En el 75º aniversario del film Mujercitas, este libro analiza los diferentes aspectos de la película: el original literario, las actrices y sus personajes, el rodaje, las diferentes versiones… Todo ello acompañado por un gran despliegue fotográfico.
Zenda adelanta un extracto de Mujercitas: El libro del 75 aniversario (Notorious).
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Sin Mujercitas la literatura no habría sido lo mismo
No hay lector que se precie que no guarde en la memoria el relato de su primer encuentro con un libro favorito. Cuando pienso en Mujercitas, mi relato me lleva de vuelta al día en el que mis padres regresaron de un viaje con regalos para todos. Yo tenía catorce años. Mi hermana y yo recibimos dos paquetes de idéntico tamaño y envueltos con un papel de color azul tornasolado. Cada una escogimos uno al azar y, al abrir el mío, descubrí la portada turquesa de un libro con el título de Mujercitas escrito en letras doradas. En el centro, había una ilustración en la que cuatro niñas posaban, abrigadas y sonrientes, delante de una puerta de madera. A mi hermana le tocó un ejemplar de la novela Robinson Crusoe, siempre lo recuerdo porque no han sido pocas las veces en las que me he preguntado qué habría sido de mí si el destino de Daniel Defoe hubiera sido encontrarse conmigo aquel día. ¿Habría cambiado a Jo March por Viernes?
En el otoño del año 1867, el editor Thomas Niles se reúne con Louisa May Alcott. La escritora está a punto de cumplir los treinta y cinco años y lleva más de dos décadas formándose y trabajando en sus escritos, algunos de ellos firmados con pseudónimo, pero no logra obtener ni el reconocimiento ni el sueldo esperado por su trabajo, a pesar de ser un miembro respetado en los círculos literarios de la ciudad. Cuando Niles le propone escribir algo para llenar el vacío de las estanterías juveniles de muchos hogares, ella acepta para ayudar a resolver los problemas financieros de su familia y porque, años después de la muerte de su hermana Elizabeth, todavía se siente responsable de la felicidad de los Alcott. Louisa May acepta la propuesta convencida de que un proyecto tan específico terminará con su ambición de convertirse en una novelista seria y, tras el breve encuentro que mantiene con su editor en Boston, regresa a Orchard House, la casa familiar en Concord, y empieza a trabajar en el encargo. Su padre, Amos Bronson Alcott, escritor, filósofo y maestro, se entusiasma con las buenas noticias y le construye una pequeña mesa en la que apenas hay espacio para dos folios y una pluma. A lo largo de los siguientes meses, Louisa May dedica casi todas las horas del día a escribir y, en las contadas veces que sale de su habitación se muestra cansada y ausente, aburrida de la propia historia que escribe, pero atenta a la vida que transcurre a su alrededor y de la que toma prestadas algunas escenas para completar los capítulos de su ficción.
Aunque la escritora siempre se ha identificado con Sylvia Yule, la protagonista de su primera —y menos reconocida— novela, Cambios de humor, en esta nueva obra logra contagiar su temperamento e inquietud a su alter ego, Jo March. Ambas, personaje y creadora, cada vez que terminan de escribir un nuevo capítulo, extienden las hojas sobre el suelo de madera para poner orden entre sus páginas y anotaciones. Mientras ella trabaja sin descanso, al otro lado de su ventana el tiempo pasa lento, las copas de los árboles se colorean con los tonos del otoño y, en pocas semanas, sus ramas empezarán a soportar el peso de los primeros copos de nieve, y el paisaje se cubrirá con el mismo manto blanco por el que ahora pasean y dejan sus huellas marcadas las protagonistas de su historia.
Louisa May nunca admitirá que escribir esta novela le haga especialmente feliz. «Sigo intentando avanzar, aunque no disfrute con este tipo de historia,» escribe en su diario. «Las chicas nunca me han caído simpáticas, ni he conocido a muchas, aparte de mis hermanas; pero nuestros curiosos dramas y experiencias quizá resulten interesantes, aunque lo dudo». A pesar de la inseguridad que siente, Louisa May no puede desprenderse ni disimular su talento innato para observar más allá de lo que el resto mira. Y en contra de lo que ella misma opina, la excepcional acogida de los primeros capítulos es un aliciente para terminar de escribir una novela que hará las delicias de público y crítica. Además de dar vida a Jo March, una de las heroínas literarias más celebradas —e imitadas— de la literatura universal.
El último día de septiembre de 1868 la primera edición de Mujercitas ve la luz, pero ni siquiera Thomas Niles puede presagiar el éxito de una novela que, 150 años más tarde, sigue traduciéndose y editándose en más de cincuenta idiomas y conquistando a nuevos lectores repartidos por todos los países del mundo. La primera parte de la novela es tan aplaudida que Alcott no puede negarse a escribir la continuación, aunque debe aceptar la condición de su editor de cambiar el desenlace de la novela. Las lectoras, asegura Niles, anhelan un final feliz para Jo March y, para ellas, no hay final feliz que se precie sin una historia de amor que culmine con una boda. Es curioso que, con el paso de los años, Jo March haya traspasado su propio universo literario para convertirse en un ejemplo para las jóvenes, y no tanto, que eligen distanciarse de las vidas que otros diseñan para ellas. Los cambios generacionales no solo han desvinculado esta novela de la lista de lecturas juveniles, sino que tanto la autora como su obra se han posicionado entre los títulos más importantes de la literatura universal. Y así como las versiones cinematográficas alejan a los lectores de la posible lectura que las inspira, con Mujercitas ocurre el efecto contrario porque muchos se acercan a la novela después de haber visto cualquiera de las películas.
Louisa May muere en el año 1888, meses antes de que Louis Le Prince improvise en el jardín de la casa de sus suegros la escena de la que será considerada la primera película de la historia. Solo tres décadas después de su muerte, se estrenan las dos primeras versiones en cine mudo y en blanco y negro, la primera de ellas en Inglaterra (1917) y otra producción norteamericana (1918), para la cual el equipo de rodaje se desplazó hasta Concord, Massachusetts, para rodar los exteriores de Orchard House, hogar de la familia Alcott. Ambas películas se consideran perdidas por no haber copias de ellas y están basadas en la primera obra teatral de la novela estrenada en Broadway en el año 1912, cuya adaptación contaba con el beneplácito de los herederos de Louisa May Alcott que cedieron los derechos de la novela.
Después de estas dos primeras producciones, se han estrenado distintas adaptaciones tanto en el cine como en la televisión, incluso fue inspiración para una serie de anime. Mujercitas es, sin lugar a dudas, un relato atractivo para productores y cineastas que, en mayor o menor medida, han comprendido que la fuerza de su historia se centra en las personalidades, decisiones y dramas de las hermanas, y que el éxito de la cinta radica en la elección del elenco de actrices que las interpreten. La importancia que tiene la caracterización de sus personajes es tan importante que al referirnos a una versión u otra lo hacemos mencionando los nombres de las actrices que actúan en ellas; «la de Katharine Hepburn», en lugar de la de George Cukor (1933); «la de Elizabeth Taylor y Janet Leigh», para referirnos a la cinta de Mervyn LeRoy (1949); «la de Susan Sarandon», la única Marmee que eclipsó a sus hijas en la gran pantalla en la versión de Gillian Armstrong (1994) y «la de Greta», en referencia a la directora Greta Gerwig (2019) que no solo sorprendió con un guion diferente a los producidos hasta la fecha, sino que brindó un justo homenaje a Louisa May Alcott gracias a la original interpretación de Saoirse Ronan en el papel de Jo March, y le dedicó a las hermanas el protagonismo que su autora quiso para ellas.
Las adaptaciones de obras literarias siempre dejan imágenes y palabras abandonadas en los márgenes de los guiones. Los cineastas ponen su atención en aquello que les resulte más interesante, lo que no siempre tiene que ver con la mirada ni la intención del autor que creó la obra. Más allá de diálogos y escenas con las que los lectores podemos estar o no de acuerdo, está la esencia de los personajes, así como el viaje y el destino de la historia. En el caso de «nuestras» Mujercitas, su esencia se concentra tanto en el lado luminoso de cada una de las hermanas como en los enemigos que habitan dentro de ellas. La vanidad, el egoísmo, la terquedad o el temperamento cobran un protagonismo mayor a cualquiera de sus virtudes y condicionan el desarrollo o desenlace de muchos capítulos. Los directores que se han puesto detrás de la cámara para dirigir esta película han mantenido el foco fijo sobre el rasgo más evidente de la personalidad de cada personaje, aunque lo que estos logren transmitir al espectador dependa de la interpretación de los actores. Un claro ejemplo lo encontramos en Marmee, la tía March o Laurie, secundarios a los que el trabajo de algunos actores ha dotado de protagonismo. Tales son los casos de Susan Sarandon en el papel de Marmee, Meryl Streep en el de la tía March y en el papel de Laurie, uno de las interpretaciones más discutidas por los amantes de la obra, habría que destacar las interpretaciones de Douglas Montgomery —quizás parte de su interpretación se la deba a la de Hepburn en el papel de Jo— y la de Timothée Chalamet, que no solo congenia con las hermanas March, sino que, además, bucea en los claroscuros de su propio personaje.
Pero al margen de las interpretaciones, el vestuario, los exteriores o el movimiento de cámara, el secreto del éxito de películas como Mujercitas está en la sencillez y la cotidianeidad de la historia que cuenta. La pantalla se ilumina con una escena o con una mirada congelada por la emoción. Y la entonación de una frase, como si de un truco magistral se tratara, nos transporta hasta el lugar seguro en el que dormita la intimidad de nuestra juventud. El lugar exacto en el que habitan los héroes y heroínas literarias que nos marcaron y que, en obras como la de Mujercitas, retratan una realidad en la que nos reconocemos.
Es imposible saber cómo habría sido nuestra vida si en lugar de esta obra o aquella —literaria o cinematográfica— hubiéramos elegido otra. Es probable que tiempo después contáramos nuestra historia de manera diferente. Aunque hay personajes a los que, tarde o temprano, habríamos terminado conociendo porque era nuestro destino y porque los libros, ya se sabe, son los que eligen a uno. Y así lo explica Carolina, la protagonista de Amapolas en octubre, cuando decide llamar a su librería La librería de Jo:
«Jo era Jo mucho antes de que yo eligiera su nombre. A veces olvidamos cuándo soñamos por primera vez la realidad en la que vivimos, y ahora me doy cuenta de que, hace mucho tiempo, yo era una niña de once años que soñaba convertirse en uno de los personajes de su primer libro favorito.
Y Jo se hizo realidad.»
Hay novelas que fueron escritas para nosotros.
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Título: Mujercitas: El libro del 75 aniversario. Autores: César Bardés, Juan Laborda Barceló, José Madrid, Lucía Tello Díaz. Editorial: Notorious. Venta: Todos tus libros.
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