Escribo este texto al salir del cine. Aún me desperezo después de esa hora y media de butaca. He ido a ver la última de Almodóvar, Julieta, una adaptación de tres relatos de Alice Munro. Ese es para mí el principal reclamo de la película, la inabarcable Munro. Sentía una enorme curiosidad por saber cómo se habían ajustado a los noventa minutos proyectados estos tres cuentos: Destino, Pronto y Silencio. Una trilogía en la que se cuenta la vida, tres momentos importantes, de Juliet. Cómo conoce a su pareja, la vejez de sus padres y el abandono de su hija. De su hija a ella. La abandona de un modo total. Las tres historias forman parte de lo recolectado para Escapada (RBA). Si no las habían leído antes lamento el spoiler pero no se preocupen, lo importante en Munro no son los hechos sino las impresiones. Además, ni siquiera he contado el final.
A Alice Munro le dieron el Nobel en 2013 en uno de estos raros casos de puntería fina por parte de la Academia Sueca. La Munro es un animal de la literatura, una bestia de contar las cosas, qué cosas y cómo las cuenta, pero más que de gran dama de las letras la acompañaba un aire, cómo decirlo, de tía Alice. Que era lobo con piel de cordero ya se lo vio Javier Marías y en 2005 le concedió el premio Reino de Redonda, pero fue el Nóbel el que la situó en la estantería planetaria firmando como Munro, el apellido de su primer marido, aunque la tía Alice tuvo dos.
Esta escritora nació en Canadá en 1931 para retratar en sus historias cortas, porque casi toda su producción está compuesta de cuentos y relatos, todo lo raro de lo normal. Todo lo extraño de lo cotidiano. Todo lo fantástico de lo habitual. Alice Munro percibe en el día a día cosas de magia, las capta allá donde otros sólo observan rutina, y deja el encantamiento sellado en sus páginas para nuestro asombro, con sutileza de hechicera lenta. Casi sin que nos demos cuenta.
Hija de una familia de granjeros humildes escribe sobre el entorno rural, la falta de opciones, la represión social y sexual y la desesperación por escapar de unos márgenes que estrechan el campo de visión hasta lo insufrible. En Pronto, Juliet les hace a sus padres un regalo, un cuadro. Lo escoge porque le recuerda a ellos: “En el margen superior del cuadro hay nubes oscuras y, debajo de estas, unas cuantas casas tambaleantes y una iglesia de juguete con su cruz de juguete, apoyadas en la superficie curva de la tierra. Dentro de la curva un hombrecillo […] camina resuelto con una guadaña al hombro, y una mujer, a la misma escala, parece esperarlo; pero cuelga cabeza abajo.’
Juliet,las díficiles relaciones entre madres e hijas
En cuanto a Juliet, bueno. Juliet sufre cierta vergüenza ajena ante lo que considera el estudiado patetismo de su madre. Esta hija refleja a tantas de las hijas que crea Munro. La joven escapó de un entorno claustrofóbico y por ello, o a pesar de ello, rechaza a sus padres con la misma intensidad con la que les quiere y eso desemboca en un semiabandono con alto grado de mala conciencia: “Juliet no había sabido qué contestar. ¿No podría haberlo hecho? ¿Por qué le había resultado tan difícil? Solo tenía que decir “sí”. Para Sara habría significado mucho, y a ella, desde luego, le habría costado muy poco.”
Pero no lo hizo. No respondió Juliet. No pudo responder que sí, que pronto, que claro, que mamá. Juliet regresó a su vida y su madre fue… y se murió. Y todo el sentir de hija de Juliet se tambalea: “Porque lo que sucede en casa es lo que tratamos de proteger, lo mejor que podemos, durante tanto tiempo como sea posible”. Le queda una sensación de esparto en la boca. Y para toda la vida. Porque qué le costaba decir que sí, que mamá, que pronto.
Pero las cosas no son tan fáciles, ¿verdad? Y ahí está Munro para enredarnos bien en las aparentemente sencillas relaciones entre las hijas y las madres. Porque también están los padres, pero Alice Munro a las madres las castiga más. Con mayor complejidad. Con más culpa. Y con una irremediable pátina de derrota. Madres perdedoras.
Cuando la pequeña hija de Juliet crezca practicará un nuevo abandono de la madre. Esta vez completo. Desaparecerá sin más. Con la consecuente desesperación de su mamá. Otra maternidad fatal y otra estirpe de escapada.
2024 y resulta que la excepcional Alice Munro no movió un dedo para proteger y sanar a su hija, quien sufrió abuso de parte de su padrastro, que escribiría ahora esa mujer de tan doloroso acto de parte de una madre hacia su hija, me pregunto.