La vida de la película concienciada está llena de riesgos y peligros. Tantos o más que la de una película “necesaria” (sea lo que signifique eso) y entre ellos, y muy a su pesar, el llegar con una fecha de caducidad bajo el brazo. Moxie, uno de los últimos largometrajes de éxito de Netflix, cuenta cómo una tímida adolescente se decide a publicar un fanzine revolucionario para denunciar el racismo y el sexismo en su (aparentemente) plácido instituto. A partir de ahí, la película dirigida por la actriz cómica Amy Poehler funciona a ambos niveles, los de una temible película concienciada y necesaria, pero gracias a Dios nace con el don de la sencillez, la capacidad natural de tener gracia.
Poehler da sentido a ese sentimiento colectivo de hartazgo y, de paso, construye un dramedy adolescente digno de elogio. Lo hace vinculando ambos fenómenos, pero sin menospreciar ninguno de ellos. Al contrario, hay mucho que cortar en la figura de Vivian, interpretada con excelencia por Hadley Robinson, y en esa ausencia de figura paterna que la película aborda sin excesivos dramatismos, así como su voluntad de encontrar un sentido a su vida. Poehler, que interviene también en la película interpretando a la madre de Vivian, de la que ésta imita al inicio toda su rebeldía poniéndose literalmente su chaqueta de cuero, demuestra aquí que su pasado en el Saturday Night Live le ha servido para recoger una notable perspicacia cultural, abordando lo que significa hacer bromas de lo que ya no es gracioso sin extirpar la propia diversión del relato. Su sentido del gag también se aprecia en los diálogos y detalles extravagantes (como ese póster de un severo John Cena… recomendando leer a los estudiantes).
Pese a que pueda parecer una película obvia, facilonga, en Moxie hay lugar para leer entre líneas (hay estupendos detalles a la hora de construir el personaje de Vivian, como ese único momento en el que nombra a su padre; o ese recuerdo con unas arañas confesado por su amigo Seth). También esa pesadilla abstracta del comienzo y cómo ese grito inaudible repercute en el discurso final de Vivian, en sí mismo un convencionalismo brutal que Poehler sabe adornar, convertir en legítimo material expresivo. La película sobrevive a una doble cabriola mortal, la de disimular todos los convencionalismos de película con mensaje con otros de la comedia juvenil, y que la propia obra sobreviva y se eleve por encima de una y otra categoría. La película concienciada no le roba la diversión a la película coral adolescente, ni viceversa el carácter.
Al contrario, uno agradece el sentido de la comunidad que Poehler consigue imprimir al relato sin tampoco atemperar el estrés provocado por los abusos (que sí, tienen importancia) ni menospreciar la gravedad de las acciones emprendidas por unos y otros. En conjunto, la película no apuesta por censurar tanto como por enriquecer. Cada generación necesita su revolución, y eso está bien, permite recoger los frutos, dice una película a su manera optimista. El cambio de roles que se plantea no resulta tóxico y resulta imposible no sumarse a la lucha de Moxie, sumando a Poehler a ese grupo de directoras de comedia que, como Olivia Wilde en Superempollonas, destacan entre la mediocridad general.
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