El 23 de marzo de 1766 se produjo el Motín de Esquilache en Madrid. El Domingo de Ramos estalló la violencia después de varias jornadas de protestas contra las prohibiciones en la vestimenta, que impedían llevar sombreros redondos y capas largas. Pero detrás de esas demandas había otros intereses: los de los aristócratas y los miembros del clero que veían afectado su patrimonio con las reformas económicas de los ministros de Carlos III.
¿Quién fue el Marqués de Esquilache?
Este hombre de origen humilde comenzó su carrera como administrador de la aduana de Nápoles. Su eficaz labor y su apuesta por las reformas ilustradas le hizo ganar en seguida la confianza de Carlos III, que le otorgó más responsabilidades en su reino. En 1759 el monarca Borbón marchó a España para hacerse cargo del trono y se llevó junto a él al grupo de políticos con los que había estado trabajando en Italia. Esquilache asumió, hasta el año 1766, algunas de las funciones de gobierno más importantes de la nación. Fue el encargado de crear la lotería —una importante fuente de financiación para el estado—, realizó importantes mejoras en el saneamiento y el alumbrado de Madrid y organizó administrativamente a las tropas de América y las transacciones comerciales en Cuba y Luisiana. Sus cambios le enemistaron desde el principio de la nobleza, pero el gran problema surgió cuando se enfrentó a la iglesia.
¿Por qué se produjo el Motín de Esquilache?
El descontento popular contra el marqués de Esquilache surgió por varias prohibiciones en la vestimenta. El ministro de Carlos III quería erradicar los sombreros anchos y las capas largas para evitar la impunidad de los embozados, delincuentes que ocultaban su identidad bajo estos ropajes. Esta fue la excusa que usaron los nobles y los jesuitas —que no aceptaban las políticas reformistas de un intruso— para incendiar las calles de Madrid; y también el de algunas otras ciudades del país, como Zaragoza y Alicante. Las clases populares, acuciadas por la falta de pan —causada por la especulación con el grano de los mismos que les incitaban a la rebelión—, salieron a la calle para mostrar su malestar. El 23 de marzo comenzó la protesta, que se fue haciendo cada vez más grande hasta desembocar en un gran altercado de orden público, conocido como el Motín de Esquilache. Una muchedumbre de 5.000 personas llegó hasta el Palacio Real, donde estaba escondido Esquilache, para exigir hablar con el mismísimo rey. Hasta en dos ocasiones tuvo Carlos III que escuchar las demandas de los amotinados. La violencia cesó con la expulsión del marqués de Esquilache, que tuvo que regresar a Italia, donde terminó su carrera política como embajador en Venecia. Carlos III se tomó cumplida venganza contra los jesuitas al año siguiente, con su expulsión del país.
Otras efemérides históricas del 23 de marzo
El día 23 de marzo de 1568 tuvo lugar la batalla de Longjumeau, que puso fin a la segunda guerra de religión entre católicos y hugonotes en Francia.
El día 23 de marzo de 1844 la reina madre María Cristina regresó a Madrid después de su destierro.
El día 23 de marzo de 1848 Venecia declaró su independencia de Austria.
El día 23 de marzo de 1988 se firmó un alto en fuego en Nicaragua entre las tropas sandinistas y las de la Contra.
Si estoy leyendo bien, Doña Paca atribuye el motín, como no podía ser de otra manera, a la Iglesia. Es como echar la culpa de las huelgas del transporte a la ultraderecha. Los jesuitas, por lo visto, eran una sociedad secreta iniciática que no tenía otra cosa que hacer que promover motines contra un ministro que encarnaba el progreso. Este cuento tan bonito ha hecho fortuna entre el progrerío, pero la historia es un poco más compleja y menos categórica. No se puede dar por demostrada una conjura o conspiración de nobles y jesuítas, porque es sólo una hipótesis. No se puede obviar el contexto ¡siempre el contexto (no era un ministro popular)! y el detonante (el hambre) producida no sólo por las malas cosechas, sino por también por el acaparamiento de los propietarios (clero y nobleza) que, como es lógico, no iban a vender barato si podían vender caro. Y a esta situación se llegó por la liberalización del precio del grano (obra de Esquilache), que no tomó medidas adicionales. Había que liberalizar, claro que sí, pero hay que hacerlo bien.
Probablemente, el motín fue espontáneo, aunque fue aplaudido por los enemigos del ministro, que estaban entre los propios ilustrados y la nobleza (también influenciada por ideas enciclopedistas). Lo veían como un competidor, un advenedizo de clase inferior y, lo que es peor, hizo cosas acertadas. Una jugarreta parecida le hicieron al Marqués de la Ensenada, porque -no es un defecto español únicamente- la envidia existe y los buenos, eficientes y honrados son insufribles para los que no lo son. La línea política no varió en los siguientes gobiernos, aunque cayeron en manos de rivales de Esquilache como el conde de Aranda.
La Iglesia había aceptado la política regalista, porque los propios obispos -que debían su elección al rey- eran sus primeros defensores. El concordato de 1753 había incrementado el poder real. Otra cosa eran los navajazos en el seno del clero y la desafección de los ‘progres’ aristócratas ilustrados por los jesuítas, vistos como un instrumento del Papa y poseedores de una red de colegios mayores. Estos colegios estaban en todos los territorios de la Monarquía, tenían una calidad educativa alta y dotaron a España de una clase media letrada, competencia de la aristocracia, y tan leal a la Iglesia como al rey, y esto era lo que no se le perdonaba. La expulsión de los jesuitas y la eliminación de esta red de colegios fue una de las causas medianas de la balcanización de la América española en la siguiente generación. Esto, naturalmente, no quieren verlo los que usan la historia para colorear y sazonar sus prejuicios y fobias personales.
Ejemplo de manipulación y de agitación política. El pueblo, manejado y teledirigido por el oculto jugador de ajedrez. Nobles y jesuitas. Y un ministro válido expulsado por el populismo ignorante. Más tarde, llegarán el cornudo, la Verga (Godoy) y Fernandito, aclamados y defendidos por la Iglesia.