Primero tengo que contarles algo sobre nuestro prior provincial. En la provincia de Chicago de la Orden de San Clemente hay su buen centenar de sacerdotes y frailes –todos rinden cuentas a él–. Sí, incluido un servidor. Y él a su vez rinde cuentas a otra persona, y así sucesivamente, hasta el mismísimo santo padre, quien, por descontado, rinde cuentas a Alguien Más. Pero volvamos a nuestro prior provincial. Un hombre puede quizás sentir debilidad por los coches nuevos, otro por los coches antiguos, etcétera. Ya saben lo que quiero decir. Pues bien, la debilidad de nuestro prior provincial son, por lo visto, las abejas. En el noviciado siempre hemos tenido gallinas, patos y gansos, además de ovejas, cerdos y reses. Puede que hasta tengamos uno o dos caballos en el noviciado –casi cualquier cosa que sean capaces de imaginar, menos abejas.
–Pero padre –le dije el otro día a nuestro prior provincial–, ¿me está diciendo que salga y les diga a esas buenas gentes: «Por diecinueve centavos al día, amigos míos, pueden vestir, alimentar e iniciar a un joven en el sacerdocio»?
–Eso mismo, padre Urban –dijo él–. Tenemos cifras que lo demuestran.
¿Y cómo nos las vamos a arreglar?, preguntan ustedes. Lo mismito que yo a nuestro prior provincial.
OBERTURA
Billy, sin embargo, dejó la sacristía sin decir nada acerca de una contribución, ningún formulario de donaciones llevaba su nombre y las canastas de la colecta no depararon sorpresas. El padre Urban bien podría haberse olvidado de él. Pero al sábado siguiente, en South Bend, tras el partido de la Southern Cal contra Notre Dame, Billy volvió a aparecer –fue él quien llamó a voces al padre Urban desde una limusina Rolls-Royce gris–. El padre Urban dejó a sus compañeros, un par de novicios de la mejor cepa, y volvió a Chicago con Billy y sus acompañantes, dos hombres de la edad de Billy (y del padre Urban) con pinta de ejecutivos. No estaban borrachos, pero habían estado bebiendo, y al padre Urban, sentado delante con el chófer, le costó entrar en la conversación. Casi todo lo que pudo averiguar de Billy fue que vivía en North Shore y que estaba teniendo problemas con la leña que quemaba en sus chimeneas. Fue suficiente, aun así.
Avanzando, el padre Urban condujo a Billy hasta la Gruta de Nuestra Señora. Se arrodillaron un momento para rezar. Después bebieron del arroyo.
Autor: JF Powers. Título: Morte d’Urban. Editorial: La navaja suiza. Venta: página web de la editorial
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