Arturo Pérez-Reverte publica El problema final, una novela actual con todo el sabor de los clásicos de misterio.
El problema final comienza en Italia (“Fui a Génova a comprarme un sombrero”) pero tiene piel griega y alma londinense.
Reverte vuelve a jugar; regresa más que nunca como ese homo ludens que tanto echábamos de menos algunos de sus lectores, porque si bien es verdad que en sus últimas grandes novelas históricas (Línea de fuego o Revolución) la capacidad narrativa del escritor profesional se desplegaba con una finura y un talento narrativos desbordados en sus más de quinientas páginas, también es verdad que el lector encapsulado en la añoranza de aquellas primeras novelas que inauguraron un nuevo género (el que Reverte inventó) el, llamémoslo así, “thriller europeo cosmopolita”, ahora irrumpe con garra abriéndose paso en el saturado panorama de novedades insustanciales y excesos del noir más repetitivo.
Pero no se engañe el lector, porque El problema final no es un nuevo El club Dumas. Es mucho más: el Reverte veterano de El pintor de batallas, de El tango de la Guardia Vieja, de El italiano, con todo ese bagaje y toda la elegancia, la dureza, la soledad del héroe cansado, construye una historia que es, al mismo tiempo, recuperación feliz de la infancia lectora y aventurera del novelista, pero también es el resultado de un destilado perfecto de años de escritura, lecturas, éxito y reflexión.
El problema final transporta al lector, como en las buenas novelas de aventuras, a una isla casi desierta, donde un grupo de personajes quedará atrapado por un inesperado temporal. En un hotel elegante, alejado, mediterráneo y cosmopolita, ocurrirán una serie de asesinatos singulares que, en principio, nadie puede esclarecer. Un veterano actor, un novelista de éxito, una mujer de oscuro pasado y un puñado de personajes alojados en el hotel vivirán unos días de angustia, misterio, sospechas y, sin lugar a dudas, diversión. Pero una diversión absolutamente revertiana, esa que es capaz de transmitir desde el principio a sus lectores: la del reto inteligente de invitar al juego de crueldad, lucidez y azares que trenza siempre todas sus tramas.
Basil, el actor holmesiano retirado y convertido en improvisado investigador de crímenes, y el fiel Foxá, un escritor de novelas comerciales, emergen en el universo de Pérez-Reverte como consecuencia de todas las lecturas de infancia y juventud: Poe, Conan Doyle, Ellery Queen, Agatha Christie… presentándolos como una nueva pareja de Holmes y Watson: dos héroes cansados, felices de serlo, movidos ,como el mismo lector, por los hilos poderosos, inteligentes y únicos de Arturo Pérez-Reverte, el Moriarty de esta historia.
Cuando uno termina la novela con ese final sorprendente, inesperado y casi imposible de adivinar, no puede más que recordar, como epílogo, aquellos versos de Borges:
“Dios mueve al jugador / y éste la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios / la trama empieza?”
Yo lo sé: Se llama Pérez-Reverte. Y con esta novela de El problema final acaba de escribir (de nuevo) un clásico.
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Autor: Arturo Pérez-Reverte. Título: El problema final. Editorial: Alfaguara. Venta: Todostuslibros
Esperemos que este problema final no sea un anuncio revertiano de su propio último telón ni mucho menos una señal de que se acerca su última reverencia. Si hiciera falta sacarlo de su retiro, podemos ser más desconsiderados que los lectores de Sir Arthur.
Soy uno de esos lectores encapsulados. Aunque soy un arturadicto y leo con fruición las novelas que va publicando en el trascurso del despiadado tiempo, de las primeras guardo un regusto especial y siempre retorno a ellas, a releerlas.
El ajedrez me apasiona y «La tabla de flandes» es una obra maestra. Y es el arquetipo del héroe cansado, del héroe fracasado que se regodea en su fracaso autoimpuesto (vamos, lo contrario a la idiosincrasia del político o del alto cargo deportivo). No sé todavía si el ajedrecista será también el principal protagonista de la nueva novela o, ese papel, se lo ha reservado don Arturo.
Si el nuevo relato va por los mismos derroteros, muchos lectores tendremos ataques intensos de nostalgia, del prousiano tiempo perdido, de los irrepetibles años 90. Porque, en mi caso, cuando recuerdo cada lectura realizada, evoco a su vez un momento, un espacio, un tiempo y una sociedad, todo ello ya, como digo, prousianamente perdido.
Estoy deseando comenzarla…