En pleno apogeo de reivindicaciones feministas, podría parecer que Mujeres de Roma, de la autora sajeña Isabel Barceló, se une a la marea morada y aprovecha la coyuntura. Pero Barceló, licenciada en Filosofía y Letras y estudiosa de la historia, lleva toda una vida investigando y escribiendo sobre mujeres, y en particular sobre aquellas que poblaron la ciudad eterna.
Cuando esta obra ―no sé muy bien cómo definirla; transita por una línea difusa entre el ensayo histórico, la ficción y la guía de viajes― cayó en mis manos, ya conocía la prosa de esta autora. Lo primero que leí de ella fue Dido, Reina de Cartago (ES Ediciones, 2009). La historia no es nueva, nos llega desde Virgilio, en La Eneida, y ha sido contada por otros autores como el dramaturgo Christopher Marlow (traducida al castellano en 2014) entre otros. Todos ellos relatan la aventura de la princesa fenicia Dido, fundadora de Cartago, su incontrolada pasión amorosa por Eneas y cómo se enfrenta ―y resuelve con éxito― al primer problema isoperimétrico de la historia: el de encontrar, entre todas las curvas simples posibles, la que encierra la mayor área. La reinterpretación de Barceló contiene todos los ingredientes de una novela histórica ―batallas, estrategia, dioses (y diosas), amor, traiciones…―, pero destacan dos diferencias: su brevedad, frente a tanta novela histórica de dimensiones físicas peligrosas para las cervicales, y el punto de vista desde el que se narra la historia. Esta es una característica común a todas las obras de Barceló, junto a su conocimiento sobre la historia antigua: el punto de vista femenino, contar la historia antigua desde la mentalidad de las mujeres de aquella época. La escritora se mete en la piel de Dido en vez de contar la historia desde fuera e intenta comprender sus decisiones, incluso las más difíciles. Se adentra en los pensamientos de la joven fenicia, en sus emociones y ambiciones, en un giro poco frecuente en el relato histórico, y sin hacer presentismo.
«Para desgracia suya, esta muchacha se anticipaba a su tiempo. Habrían de pasar siglos antes de que los habitantes de la urbe descubrieran la pasión amorosa. Y, pese a no conocerla, la temían desde siempre. El amor amenazaba el orden establecido y arrastraba a las mujeres a cometer actos terribles» (Horacias, s. VII a. C.)
A esta novela le siguió La muchacha de Catulo (Evohé, 2013), de curiosa construcción, ya que la creó a golpe de blog y bajo la consigna de que sus seguidores formaran parte de ella y eligieran qué personaje les gustaría ser ―al margen de los principales― con el compromiso de incorporarlos a la trama. Aquí Barceló recupera la denostada memoria de Clodia, una mujer adelantada a su tiempo cuya forma de vida y desprecio hacia el poeta Cayo Valerio Catulo la convirtió en la diana de los versos del despechado joven, hasta acabar con su reputación. En esta novela, donde se pone de manifiesto el poder de la palabra, de nuevo nos metemos en los pensamientos y reflexiones de la joven, y se muestra la cara desconocida de una historia ya narrada y, a ojos de la autora, distorsionada.
Con Mujeres de Roma (Editorial Sargantana, abril 2018) mantiene la línea anterior, fundamentada en el respeto a los hechos históricos y en el cambio de ángulo para contarlos desde el punto de vista femenino, pero lo hace a modo de ensayo, se aferra a la realidad, no introduce personajes de ficción, y solo deja volar la imaginación para adentrarse, yo diría que transmutarse, en cada una de las mujeres que rescata del olvido. Personajes como Séneca, Nerón, Julio César, Rafael, Marco Antonio, Napoleón o Garibaldi son de conocimiento general. Sin embargo, poco o nada sabemos de las mujeres que influyeron en sus actos, mujeres coetáneas que compartieron espacio y decisiones, que provocaron situaciones, que fueron víctimas o incluso verdugos. Las menciones en los libros de historia son breves y en la mayoría de los casos aparecen como apéndices, como la nota decorativa de esos hombres que quedaron para la historia, y en algún caso nos ha llegado una imagen muy distorsionada. Comentaba la autora en una entrevista: «Pediría a las series históricas que no manipulen los personajes sólo para añadirle sangre o picante al guion. Hacer de una mujer honesta una ambiciosa capaz de prostituir a su propia hija ―como ocurre con el personaje de la madre de Augusto en la serie Roma― me parece frívolo e hiriente, además de injusto y falso. Había muchos otros personajes que hubieran encarnado el libertinaje y la falta de escrúpulos mucho mejor que ella y sin faltar a la verdad».
«Por este camino llegó el cadáver de Augusto; pisó estas piedras Cicerón al volver del exilio; hasta ese mausoleo de ladrillos trajeron sin ceremonias ni funeral, respetando sus propios deseos, las cenizas de Séneca. Paulina, Cecilia Metela y miles de mujeres han estado aquí, las sentimos aún en el aire que se remueve detrás del caballo que cabalga Victoria, en el avance silencioso de la comitiva imperial que representa, una vez más, la destrucción de una ciudad apetecida por sus rivales»
Barceló apuesta por un relato viajero, no cronológico. Construye Roma ante nuestros ojos, pasea por la Via Apia, reina de los caminos; continúa por la Via de las Termas de Caracalla, la Via Garibaldi, la Via della Lungara, o la puerta del Popolo o el Trastevere. Se detiene en rincones dónde se sucedieron hechos históricos con alguna mujer como protagonista y, en un viaje al pasado a través de una puerta inexistente, escuchamos sus pensamientos, comprendemos su dolor, su fatiga, su heroísmo.
Leer fue como estar en un cine: en la pantalla, una imagen fija en blanco y negro de una plaza de mercado abarrotada de gente; poco a poco el color tiñe cada rincón, los personajes cobran vida, se mueven, hablan, y tú has dejado de ser un espectador: eres uno más en esa plaza, en ese palacio, en ese camino en el que pronto se cometerá un crimen atroz y una esposa se desgarrará el manto ante el cadáver mutilado y aplastado de su amado esposo. De esta forma recorremos Roma, a saltos de un siglo a otro, pero siempre siguiendo un camino. Nos va a mostrar la Roma que ya no se ve, la destruida, la reconstruida, la naciente y la menguante. Vemos transformarse la ciudad mientras sus moradoras nos tienden la mano y nos cuentan historias poco conocidas o aflora la contraparte oculta por la indiferencia y el desprecio.
«Fueron muchas las mujeres que, de manera individual o colectiva, se singularizaron, tomaron decisiones o sufrieron experiencias que aún nos interesa conocer… El precio que hubo de pagar Agripina la menor por pretender participar en la vida política; la humillación de la pintora Artemisa Gentileschi a causa de una administración de justicia desigual; el espantoso castigo de Beatrice Cenci, fruto del pavoroso abandono social de los individuos en el interior de la familia, o la inmolación de Lucrecia como una forma de denuncia social, aunque ocurrieran hace siglos, no son en absoluto cuestiones ajenas a nuestra sociedad».
Evocaciones precisas en sus detalles, de fuerte colorido, una narración vivaz y una sorprendente empatía desde la mentalidad de cada época, en evolución con las protagonistas, acerca la lectura de este ensayo a la intensidad de una novela. La fusión perfecta de los datos históricos y el talento novelístico de Barceló provoca la sensación de participar en la aventura real de aquellas mujeres y nos convierte en cómplices, amigos o confesores, mientras nos lleva de la mano por un sinfín de escenarios. El aporte de ficción viene de esta introspección psicológica que traspasa los meros hechos históricos para dotarlos de alma. Conjetura sobre la personalidad profunda de cada personaje con precisión de psicoanalista y nos cuenta lo que nunca nos contaron de estos pedazos de historia. Deduzco que la autora es mujer observadora, empática, de mente abierta y sabia, por la destreza con que ha resucitado a sus Mujeres de Roma. De hecho, Isabel Barceló es desde hace mucho un referente para autores consagrados de novela histórica cuando van a dibujar personajes femeninos de la época, tanto reales como ficticios.
Ante la tumba de Cecilia Metela asistimos a su funeral, a la altura de su posición y muestra del respeto logrado, cuando las mujeres no adquieren el derecho a un funeral hasta el siglo IV aC. Sufrimos con Paulina la contemplación de la muerte de su esposo, Séneca. Paso por alto la fascinante historia de las Sabinas, las Horacias, la de Tulia, Giuditta Tavani, Vittoria Colonna ―poetisa y marquesa viuda de Pescara― o Cleopatra. Comprendemos por qué Cecilia aborrece su matrimonio y se hace religiosa. Apreciamos el poder de Margherita Luti (La Fornarina), musa de Rafael o de Faustina (amante de Goethe). Cabalgamos con Anita Garibaldi, embarazada, para cruzar fronteras y reunirse con su esposo. Apreciamos la inteligencia de Cleia para escapar del campamento etrusco. Asumimos el importante papel que puede desempeñar una cortesana como Imperia o la liberta Acté. Las consecuencias del carácter férreo de Cristina de Suecia. La realidad de Lucrecia Borgia, alejada de su leyenda negra, como también hace, de nuevo, la de Clodia, la muchacha de Catulo, dos mujeres que han llegado al presente con la reputación maltrecha. No hay historia baladí, no hay párrafo que no invite a la reflexión. Tal vez las historias que más me hayan impresionado sean las de Artemisia Gentileschi ―por lo injusto―, la de la odiosa Agripina ―tremendo revivirla; ¿cómo miras a la cara al hijo que ha intentado matarte?― y la de Beatrice Cenci y su familia.
«Así que Livia inició su segundo matrimonio con la sensación de ser un trofeo de guerra. Además de constituir una alianza, su unión con Augusto escenificaba ante toda Roma la claudicación de unos y la manifestación del poderío del otro, cuyos deseos se transformaban en ley» (Livia s. I a. C.-I d. C).
En 2004 Barceló residió durante seis meses en la Academia de España en Roma, merced a la beca Valle-Inclán concedida por el Ministerio de Asuntos Exteriores. Hay mucho en esta obra de su trabajo de investigación y de su conocimiento de la Ciudad Eterna. Se percibe el dominio del espacio y el tiempo. Tras leerla se impone un viaje a Roma, libro en mano, para recorrer sus calles, palacios y plazas y mirarlas con los ojos de aquellas mujeres. Descubriremos seguro detalles de los que nunca antes nos habíamos percatado.
Auguro una lectura rápida, interesante, que despertará controversia y dejará poso. Si la traigo ahora ―lo leí cuando salió, hace casi un año― es porque esta semana la autora ha sido premiada en la modalidad de ensayo por CLAVE ―Asociación de Escritores y Críticos Literarios de Valencia―, premio de reconocido prestigio en la Comunidad Valencia por su transparencia y por la calidad habitual de los premiados. Y porque esta obra no debe quedar en el olvido.
«El día en que una amiga le regaló uno, viejo y usado, giró sobre sí misma exultante de alegría, riéndose y declarándose feliz porque en adelante llevaría el rostro protegido del sol, como las señoras» (Anita Garibaldi, s. XIX)
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: