier había conseguido deslumbrar al público, como hizo Montecristo, pero había quitado protagonismo al verdadero origen del encargo, los cuadros de su colección.
La máquina de habitar
La habitación roja, en donde da a luz la amante de Villefort, es pensada por Dumas de forma funcional. Situada en un extremo de la casa, contiene una escalera secreta que permite acceder al jardín para enterrar a un recién nacido sin pasar por ninguna otra estancia, convirtiéndola en el lugar perfecto pasa ocultar misterios (ya sea la llegada de una amante o la consecución de un crimen). De la misma manera, Le Corbusier es conocido por destacar la funcionalidad del espacio. Por ejemplo, en la villa La Roche encontramos un pequeño montacargas que permite subir los platos desde la cocina hasta el comedor sin utilizar la escalera del servicio, recordando la escalera secreta de la habitación roja. Incluso podríamos asociar el comedor de la villa La Roche con esa peculiar estancia que Montecristo decide dejar intacta. Y pensar en el montacargas como el medio más eficaz para hacer desparecer al bebé y bajarlo rápidamente al jardín.
Cuando la ficción reencuentra la realidad
Este análisis de la casa de Le Corbusier responde a una única pregunta: ¿qué sucedería si el conde de Montecristo llegara hoy a Auteuil y tuviera que ocupar la villa La Roche? En primer lugar, no le extrañaría comprar una construcción tan singular para un habitante del siglo XIX, porque para él lo más importante no es la arquitectura en sí, sino lo que ocurrió dentro de ella, su auténtica alma. Después se instalaría en la habitación reservada a Raoul La Roche y dejaría que Bertuccio decorase todo a su gusto, diametralmente opuesto a Le Corbusier. Y es que el exceso de Dumas encuentra el contrapunto perfecto en la austeridad del conocido arquitecto. Le Corbusier utiliza cuadros puristas y volúmenes despejados, de gran riqueza espacial, mientras Montecristo se sirve de una decoración exuberante, con objetos exóticos y pinturas de los grandes maestros. El fondo es el mismo, pero la forma cambia en función de la sensibilidad de cada uno. El proyecto de Le Corbusier quiere mostrar la colección de La Roche a sus amigos. El proyecto de Montecristo quiere mostrar el secreto que esconde la casa a sus invitados. Ambos utilizan la arquitectura y su puesta en escena para visibilizar algo, dirigiendo deliberadamente la trayectoria del espectador.
Aprendiendo de la ficción
Me pregunto si Le Corbusier había pensado en esta forma de enfocar su proyecto. El conde de Montecristo ya era una novela imprescindible en su época y él tenía la cultura suficiente para apreciar la importancia de aquel lugar. No podemos afirmar con certeza que Le Corbusier se inspirara en El conde de Montecristo para proyectar la villa La Roche, pero la verdad es que pudo haberlo hecho.
Cuando empezamos un nuevo proyecto, una vez recibido el encargo, definido el programa y analizado el entorno, necesitamos argumentos con los que llenar la página en blanco. Si no los encontramos, utilizamos automatismos heredados de proyectos anteriores y la experiencia toma el relevo. Pero podríamos utilizar la literatura como punto de partida, para aportar una nueva y original lectura (nunca mejor dicho) del espacio, enriqueciendo el resultado final. Para montar el argumentario que proporcionará soluciones a los problemas que surjan durante el proceso. Un proceso que no es ni mucho menos directo. Ni objetivo. La subjetividad del arquitecto influye de la misma manera que el lector da forma al escrito en su mente. Después de todo, habitar un espacio o un texto tiene una misma finalidad: ayudarnos a encontrar un lugar en el complejo mundo que nos rodea.
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[1] Le Corbusier et Pierre Jeanneret. L’œuvre Complète, I, p. 60.
BIBLIOGRAFIA
LE CORBUSIER et Pierre JEANNERET. L’œuvre Complète, I.
BENTON, Tim. Les villas parisiennes de Le Corbusier 1920-1930. Paris: Editions de la Villette, 1984. ISBN 978-2-91-545606-6
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