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Muere Paul Verlaine, nace el príncipe de los condenados

Muere Paul Verlaine, nace el príncipe de los condenados

Otro ocho de enero, el de 1896, Paul Verlaine, tras una vida de excesos y disipaciones, da con sus huesos en la tumba. Padece diabetes, úlceras estomacales y sífilis. Pero le lleva al hoyo una neumonía, ni siquiera el estigma que, entre los “bien pensantes”, obra sobre él desde el escándalo de Bélgica. Que no hizo otra cosa que agrandarse con la violencia de sus últimas borracheras. A consecuencia de una de ellas, en la que intentó matar a su madre, pasó a la sombra de la prisión de Vouziers el mes que se fue entre el 13 de abril y el 13 de mayo de 1885. Sin embargo, ella habría de ser la única que nunca le abandonaría.

Entre los poetas que acompañan al príncipe de los condenados a su última morada, en el cementerio de Batignolles, se encuentran François Coppée, Stéphane Mallarmé, Catulle Mendès, Maurice Barrès, Jean Moréas, Gustave Kahn y Edmond Lepelletier. Empero el oprobio, que para la ortodoxia, la gente de ley y orden, los autores canónicos, el difunto llevó en vida, invariablemente, a su nombre, la generación siguiente ve en la lírica del finado el camino que ha de transitar la poesía venidera. Y eso que Barrès, amén de escritor, también será uno de los pilares del nacionalismo francés en el siglo XX.

"Tristan Corbière, Jean-Arthur Rimbaud, Marceline Desbordes-Valmore, Stéphane Mallarmé y Pauvre Lelian, anagrama de Paul Verlaine, el autor de los ensayos y primer condenado"

Un largo declive, el final de su vida es casi el de un vagabundo, que frecuenta cafés y hospitales, condenado a miserables aventuras amorosas. Viviendo de escasos subsidios públicos o privados, de algunas conferencias. Produce poco más que revisiones de textos ya conocidos, incluidos los poemas eróticos, incluso pornográficos, de Hombres, sostiene Gilles Vannier, uno de sus biógrafos. Cuando estos últimos versos, de publicación póstuma, escritos en el hospital, vean la luz en 1903, los detractores del difunto, tendrán que medir mucho sus palabras, antes de condenarle. Las licencias y disipaciones, se verán redimidas por la grandeza de su obra. Entonces llegarán los encriptados, los subterfugios y las lecturas entre líneas para explicar su vida.

Muere el “depravado”, nace el primero de los poetas malditos. Sí señor, Verlaine fue el paradigma de un concepto que él mismo acuñó. Partiendo del Baudelaire de Bendición, primer poema de Spleen e Ideal, primera parte de Las flores del mal (1858), Verlaine concibió su ensayo Los poetas malditos (1884). A grandes rasgos, dichos autores son aquellos cuyo genio les estigmatiza y les condena al hermetismo. Tristan Corbière, Jean-Arthur Rimbaud, Marceline Desbordes-Valmore, Stéphane Mallarmé y Pauvre Lelian, anagrama de Paul Verlaine, el autor de los ensayos y primer condenado.

Mucho tiempo atrás, antes del estigma, Verlaine todavía era aquel parnasiano de sus primeros poemas —que precisamente convertirían a Rimbaud en su principal admirador— cuando ya se sentía impelido por esa atracción del abismo que es el ir infatigablemente contra uno mismo.

"Podría afirmarse sin exagerar, con algunas de las notas biográficas a él referidas, que Verlaine, junto con Víctor Hugo, además del dotado con una mayor musicalidad, es el mayor poeta lírico francés del siglo XIX"

Y bien puede decirse que lo consiguió. El abundante material gráfico del difunto de aquel día como hoy que ha llegado hasta nosotros —como en el caso de Baudelaire— puede parecer una suerte de collage de Dorian Gray. Así, en esa fotografía que nos muestra a Paul Verlaine, ya en sus últimos años, en el café Voltaire de París, al buen observador no le es difícil distinguir una cosa: el príncipe de los condenados parece estar borracho, narcotizado tal vez. Ebrio de una u otra manera, en cualquier caso. De ello podemos concluir que la disipación acabó finalmente por vencer a la rectitud. Entre una y otra osciló constantemente la existencia del antiguo parnasiano.

Sin embargo, si no fuera porque el París decimonónico —el gran París— acogió a plumas como la de Baudelaire, Lautréamont y al propio Rimbaud, entre otras muchas igualmente geniales, podría afirmarse sin exagerar, con algunas de las notas biográficas a él referidas, que Verlaine, junto con Víctor Hugo, además del dotado con una mayor musicalidad, es el mayor poeta lírico francés del siglo XIX.

No hay nada en sus primeros años que anuncie su futura inclinación por la autodestrucción. Nacido en Metz, el 30 de marzo de 1844, su padre es un militar perteneciente a una antigua familia belga y su madre —de soltera Elisa Dehée— es hija de unos acaudalados terratenientes. Todos ellos observantes de las buenas costumbres, no hay en los familiares del pequeño Paul ninguno que se haya dado a los excesos. De ahí que sus biógrafos más reaccionarios atribuyan su repentina e insospechada inclinación por la maldición a un incipiente afeamiento. “Como predestinado por los demonios de la lujuria, fue adquiriendo una fealdad singular, que, acentuada en el curso de los años y a través de las intemperancias, le dio, finalmente, una fisonomía de fauno huraño e insensato”, escribe Amelia Bruzzi (Diccionario de autores de todos los tiempos y todos los países Valentino Bompiani. Hora, Barcelona, 1992. Tomo V pág. 2890).

"Las ordinarieces y la mala comida de los comuneros, que en palabras del mismo Rimbaud le agredieron tanto, no tardaron en irritar al autor de Una temporada en el infierno"

Sus primeras publicaciones en revistas parnasianas no le proporcionan el dinero suficiente para el sustento, con lo que se ve obligado a emplearse como escribiente en el ayuntamiento de París. Eso sí, el municipio no le hace olvidar sus verdaderas inquietudes. Poemas saturninos (1866), su primer libro, trata sobre la fatalidad a la que, según el poeta, están condenados sin redención posible cuantos nacen, como él, bajo el signo de Saturno.

En 1870, las noches de amor y de bohemia del escritor, regadas con prodigalidad con la mítica absenta de Montmartre, hacen que su madre le case con Mathilde Mauté de Fleurville, a la que dedicará La buena canción (1870), su obra menos lograda. Anteriormente ha publicado Fiestas galantes (1869), versos que, en opinión de Carlos Pujol, vienen a evocar la pintura de Watteau.

No obstante su matrimonio, el gran amor de Paul Verlaine será otro poeta: el adolescente Jean-Arthur Rimbaud.

"Corre 1873, Verlaine dispara a Rimbaud y el juez Théodore t'Serstevens acaba condenándole a dos años de prisión. Al parecer, más que por la agresión, por sodomita"

Bien es cierto —si se me permite un inciso— que el enfant terrible ya se había escapado de la casa de su madre en Charleville para visitar el París de la Comuna dispuesto a “morir con el pueblo”. Aunque esta fugaz simpatía por los revolucionarios habría de estigmatizar al joven Rimbaud en su solar natal casi tanto como su homosexualidad, las ordinarieces y la mala comida de los comuneros, que en palabras del mismo Rimbaud le agredieron tanto, no tardaron en irritar al autor de Una temporada en el infierno (1873). En mayo de 1871, antes de que las fuerzas gubernamentales —los infames versalleses— acabaran con la Comuna, el enfant terrible regresaba junto a su familia.

Fue el propio Verlaine quien abrió la caja de Pandora fascinado con unos versos que su joven admirador le remitió para su lectura, uno de esos envíos, tan frecuentes, de los poetas jóvenes a los consagrados. Françoise Lalande lo cuenta así en La madre de Rimbaud (Funambulista, Madrid, 2006), toda una rehabilitación de la progenitora del joven escritor: “Un día Arthur recibió una carta que lo sumió en un estado de gran excitación. Era del poeta Paul Verlaine, quien después de leer los textos de Rimbaud lo invitaba a París. Arthur se lo comentó a su madre. ¿Estaría de acuerdo en que fuera a la capital? Paul Verlaine se ofrecía a acoger al joven en su casa. Arthur no sería pues un vagabundo sino que, por el contrario, empezaría una carrera de literato bajo los auspicios más favorables”.

Lo que pasó, como es sabido, fue el episodio de Bélgica. Corre 1873, Verlaine dispara a Rimbaud y el juez Théodore t’Serstevens acaba condenándole a dos años de prisión. Al parecer, más que por la agresión, por sodomita.

"Parece ser que Verlaine guardó el libro hasta el final de sus días como uno de sus bienes más preciados, yendo a dejárselo en herencia a su hijo Georges"

Tras el encierro de aquel Verlaine enloquecido y celoso que fue su amante, Rimbaud regresa a Francia. Se entrega a tiempo completo a la escritura de sus versos. Esto no es óbice para que muy a menudo se suma en una tortuosa pesadumbre que le hace refugiarse en el granero, donde se le escucha pronunciar el nombre de Verlaine desesperado. Ese otoño, el del 73, publica en Bruselas, a expensas de su madre, Una temporada en el infierno. El 24 de octubre, apenas se hace con los primeros ejemplares, se acerca hasta la prisión des Petits-Carmens, donde Pauvre Lélian cumple condena, para dejarle uno dedicado. Parece ser que Verlaine guardó el libro hasta el final de sus días como uno de sus bienes más preciados, yendo a dejárselo en herencia a su hijo Georges.

Hace hoy 129 años, el deceso de Verlaine eleva al panteón de la literatura universal a los enemigos de sí mismos, a los que no tienen mas gloria que la dignidad de su constante derrota. Aquí en España, apenas llega la noticia del óbito, Alejandro Sawa y toda la bohemia finisecular madrileña, esa tropa de hambrientos, los grandes poetas modernistas, que se jactaban de haberle conocido en sus viajes a París, y de traducirle, le dedican esos versos que recitan en los cafés de la Puerta del Sol, suplicando media tostada y una copita.

Mucho tiempo después, en el desembarco aliado en las playas de Normandía, los primeros versos de la Canción de otoño Les sanglots longs / Des violons / De l’automne / Blessent mon cœur / D’une langueur / Monotone—, serán la contraseña para que la Resistencia sepa que la liberación ha empezado: Le jour de gloire est arrivé”. También será Canción de otoño la que inspire una de las más bellas piezas del gran Léo Ferré”. Así se escribe la Historia. ¡Viva el estigma!, ¡Viva la mala suerte! ¡Viva el perder!

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