Otro 25 de octubre, el de 1957, hace hoy 66 años, un ataque de apendicitis pone fin a los días de Edward John Moreton Drax Plunkett, XVIII Barón de Dunsany. En efecto, Milord asciende a la gloria de Dios a consecuencia de una tardía inflamación del apéndice. Es un mal relativamente frecuente en los escolares, e incluso en los adultos que están en la veintena. Pero que un anciano de 79 otoños sufra esta dolencia es algo tan infrecuente que los lectores de Dunsany —cuyo número irá en aumento, al igual que la admiración que todo lo venidero habrá de profesarle— sostendrán que fueron los seres invisibles, que le perseguían en sus horas postreras, quienes, un día como hoy, vinieron a llevársele al panteón de la literatura universal. Allí le aguarda la posteridad, con ediciones tan hermosas como la de cierta traducción española de En el país del tiempo, debida al gran Francisco Torres Oliver, que, con el sello de Siruela, dentro de la colección ‘El ojo sin párpado’, verá la luz en el Madrid de 1988.
H. P. Lovecraft lo leyó en 1919, a instancias de la periodista Alice Hamlet, una de las pocas mujeres de las que se da noticia en la biografía del outsider de Providence. Antes de morir en 1937, Lovecraft —quien también fue víctima de esos seres invisibles— escribió sobre Lord Dunsany: “Inigualable en el embrujo de la prosa cristalina y musical, único en la creación de un mundo espléndido y lánguido, dotado de una visión exótica e iridiscente”. En efecto, fue en uno de los textos del outsider de Providence, que August Derleth reunió en 1939 para publicarlos por primera vez bajo el sello de Arkham House, ese ensayo que conocemos como El horror en la literatura. En esas mismas páginas continúa: “Inventor de una nueva mitología y tejedor de un folclore sorprendente, Lord Dunsany se ha consagrado a un extraño mundo de fantástica belleza, empeñado en una guerra eterna contra la terquedad y fealdad de las realidades diurnas”.
Dunsany también tuvo palabras elogiosas para su admirador estadounidense tras la noticia de su fallecimiento, allá en Providence, Lovecraft siempre en Providence: “En los pocos relatos suyos que he leído, he podido comprobar que escribe en mi onda. Pero de una manera completamente original”.
Treinta años después, en el 69, cuando el psiquiatra, ensayista y traductor español Rafael Llopis reúna y vierta a nuestro idioma, para Alianza Editorial, Los Mitos de Cthulhu, Lord Dunsany figurará entre sus precursores. También es harto sabido —las múltiples ediciones que ha conocido, la trascendencia que ha tenido entre los aficionados españoles al cuento de terror— que hablamos de una antología que, igualmente, habrá de hacer su propia historia: aquí todo nace para lo venidero. Por cierto será Juan Perucho quien, en la dedicatoria de su pieza incluida en Los mitos, nos hable por primera vez de los “seres invisibles” que persiguieron a Lovecraft hasta matarlo.
Sí señor, la posteridad, lo venidero, un día como hoy acogió en su seno a uno de los grandes autores de la literatura fantástica. Es un momento triste para la humanidad porque fallece alguien que le ha proporcionado grandes lecturas a muchos. Pero también es un momento estelar porque, a partir de hoy, la obra del finado pasa a formar parte de la bibliografía ideal del porvenir: se sucederán las ediciones y las citas cultas.
Nacido en Londres en 1878, milord fue educado en Eton y en la academia militar de Sandhurst. Combatiente en la guerra de los Boers y en la Gran Guerra. Tras el armisticio, enseñó literatura inglesa en Atenas y tuvo tiempo que dedicar a la caza mayor, al ajedrez y al cricket. Su bibliografía abarca unos 60 títulos. Su mitología personal fue su primera materia literaria y, además de a Lovecraft, inspiró al Tolkien de la Tierra Media. En la Guerra del Anillo resuena La hija del rey del país de los elfos, la novela que Dunsany publicó en 1924. Tan buen dramaturgo como cuentista —según comentan quienes saben de teatro—, milord fue, junto a Yeats y Synge, uno de los principales impulsores del Teatro de la Abadía dublinés. De modo que, a diferencia del resto de los mortales, llegada su hora postrera, Lord Dunsany no se desintegra en la nada, se queda entre sus lectores y entre las generaciones venideras que le seguirán leyendo. Así se escribe la historia.
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