Una nueva pista ha reabierto el caso de la desaparición, 20 años atrás, de Leticia Santos. El periodista Jean Ezequiel unirá fuerzas con la detective privada Teresa Trajano para desvelar uno de los mayores misterios que se ha cernido en décadas sobre la ciudad de Segovia.
En Zenda reproducimos las primeras páginas de Muerte privada (Salamandra), de Juan Carlos Galindo.
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Un cielo de riguroso luto me recibió nada más poner un pie en la calle. A cinco metros de la puerta, la elegancia gótica de los sillares de la catedral de Segovia apenas se vislumbraba entre la niebla densa, baja, casi opaca. Un escenario ideal para uno de los días más tristes de mi vida.
Había llegado a la frontera de los cuarenta sin pisar un cementerio, tanatorio o cualquier edificio relacionado con la liturgia de la muerte, pero en pocos meses fui acumulando una amarga experiencia. Primero fue mi padre, víctima del coronavirus, y ahora Mariano Larrea, mi gran amigo, el viejo policía retirado con el que investigué el triple crimen de los Vila Martín en Hontoria.
Me llevaba bien con mi padre, pero la indiferencia de mi madre hacia mí lo complicaba todo. Las circunstancias extraordinarias de su muerte y despedida (un entierro casi en secreto, durante las peores semanas de la pandemia) suavizaron un dolor que la pérdida de Mariano había despertado con una fuerza desconocida. Flora, su mujer, me había llamado la tarde anterior para comunicarme su fallecimiento, sin preámbulos, seca y directa como impone el estilo segoviano. No creo que la conversación durara más de treinta segundos, pero apenas recuerdo dos palabras: cáncer fulminante.
Camino del crematorio noté cómo se me clavaba algo en el pecho al respirar, y no era la primera vez en las últimas horas. Llegué a la ceremonia un poco antes de la hora, pero el aparcamiento ya estaba abarrotado. La niebla se había levantado por esa zona y el cielo descargaba sobre el cortejo una lluvia intensa y desordenada. Los paraguas, todos negros, aguantaban a duras penas y formaban con sus caparazones un campo de flores chamuscadas. Sabía que Mariano era un buen hombre, un tipo discreto y querido, pero el alcance social de su muerte me sorprendió.
«Soy Jean Ezequiel», dije a la mujer de la funeraria, que no encontró mi nombre en la lista de quienes tenían un asiento reservado. Sí estaba el de Berta Ferrer, elegida alcaldesa dos meses atrás, una mujer cuyo oscuro pasado solo conocíamos unos pocos. Su comitiva, incluido un guardaespaldas cuadrado y un buen grupo de esbirros amorfos, pasó a mi lado como si no existiera. También acudió el comisario retirado Del Río, otro poder fáctico con el que había tropezado en el pasado, y la hija de Mariano con su mujer, la exinspectora Galán, protagonista de una prometedora carrera frustrada demasiado pronto. Un pequeño movimiento de cabeza en la lejanía le sirvió de saludo: nadie tenía muchas ganas de hablar.
La capilla donde se celebró el responso se quedó pequeña y yo permanecí de pie en la puerta. Me sentía traicionado por un amigo que me había ocultado su enfermedad, hurtado un último abrazo. Ahora comprendía por qué había cancelado, con las excusas más espurias, nuestros encuentros quincenales, citas en bares de barrio donde pasábamos la tarde bebiendo sol y sombra y compartiendo nuestra fascinación por el true crime.
— Jean, hijo mío. Acércate, ven, anda — me interpeló Flora nada más terminar la ceremonia. Mantenía en su voz el tono firme de siempre; vestida de negro de pies a cabeza y con el rostro enmarcado por un pelo lacio y blanco parecía que hubiera envejecido veinte años.
— Lo siento mucho, Flora. Yo no sabía… Mariano…— intenté continuar, pero no había manera.
— Ya lo sé, ya. No te preocupes. Él deseó que fuera así. Ya le conocías: no le gustaba dar la lata a nadie, pero te adoraba.
Lloré en silencio como respuesta.
— Ay, hijo — repitió Flora— . Mira, Mariano dispuso unas cuantas cosas para ti. Primero, quería que tuvieras este reloj para que te parecieras en algo a Alain Delon. Me dijo que te lo contara tal cual, que tú ibas a entenderlo.
La congoja no me dejó contestar. Cogí el estuche con aquella maquinaria perfecta que tanto le gustaba a mi amigo — un reloj suizo fino y elegante, de correa azul, su único lujo material— y guardé silencio, con la cabeza baja, pero Flora tenía más.
— Mañana te pasas por casa sin falta y te doy una caja que Mariano tenía guardada para ti. Te escribió algo —dijo mientras sacaba del abrigo un sobre húmedo y lo colocaba en mi mano. Entonces, me agarró de los hombros, tiró de mí hacia abajo, como la primera vez que nos vimos en su casa en el barrio del Cristo del Mercado, y me dio dos besos sin apenas rozarme. Antes de que pudiera reaccionar, se había perdido entre el bullicio creciente de familiares y amigos.
En el aparcamiento no había ni rastro del coche oficial de Ferrer. Llovía con crueldad. Abrí el paraguas y me acerqué a una mujer que aprovechaba como podía el abrigo de la cornisa para no empaparse. Era delgada y no muy alta, pero había en ella algo que intimidaba. No me dio tiempo a decir nada.
— ¡Vaya manera de caer! ¡Y eso que en teoría hasta las ocho no empezaba!
— ¿Cómo dice?
— La previsión, que ha fallado de nuevo.
— Ah.
— Teresa Trajano. Encantada. Y gracias — dijo al tiempo que alzaba la mirada al paraguas. No hubo ademán alguno de estirar el brazo o adelantar la mejilla.
— Jean Ezequiel. ¿Amiga de Mariano?
— No, de su nuera; de Silvia, vaya. Habíamos trabajado juntas.
— ¿Policía?
— Retirada. Ahora soy detective privada.
— ¿En Segovia?
— Ya ve. ¿Y usted?
— Periodista.
— ¿En Segovia?
— Bien visto.
Se instaló entonces un silencio incómodo, el clásico entre dos personas que no se conocen y han gastado toda la artillería de tópicos y presentaciones. La mujer miraba al suelo y se mordía el labio.
— Ya caigo — soltó de repente— . Usted entrevistó a Silvia poco después de que dejara de ser la inspectora Galán por culpa de ese caso.
— Correcto.
— Una pena. Era tan buena poli…
Llegaron dos taxis a la vez y partimos de forma precipitada, sin despedirnos. «Qué encuentro tan curioso. Menudo personaje», me dije camino de Segovia.
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Autor: Juan Carlos Galindo. Título: Muerte privada. Editorial: Salamandra. Venta: Todostuslibros.
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