Ellas, un retrato de las mujeres en el mundo del graffiti, es el nuevo fotolibro de Jeosm. En él hay varios textos sobre el graffiti femenino tanto por parte de otras escritoras de graffiti (Evil76, Mickey, Yolie e Ire) como por parte del fotógrafo neoyorquino Henry Chalfant, el galerista Goyo Villasevil y la historiadora del arte María José Solano. Zenda reproduce a continuación este último.
—¿Has estado aquí otras veces?
—Muchas. Pero nunca llegué tan lejos como a donde vamos hoy.
Arturo Pérez-Reverte, El francotirador paciente.
El primer pitillo sabe a gloria; ayuda a rebajar la adrenalina, que es buena si está controlada. Son mujeres en un mundo de hombres, como siempre, y eso les hace pensar un momento, envueltas en el frío de las primeras horas de la madrugada, en la compañía cálida y segura de ellos. Todas tienen una historia similar en la memoria. No son niñas de ahora ni tampoco flecheras de los 80; a ellas les tocó vivir tal vez la etapa más difícil del graffiti para la mujer; la de la gran decisión.
Eran muy jovencitas en la época analógica, cuando empezaban a bombardear con ellos por las zonas tranquilas del barrio (la noche que salía una chica con la crew no se les ocurría hacer trenes). Aquellos hombres eran para sus ojos admirados unos putos jefes, escritores con clase que permitían su presencia porque eran las reglas del respeto a la mujer. Incluso las animaban a veces a bombardear antes de derrochar el resto de la adrenalina que les quedaba dentro del coche, con los cristales empañados, devorándose los tatuajes y las manchas de plata en la ropa revuelta, poco antes del amanecer.
Fascinadas por aquellos tíos valientes, ni siquiera se habían planteado al principio la soledad, pero casi sin darse cuenta estaban aprendiendo a volar.
Los muros hablan por ti de sentimientos, pensamientos, poses, utopía; hacen que tu trayecto sea feliz. El túnel que atraviesas cada día para cruzar del mundo impuesto al imaginado ahora habla de fortaleza, de valentía de belleza, de arte…
Aquella música aún les late en los oídos. Se ha levantado una suave neblina pero ya casi han llegado. Apagan los faros del coche y paran el motor.
Amazonas urbanas, disparan con una sola mano, pues lo han visto hacer muchas veces, aunque ellas tienen la dificultad añadida de ser mujer, que en todo siempre es más duro. Una mujer sola en la noche perfumada con el aerosol y la adrenalina de lo ilegal sigue siendo el blanco de las alimañas que andan sueltas. Una mujer sola en la noche es un animal exótico que debe andarse con más cuidado aún que el resto de los animales que la pueblan.
En silencio, las mujeres apuran las latas porque no tienen mucho tiempo. Cargan con una nueva creación y ya no acompañan; saben que desde hace tiempo el graffiti irá allá donde ellas vayan.
La oscuridad se ha convertido en un agujero espeso salpicado de luces diminutas parpadeando indescifrables códigos urbanos. Soñolientas y entumecidas, como cargando con piedras en los bolsillos, se separan para adentrarse en el río de la mañana transformadas en una suerte de Virginias Woolf del extrarradio pero vivas, pues el suyo nunca fue un acto de suicidio, sino una rebeldía paciente. Después del último cigarrillo sonríen orgullosas recordando cómo, entre raíles faltos de aire, volvieron a marcar muros, vagones, vidas y apelativos.
—Pero entre estas leonas de barrio hay algunas que también cazamos solas —piensas mientras te alejas de tu crew.
El día ha pasado sigiloso como una culebra detrás de un jurao y solo lo has disfrutado cuando te paraste un rato a recordar aquel destrozo que te parecía magnífico. Miras el cielo sin luna y no te importa, porque sabes que la noche se va a llenar de plata.
Sales sola esta vez, excitada por la promesa de una silver night. Escribir y que perdure, vivirlo en libertad, sin prisas. Nada de reventar carreteras o bombardear. Nada de eso esta noche. Vas a darle color a las calles. Nadie te mira, solo eres una chavala con latas. Como una sombra, cruzas la avenida, las piernas ligeramente flexionadas, el cuerpo en tensión. Allí está, el hueco en la alambrada que tan bien conoces y que atraviesas cuidando de que la sudadera no se te enganche. Sabes lo que te vas a encontrar pero no tienes miedo ni de los juraos, ni de los glogos. Respiras a través del pañuelo que te tapa media cara como una ninja en las calles, ocultando los tatuajes en señal de libertad. Necesitas cubrir tu identidad para poder seguir marcando tu nombre en los sitios más inhóspitos. En ese momento no quieres nada más, solo tal vez que el aerosol fuese de 800 mililitros.
Un coche de policía pasa a lo lejos, pero todo está en silencio y el sonido del spray es música para tus oídos.
Marcas, rellenas, trazas. La calidad ahora prima sobre la velocidad. Tienes un lienzo y todo el tiempo del mundo y sientes que nada te importa cuando estás en acción: de arriba abajo y de izquierda a derecha latiéndote el wild style en las putas venas. Esta semana llevas siete misiones seguidas, pero esta es tu primera pieza. Aún con el sabor del último pitillo en la boca escupes en silencio algunos versos:
Somos guerreras, bombarderas, poetisas, graffiteras musicalizando, escribiendo una nueva era. No pedimos permiso a nadie porque nacimos en combate.
Con las latas en la mano sabes que ahora escribes una historia que merece ser contada. Donde otros ven 10 minutos tú has visto 30 mínimo así que, tranquila, te pones a rayar los 3Ds con la precisión de una hoja afilada. No miras el resultado porque has aprendido a pintar a ciegas, rozando con tu cuerpo el muro, de puntillas sobre las Nike, manteniendo el equilibrio como una bailarina en las cocheras, con la lata en una mano y calibrando el peso de la bolsa en la otra. Como eres mujer, no sólo hay que hacerlo, sino demostrar que además tienes skills.
Recuerdas, sonriendo, tu primera vez en el grupo de ellos:
—No está mal para una chica.
—Pues claro que no está mal, gilipollas.
—Una mujer en las vías. Si pudieran verme ahora —piensas. Pero no piensas mucho más, porque ya no hay nada en la cabeza que no sea tu trabajo. El mundo se reduce a ese trozo de chapa brillante, magnífica, que la noche convierte en una especie de nave espacial donde puedes subir al cielo. Como hacías antes en el muro, trabajas pegada a él, sin ni siquiera alejarte para mirar si todo encaja porque sabes que todo encaja. En tu mente disciplinada donde has imaginado veinte veces este momento; en tus dedos congelados bajo los guantes que aprietan con seguridad la lata está, por unos minutos, el billete de ida a la felicidad.
Una luz sucia se cuela en las cocheras descubiertas del metro; es el amanecer que te avisa de que tienes que terminar. Odias esa maldita luz que anuncia el final y que a veces es peor que un jurao, porque de ella no puedes escabullirte; contra ella no puedes luchar. Recoges y te largas de allí. Respiras aún con dificultad, con el olor de las vías oprimiendo tus pulmones, y lo único que sabes es que necesitas fumar. Te tiembla el cuerpo dolorido por la tensión; te tiemblan las manos al liar el pitillo y sudas bajo la fría neblina del amanecer. Ha sido lo mejor que te ha pasado en la vida; mucho mejor que cuando él te toca antes de hacerte morir de placer. Muchísimo mejor que nada del mundo, porque esto lo has hecho completamente sola. Y te sientes como una puta reina.
Los primeros viajeros somnolientos van llegando despacio al andén, envueltos en sus preocupaciones y sus abrigos. Parecen zombis errantes. Nadie mira a nadie, todos ensimismados en las pantallas de sus móviles. Tú también miras la pantalla, pero por otra razón. Eres la única que espera algo más que un tren o un destino. Eres, aunque nadie lo sabe, un francotirador paciente. Y ahí llega por fin. Tu nombre, escrito en esta noche gloriosa, brilla perfecto y solitario en la chapa del vagón como un tatuaje en el brazo de Dios. Levantas el móvil y disparas aunque maldita la falta que te hace esa foto. Eres una escritora de graffiti y ese vagón, deslizándose como una serpiente por la ciudad, va a contárselo a todos, y tú por fin has comprendido.
Así que era esto: la victoria no es más que cansancio, tabaco y soledad. Maldita sea, pues te gusta. Te gusta mucho.
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Autor: Jeosm. Título: Ellas. Venta: Jeosm.com
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