Otro veintiséis de enero, el de 1962, hace hoy sesenta años, toca a su fin la suerte de Lucky Luciano. El capo di tutti i capi, el rey del hampa italoamericana, empezó a ser llamado afortunado (Lucky) por los otros hampones durante su escalada desde las calles del Lower East Side de Manhattan hasta la cúpula rectora de la mafia. Sí señor, en sus comienzos en el crimen, Salvatore Lucania tuvo suerte cuando sobrevivió a la viruela, que padeció en el barco que le llevó junto a su familia desde su Sicilia natal a Estados Unidos cuando sólo tenía nueve años, la enfermedad que le marcó la cara tanto como el filo de alguna navaja.
Pero contra el destino último nadie da la talla. Devuelto a Italia por las autoridades estadounidenses en 1946, un día como hoy de 1962 la fortuna le abandona, y la Parca, mediante un súbito infarto de miocardio, se lleva al antiguo jefe del crimen organizado mientras se disponía a tratar con un productor estadounidense una versión cinematográfica de la historia de su vida. Hombre ávido de fama, el haber llegado a ser uno de los mayores responsables del tráfico de heroína en Estados Unidos, incluso después de haber sido expulsado del país, no le impidió convertirse en una especie de personaje folclórico, que dedicaba autógrafos y se fotografiaba gentilmente con cuantos turistas estadounidenses le visitaban en Nápoles. Siempre les consideró sus compatriotas, porque el capo siempre se consideró estadounidense.
Y a su modo, se comportó como un patriota cuando, siempre supuestamente, llegó a una inteligencia con el Tío Sam. Así, desde su reclusión en la prisión de Sing Sing (Nueva York), durante la guerra ordenó a su gente en el puerto de la ciudad que colaborasen con las autoridades militares para la detención de todos los supuestos espías italianos y alemanes que arribasen a dichos muelles.
Más aún, llegado el momento del desembarco aliado en Sicilia —siempre según la literatura y los innumerables documentales que ha inspirado el capo—, Luciano dio las instrucciones precisas a sus secuaces sicilianos para que facilitasen a las tropas su tarea. De ahí que en 1946 se le devolviese a Italia, con la prohibición de volver a Estados Unidos, después de haber sido condenado en 1936 por proxenetismo a entre treinta y cincuenta años de cárcel. De ser así, como se da por sentado en todos sus apuntes biográficos, habría conocido las cloacas de la calle, al igual que las no menos famosas cloacas del estado.
Mucho tiempo atrás, antes de la cárcel, la expulsión y el infarto, la actividad criminal del afortunado arranca siendo este adolescente aún. A los catorce años ya organiza su primera banda de delincuentes juveniles. No mucho después, ya integra el gang de los Five Points, una mara de esa zona de Lower East Side que habrá de ser recordada como una auténtica cantera de hampones. Fue en ella donde Luciano conoció a Frank Costello, otro futuro gran jefe del crimen organizado. A diferencia de sus pares, Lucky ofrece protección a los jóvenes judíos que no saben defenderse a cambio de diez centavos semanales. De ahí que fuera entonces cuando trabó amistad con Meyer Lansky, futuro preboste de los clanes de origen hebreo, amén de ideólogo del blanqueo de sus capitales.
Todo son suposiciones, pero se dice que, en sus primeros años, Luciano buscó reputación como proxeneta. Con el tiempo, cuando nuestro hampón ya había muerto y algunos de quienes le conocieron en los días de su dudosa gloria le evocaron en sus memorias, no faltaron los que apuntaron que Lucky nunca tuvo la prostitución entre sus negocios. Así lo dejó escrito Polly Adler —toda una madame de la sociedad neoyorquina— y Joe Bonnano, jefe de la familia que llevaba su nombre, contemporáneo de Luciano y uno de los pocos mafiosos que consiguió dejar el crimen y dedicarse a los negocios legales sin pasar por la cárcel.
El caso fue que, como no pudieron probarle ningún otro delito, a Lucky lo enviaron a Sing Sing acusado de proxenetismo.
La primera detención del afortunado, por robo, se remonta a 1911. En 1915 ya lideraba su propia banda en el East Harlem. Ese mismo año le detuvieron por vender heroína y morfina. Entre 1916 y 1936, cuando fue enviado al trullo, en principio para pudrirse entre los barrotes, este enemigo público numero uno fue detenido hasta en veinticinco ocasiones. Juego ilegal, extorsión y robo fueron algunos de los cargos.
Su escalada al trono del hampa —como la de Al Capone, Caracortada, su contemporáneo y homólogo en el sindicato de Chicago— se remonta a los días de la Prohibición, que entró en vigor el diecisiete de enero de 1920. Ese mismo año, el afortunado fue reclamado como pistolero por Joe Masseria, su predecesor en la jefatura de la familia Genovese.
Pero matar para el que entonces era el Don de Nueva York no bastaba para Luciano. De modo que él y Costello empezaron a trasegar alcohol, financiados por Arnold Rothstein, un jugador y cerebro de los clanes hebreos. Una de las cuestiones que encumbraron a Luciano fue su falta de prejuicios para asociarse con hampones pertenecientes a otras tradiciones criminales. Fue el caso que en otras familias y otras mafias había otros jóvenes como él, enemigos del conservadurismo de los capos antiguos y tradicionales, y en esa coyuntura todos medraron. Especialmente, Lucky Luciano.
Este afán de mestizaje —por así llamarlo— unido a la guerra que en 1928 se declaró entre Salvatore Maranzano, el entonces capo di tutti i capi y Masseria, así como los consejos de Rothstein —quien le enseñó a vestirse, a moverse en las altas esferas, a hacerse un nombre entre los aficionados al cuadrilátero e incluso le presentó a Capone—, Lucky Luciano comenzó su ascenso a la cima del crimen.
Siempre según suposiciones, en 1925 controlaba a todas las prostitutas de Manhattan y empezaba a meter cabeza en el mundo del juego y las apuestas ilegales. De ser cierto lo que se dice de él, en el 27 se había especializado en las meretrices yonquis, a las que pagaba con heroína. Se hablaba de que ganaba cuatro millones de dólares al año, descontados los sobornos y los sueldos de sus empleados.
No le faltaban enemigos cuando en el 29 —el año del crac— esos tres tipos pagados le subieron a una limusina para llevarle hasta un almacén de Staten Island. Una vez allí le ataron a una viga y esa fue la ocasión en que durante varios días estuvieron torturándole. Sobrevivió al suplicio.
Al quedar libre, estaba resuelto a deshacerse de Masseria. Puesto a cambiar de lealtades, decidió convertirse en el segundo de Maranzano. De modo que los días de Masseria empezaron a estar contados. Su hora llegó el quince de abril del 31. Fue en un restaurante de Coney Island. Lucky se encontraba jugando unas manos de póker con Masseria cuando dio una disculpa para levantarse de la mesa. Al punto entraron sus muchachos y pusieron fin a la gloria del entonces jefe de los Genovese.
Maranzano no tardó en comprender que Luciano anhelaba la cima del crimen organizado. Con las mismas, dispuso las cosas para su asesinato. Pero el afortunado, consciente de la jugada, se adelantó a Maranzano. Dado su afán de mestizaje, para la operación recurrió a cuatro sicarios judíos, desconocidos para la gente de Maranzano. Como en la matanza de San Valentín, ordenada por Capone el catorce de febrero del 29, los sicarios se presentaron en la oficina de Maranzano haciéndose pasar por policías. Dada la argucia, no les resultó difícil poner fin a la historia del Capo di tutti i capi. Fue el diez de septiembre del 31.
Cuando Luciano subió al trono de los bajos fondos estadounidenses, tras ser nombrado el jefe de los cinco clanes mafiosos, sin duda pensando en la forma en que llevó a cabo su ascenso, lo primero que hizo fue cambiar ese título de Capo di tutti i capi por el de presidente de la comisión que regía a las cinco familias. A su juicio, lo del capo… podía dar pie a los jóvenes mafiosos, a la búsqueda de reputación, a intentar matarle para hacerse con el cargo. Aquella fue una de las primeras medidas que llevó a cabo en su reorganización de la cosa nostra.
Su reinado, más discreto que el de sus predecesores, duró apenas un lustro. Pasó más tiempo en la cárcel. Tan buen católico como tantos hampones italianos, en Sing Sing hizo levantar una iglesia que destacó entre los templos del sistema penitenciario estadounidense.
Devuelto a Italia tras su supuesta colaboración con el estado, se convirtió en el mayor traficante de heroína en Estados Unidos. A veces desde Nápoles, otras desde Cuba, donde intentó establecerse. De no haber muerto de un infarto súbito, un día como hoy, hace sesenta años, las autoridades italianas le hubieran detenido, en el mismo aeropuerto, acusado de tráfico de drogas. Con todo, consiguió su último anhelo: su vida ha sido llevada al cine en numerosas ocasiones. De hecho, junto con Caracortada Capone, es el más famoso de los hampones italoamericanos. Así se escribe la historia.
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