En una entrega anterior hablábamos de que la situación de la mujer en la Atenas y la Roma clásicas las condenaba a estar en los márgenes de la Historia, encadenadas a sus quehaceres domésticos; a excepción de quienes se dedicaron al comercio, a ser sacerdotisas, poetas, flautistas, modelos de escultores, profesoras, matronas o meretrices. En este capítulo vamos a dirigir la mirada a aquellas mujeres que rompieron esquemas, que se despojaron del corsé y quisieron dejar huella, aun marginal, en la memoria.
Mujeres de papiro
Se considera a Terpandro, nacido en Lesbos en el VII a.C., pero que vivió casi toda su vida en Esparta, el primer lírico griego, porque fue el que antes unió música y poesía, además de inventar la escala diatónica. Lesbos debió de ser fértil en talentos, pues en ella también nacieron Alceo y Safo, la mayor poeta de la antigua Grecia. Sus poemas de amor y amistad se encuentran entre los más apasionados de la tradición occidental. Rompió los moldes de su tiempo y, al enviudar de un potentado siciliano, retornó a su Mitilene natal y creó una escuela para chicas, ‘La Casa de las Servidoras de las Musas’, contraviniendo la costumbre de que las féminas quedaran recluidas en los gineceos, sentenciadas casi al analfabetismo. Para sus pupilas, con algunas de las cuales mantuvo relaciones, escribió bellísimas canciones amorosas.
Me parece igual a los dioses / el hombre aquel que frente a ti se sienta / y a tu lado absorto escucha mientras / dulcemente hablas / y encantadora sonríes. Lo que a mí / el corazón en el pecho me arrebata; / apenas te miro y entonces no puedo decir ya palabra. / Al punto se me espesa la lengua / y de pronto un sutil fuego me corre / bajo la piel, por mis ojos nada veo, los oídos me zumban, / me invade un frío sudor y toda entera / me estremezco, más que la hierba pálida / estoy, y apenas distante de la muerte me siento, infeliz.
Platón, poco amigo de los poetas, a quienes quería imponer cierta censura, la consideró la décima musa. Catulo introdujo su verso en la lírica latina e hizo una adaptación del poema arriba citado. Góngora utilizó el endecasílabo sáfico para la Fábula de Polifemo y Galatea.
Leyendo las bellísimas páginas que Irene Vallejo le dedica en El infinito en un junco, uno toma conciencia de la trascendencia que tuvo para la literatura esta menuda y no muy agraciada mujer. Sus poemas de amor a otras mujeres han dado nombre a la relación sáfica y, por ser oriunda de Lesbos, también al lesbianismo, alimentando los prejuicios de la carcunda más reaccionaria. Hasta el extremo de que el papa Gregorio VII ordenó quemar todos los manuscritos en los que se compilaran sus poemas en 1073, condenándonos a conocer su poesía, atesorada en la legendaria Biblioteca de Alejandría en 9 volúmenes, sólo de manera muy fragmentaria: un crimen de lesa humanidad. Santiago Posteguillo le dedica algunas páginas a este sacrilegio en La sangre de los libros.
Vallejo añade a Safo una lista de escritoras devoradas por la desidia del olvido: Corina, Telesila, Mirtis, Praxila, Eumetis o Cleobulina, Beo, Erina, Nóside, Mero, Ánite, Mosquina, Hédila, Filina, Melino, Cecilia Trebula, Julia Balbila, Damo y Teosibea.
De Cleobulina, hija de uno de los Siete Sabios, Cleóbulo, nos cuenta que influyó en que su padre fuera un buen gobernante, que era aceptada en los simposia, brillando con su ingenio, y que escribió un libro de acertijos en hexámetros de bastante notoriedad.
Corina de Tanagra fue una lírica del siglo V a.C. de Beocia, contemporánea según unos de Píndaro, con quien competiría en concursos de odas para acontecimientos atléticos, y al que ganó siete veces, aunque esto es discutido por algunos autores.
EL SUEÑO
[En mi sueño, tú decías:] / ¿Todavía estás dormida? / Esta no eres tú, Corinna / [dejando fluir los días…]
LAS MUSAS
(Vienen Musas) / de voz clara / a mí / deja tus resguardados calveros / con miel en tu voz / a través de los estrechos accesos de Euripus / desde el Olimpo / para encontrarte aquí conmigo
ANTE EL ALTAR DE EROS
Thespia, Thespia, / tus hijas son rubias / tus amantes, forasteros /
y tus forasteros, amados; / las Musas te tienen en sus corazones
Ánite de Tegea vivió en los siglos IV y III a.C. Se especializó en epigramas funerarios en los que usaba un lenguaje homérico, arcaico ya en su época.
Muy a menudo ante esta tumba, Clino, madre de una muchacha que vivió poco tiempo, llama deshecha en lágrimas a su querida hija e invoca el alma de Filenis, la que antes del himeneo descendió a las orillas del Aqueronte.
Antología palatina, VII, 486
ANTIBIA
Este lamento es por Antibia, una virgen. Muchos / en la esperanza, al menos -vinieron a la casa de su padre, / atraídos por los dichos acerca de su belleza, y la creciente / fama de su sabiduría. Pero el Destino, el destructor, barrió todas esas esperanzas / fuera de cualquier alcance.
Tiene, incluso, poemas dedicados a la muerte de una mascota, lo que la convirtió en pionera:
Así que muerta estás, Maera, cabe un espeso matorral, locria joven, la más veloz de las perras de alegres ladridos. ¡Qué retorcido y funesto el veneno que en tu ligera pata ha inyectado una víbora de rayado cuello!
Antología palatina, Apéndice, 6
Erina o Erinna fue una poetisa del siglo IV a.C. Escribió en dialecto dórico cargado de eolicismos. De su obra solo quedan fragmentos. Conservamos un papiro dedicado a la muerte de su amiga Baucis
ANTE LA TUMBA DE BAUCIS
Mi nombre es Baucis, la Novia. Sed conmovidos hasta las / lágrimas al pasar junto a mi solitaria piedra, y dejad este / mensaje para los codiciosos muertos: «Hades, tú le vendes / tus almas a la envidia». Luego observad estas palabras y / desesperad ante el salvaje destino de Baucis -cómo una vez / ella se casó pero con esas antorchas nupciales su pira funeraria fue encendida. / Y ahora tú, Señor Himeneo, habéis enlentecido su solemne / marcha nupcial a ese sollozante arrastrarse hacia la ancha / tumba en espera.
II
Deja que mi losa, dos sirenas de piedra, y muy lamentada [urna- / sus dispersas cenizas grises convertidas ahora en sujetos del [Hades- / canten Saludo y luego Adiós a aquellos que pasen junto a mi [fría y oscura tumba- / sean amigos de su ciudad o forasteros de otro estado. / Decidles que estos ladrillos sepultan a una novia, y también [decidles esto; / que mi padre me nombró una vez Baucis, que fui criada en Tenos, si quieren saberlo, y que mi alma gemela / Erina grabó esta solitaria tumba con mi breve existencia. / Este es el trabajo dulcísimo de Erina. En verdad / poco extenso, como resulta propio de una muchacha de diecinueve años; pero más impactante que muchos. / Si la muerte no le hubiera llegado tan temprano, / ¡su nombre a gran altura se hubiese remontado!
LOS VIVOS Y LOS MUERTOS
Desde aquí, nuestros apagados ecos intentan en vano alcanzar [el Hades; pero los muertos sólo conocen el silencio: la oscuridad corroe [el resto.
Nóside de Locris, en el sur de Italia, parece haber estado activa a principios del siglo III a.C. Principalmente escribió epigramas para dedicatorias religiosas y epitafios. Sus epigramas fueron inspirados por Safo, con quien ella dice rivalizar.
Nada es más dulce que el amor, todas las demás riquezas / son secundarias: hasta la miel he apartado de mi boca. / Esto dice Nossis: Quienquiera que no haya sentido el beso de Afrodita / ignora qué flores son sus rosas.
2
Forastero, si navegas a la tierra de las danzas amorosas,
Mitilene,
para encenderte con las flores de la gracia de Safo,
dile que una amiga suya y de las Musas, la tierra Locriana
me parió. ¡Y sabiendo que mi nombre es Nossis, sigue
tu camino!
Mujeres que dejan huella en la política
Gorgo de Esparta, nacida en 506 a.C., hija del rey de Esparta Cleómenes I y esposa del rey Leónidas I. Una de las escasas mujeres griegas en desempeñar un activo papel político en la época clásica y la más conocida de las espartanas. La única en ser hija de un rey de Esparta, esposa de un rey de Esparta y madre de un rey de Esparta. Se destacó como consejera de su padre Cleómenes y baluarte de su esposo Léonidas, futuro héroe de Termópilas, con quien tuvo un hijo, Plistarco, que será será co-rey o diarca desde el 480 hasta el 458 a.C.
Una anécdota contada por Plutarco sobre esta reina ilustra la importancia de la maternidad en el papel jugado por las espartanas:
«Habiendo sido interrogada por una mujer del Ática: «¿Por qué sois las únicas, vosotras las laconias, que mandáis a los hombres?», Gorgo respondió: «Es porque somos las únicas que damos a luz a verdaderos hombres».
Artemisia I de Caria compartió contexto histórico con la anterior, la Segunda Guerra Médica, pero en bandos rivales: fue reina de Halicarnaso, ciudad de griegos dorios situada en Caria. Luchó a favor de Jerjes I, Gran Rey de Persia, contra las polis helenas. Comandó a sus cinco barcos en las batallas navales de Artemisio y Salamina y consiguió ponerse a salvo de la debacle persa en esta última. Heródoto atestigua que ella era la única mujer líder militar del bando persa y elogia su iniciativa y valentía, así como el respeto que Jerjes le tenía.
Las fuentes se detienen en su papel en Salamina: durante la batalla, cambió varias veces el pabellón de su navío para confundir a sus enemigos. En una ocasión, enarboló la bandera espartana y dio la orden de hundir un barco aliado suyo que navegaba cerca de ella. Creyendo que Artemisia había cambiado de bando, los griegos dejaron de perseguirla y la reina consiguió huir. Jerjes, testigo de la humillación de que su flota fuera aniquilada por un enemigo inferior, informado de la valiente actuación de Artemisia, exclamó: “Las mujeres se me vuelven hombres y los hombres se me vuelven mujeres”
Tras la desastrosa derrota, Jerjes acudió a Artemisia para pedirle consejo y la reina le convenció para que regresase a Asia. Como muestra de aprecio, la envió a Éfeso y le encomendó la educación de sus hijos.
Por cierto, cuentan que para castigar la traición de las mujeres carias a la Hélade, los arquitectos que en tiempos de Pericles reconstruyeron la Acrópolis de Atenas, devastada por los persas, usaron a esas figuras femeninas como columnas en una parte del Erecteion y las llamaron las cariátides, condenadas a admirar la grandeza de Atenas en el Partenón.
Aspasia de Mileto nació en Mileto, polis helena en la costa occidental de Anatolia, actual Turquía, en torno al 470 a.C. Su polis fue un importante centro de filosofía y ciencia, produciendo hombres como Tales, Anaximandro y Anaxímenes. Era de deslumbrante belleza y agudo ingenio. A diferencia de en Atenas, el gobierno de Mileto velaba por la educación pública de sus ciudadanos y las niñas recibían su formación en igualdad con los chicos. Lo cual permitió a la adolescente Aspasia adquirir sólidos conocimientos y empezar a ganar nombre como docta en retórica.
Cuentan que un antiguo arconte ateniense recaló en Mileto y, admirado de su belleza y sus dotes intelectuales, la animó a irse a Atenas, que estaba viviendo una época áurea bajo el mando de Pericles, a cuya luz habían acudido los más prestigiosos sabios y artistas de la Hélade. El anciano le dejó caer que podía abrirse camino en la polis del Ática, a pesar de llegar como una meteca, una extranjera sin derechos, estableciéndose como hetera, una cortesana de lujo que proporcionaba a sus clientes, amén de placer sexual, gozo intelectual con sus conocimientos en historia, filosofía, música, danza y poesía. En una sociedad donde las atenienses de pro permanecían recluidas en el gineceo, encadenadas al analfabetismo o a recibir las nociones elementales de lectura y escritura, la compañía de las hetairas era muy valorada por las élites e invitadas a los symposia donde encandilaban con sus conocimientos más que con sus encantos físicos.
Aspasia se estableció en Atenas como hetera, pero siguió formándose en retórica con Antifonte de Ramnos y en filosofía con los más afamados sofistas. Su casa se convirtió pronto en faro para muchos intelectuales. Cinco años después de su llegada, en torno a 445 a.C., conoció a Pericles, el líder indiscutible, elección tras elección, de Atenas. Éste cayó deslumbrado por la milesia, hasta el extremo de divorciarse de su esposa y amancebarse con ella, indiferente a las ñoñas murmuraciones de muchos de sus vecinos. El hogar de ambos, en el barrio de Melita, entre la Colina de las ninfas y la Pnyx, acogió a lo más granado de la intelectualidad del momento: los arquitectos del Partenón, Ictino y Calícrates, su supervisor artístico, el escultor Fidias, el sofista Anaxágoras y hasta el mismo Sócrates disfrutaron su compañía. Pero la pareja también se ganó furibundos enemigos que culparon a su influencia sobre el estadista de que Atenas ayudara a Mileto, cuna de Aspasia, en su guerra contra Samos, una durísima campaña que costó mucha sangre, o, incluso, de que los atenienses se embarcaran en la funesta Guerra del Peloponeso, que acabaría acarreando la ruina de la polis de Atenea. Plutarco nos cuenta que Aspasia fue llevada a juicio acusada de impiedad ante un tribunal formado por 1500 ciudadanos en el que la acusación la ejercía el comediógrafo Hermipo y la defensa el propio Pericles, que hubo de emplearse a fondo, llegando varias veces a suplicar por su vida entre lágrimas, para que fuera absuelta. Aristófanes, al que ya vimos despotricando contra Eurípides por presentar mujeres que se salían de lo que la “buena” sociedad pensaba adecuado, ridiculizó con saña a la milesia en Los Acarnienses.
«Pero hasta aquí el mal no ha sido serio, y nosotros hemos sido las únicas víctimas. Pero ahora unos jóvenes borrachos van a Megara y se llevan a la cortesana Simaetha; los megarenses, por su parte, corren a su vez a llevarse a dos prostitutas de la casa de Aspasia; así que por estas tres putas Grecia estalla en llamas. Entonces Pericles, rojo de ira desde su altura Olímpica, deja caer su rayo, hace sonar los truenos, ofende a Grecia y lanza un edicto, que suena como una canción: Que los megarenses sean desterrados tanto de nuestra tierra como de nuestros mercados, y desde el mar hasta el continente».
Los acarnienses, (523–533)
Mantienen que era Aspasia la que le escribía los discursos a Pericles, algunos de los cuales han sido inmortalizados entre otros por Tucídides. Recuerdo una noche en la que el helenista Pedro Olalla, mostrándose digno vástago de Homero, nos honró con su filoxenía en el mégaron de su hogar ateniense. Nos agasajó con un excelente tinto de Nemea. Le agotamos las fuentes de pistachos de Egina y aceitunas de Kalamata, poseídos por los daimones de Zeus Xenios y Dionisos Eleuterios. Nuestro anfitrión se levantó y se dirigió a una estantería de donde extrajo su Historia menor de Grecia. Buscó entre sus páginas el pasaje en el que recreaba con prosa lírica, esmerilada y apasionada el discurso que Pericles pronunció en el 431 a.C. en el cementerio del Cerámico, a fin de honrar a unos conciudadanos que habían caído en batalla defendiendo no sólo a Atenas, sino también a la naciente Democracia. Olalla nos advirtió de que posiblemente tras esta obra maestra oratoria estaba Aspasia, y nos invitó a buscar en el Cerámico el túmulo ante el que Pericles pronunció la oración fúnebre.
Porque me parece que no es fuera de propósito al presente traer a la memoria estas cosas, y que será provechoso oírlas a todos aquellos que aquí están, ora sean naturales, ora forasteros; pues tenemos una república que no sigue las leyes de las otras ciudades vecinas y comarcanas, sino que da leyes y ejemplo a los otros, y nuestro gobierno se llama democracia, porque la administración de la república no pertenece ni está en pocos sino en muchos.
Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso II.36
A todo el mundo asiste, de acuerdo con nuestras leyes, la igualdad de derechos en las disensiones particulares, mientras que según la reputación que cada cual tiene en algo, no es estimado para las cosas en común más por turno que por su valía, ni a su vez tampoco a causa de su pobreza, al menos si tiene algo bueno que hacer en beneficio de la ciudad, se ve impedido por la oscuridad de su reputación.
Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso II.37
Y en lo que concierne a la virtud nos distinguimos de la mayoría; pues nos procuramos a los amigos, no recibiendo favores sino haciéndolos. Y es que el que otorga el favor es un amigo más seguro para mantener la amistad que le debe aquél a quien se lo hizo, pues el que lo debe es en cambio más débil, ya que sabe que devolverá el favor no gratuitamente sino como si fuera una deuda. Y somos los únicos que sin angustiarnos procuramos a alguien beneficios no tanto por el cálculo del momento oportuno como por la confianza en nuestra libertad
Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso II.40
Estos varones os ponemos delante de los ojos, dignos ciertamente de ser imitados por vosotros, para que conociendo que la libertad es felicidad y la felicidad libertad, no rehuyáis los trabajos y peligros de la guerra
Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso II.43
He relatado en esta oración, que me fue mandada decir, según ley y costumbre, todo lo que me pareció ser útil y provechoso; y lo que corresponde a estos que aquí yacen, más honrados por sus obras que por mis palabras, cuyos hijos si son menores, criará la ciudad hasta que lleguen a la juventud. La patria concede coronas para los muertos, y para todos los que sirvieren bien a la república como galardón de sus trabajos, porque doquier que hay premios grandes para la virtud y esfuerzo, allí se hallan los hombres buenos y esforzados. Ahora, pues, que todos habéis llorado como convenía a vuestros parientes, hijos y deudos, volved a vuestras casas.
Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso II.46
Embriagados por el verbo de Olalla, la idea de que tras este discurso estuviera la figura de una mujer, que hubo de abrir trincheras en medio de un mundo hostil, y que fueran sus palabras las que inspiraron en algunos momentos decisivos a líderes como Lincoln, Churchill o Kennedy nos pareció de justicia poética. Que la meteca llegada de Mileto, la cual ejerció de cortesana, conquistó a gran parte de la intelectualidad y de la política, sin dejarse arrastrar por los prejuicios y difamaciones del sector conservador de la sociedad ática, aparezca en las obras filosóficas de Platón, Jenofonte, Esquines socrático, Antístenes y Cicerón hace justicia, aunque sea de soslayo, a aquellas mujeres a las que la Historia quiso dejar al margen.
Lo felicito. Para un curso que voy a dictar estoy buscando información sobre mujeres poetas y su artículo me ha dado luces sobre poetas de la antigüedad que desconocía. Muy agradecida.