La historia conjuga siempre una memoria interesada y otra memoria fragmentada entre eclipses y páginas en blanco. No sólo la historia se transmite desde la voz en alto y desde la voz que susurra en defensa propia por lo bajo. También la que concierne a las personas responde a ese laberinto de arcos del triunfo, de sótanos a los que no se baja —ni por la necesidad de hacer las paces con las sombras ni armados con una linterna decididos a iluminar ángulos que se temen— de secretos que se revelan incómodos y de cuyas huellas importa la memoria de otros sobre la nuestra. Todos lo sabemos, lo convenimos, y así nos sigue yendo en este país donde la historia no tiene remiendo sino sietes, ausencias, dobladillos, y mucha biografía al perfil según las exigencias. Un experto en la historia de esas vidas es Juan Urbano, el profesor de Literatura más que de Lengua al que Benjamín Prado convirtió en un descreído detective de novela negra con el toque del sanchismo quijotesco del Plinio de García Pavón, y el don de una memoria literaria amamantada por Carmen Laforet en Mala gente que camina. Urbano no investiga a la americana para resolver un crimen. El tipo sólo cobra por construir biografías por encargo para abrillantar una identidad en huida o deshabitada, aunque resulte que lo que está haciendo es escribir la biografía moral de una España que a su identidad le cambia la chaqueta, el rostro, los forros de los crímenes, del dinero y la corrupción. Y, como en Todo lo carga el diablo, la libertad de las mujeres republicanas de la Institución Libre de Enseñanza que elevaron la igualdad, los sueños y el talento a través del deporte. Es lo que hicieron Ernestina Maenza y Margot Moles en los Juegos de Invierno de Baviera de 1936, medallistas pioneras cuyo vértice fue su suplente, Caridad Santafé. Tres mujeres entre la realidad y sus ficciones moduladas en lo probable, y tres Españas: la de la educación de aquella República creativa y brillante, la que sufrió el ostracismo de la derrota, y la que encumbró su historia a la vez que borraba todo rastro de su falta de ética.
Siempre la mujer en las biografías de Juan Urbano. En sus catorce años de profesión reconocida, por la solvente estilografía literaria de Benjamín Prado, ellas son el latido de sus pesquisas documentales que traman la intriga de eficaz didáctica y de reivindicación de los clásicos las actitudes que descubre, los rastros en los testimonios de otros sobre aquellos a los que recrea el honor o el vacío. Dolores Serna, Alicia Durán, Mónica Grandes, Isabel Escandón, cómplice primordial en esta entrega donde Caridad Santafé será el bello fantasma del que recuperar el testimonio de su historia en primer plano y después proscrita. La mujer símbolo de aquella España en la que se negaron a ser la belleza cliché de los polvos de arroz de Myrurgia y dieron la talla de apellidarse Curie, Kent, Zambrano, Ocampo, Fleming, Villa y otros apellidos vetados del primer plano de la memoria ocupado por los hombres. A ellas, abanderadas del progreso, de la igualdad laboral y de sentimientos, les tocó el ingrato papel de ser las víctimas más injustas a manos de los vencedores y también de los vencidos. Su destino de hijas del aire, su resplandor en la piscina del Pez Volador y en las pistas de jabalina, sus ideales y claudicaciones se desovillan en una urdimbre de la época del mercado clandestino de las vacunas, del matonismo a punta de pistola, del humor vanguardista de Poncela, Neville y Enrique Herreros, de la verdad y su desesperación escrita con una tiza de cera negra. Del vestigio de estos mundos y su envés hace Benjamín Prado la verosimilitud de una novela romántica y galdosiana con ecos de las heroínas del cine de Fassbinder, dejándonos claro que aunque el amor redima la felicidad no es de fiar. Que en toda biografía la identidad en el fondo es una cicatriz entre la memoria y el corazón.
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Autor: Benjamín Prado. Título: Todo lo carga el diablo. Editorial: Alfaguara. Venta: Todostuslibros y Amazon
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