También hubo un movimiento hippie en la Cuba de la década de los 70. Aunque, como es de imaginar, fue cercenado rápidamente por las autoridades. Zoé Valdés recuerda aquel conato de libertad en su última novela, en la que cuenta las peripecias musicales, políticas y humanas de un grupo de jóvenes habaneros que bailaron al son del —poco conocido— rock cubano.
En este making of Zoé Valdés relata el origen de En La Habana nunca hace frío (Berenice).
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No hubiera querido escribir esta novela, en serio que no. Demasiada aflicción imborrable, aunque lejana en el tiempo. Demasiada proporción de sucesos atribulados, que sabía no debía pasar por alto. Sin embargo, el amor me condujo a hacerlo. Sólo mediante un acto de amor se puede describir el espanto nauseabundo de los totalitarismos, sin amarguras, sin remordimiento, sólo por fe y deseo.
Desde mi sitio podía observar el banco donde Bouvard y Pécuchet, personajes de la novela de Gustave Flaubert, cuyo título es el nombre de los protagonistas, soportaron un calor de 37 grados, en la ciudad que empezaba ya a definirse como haussmaniana; y pensé en la luz que irradió de ese banco la noche en la que otro escritor español y yo nos referíamos a Flaubert como si hubiera sido un hermano mayor perdido durante una guerra. El misterio tiene sus ternuras, se debe mimarlas. La vida es una novela, escribió Marcel Proust, otro con el que me encariñé desde el primer día en que posé mis pupilas en aquella frase tan definitiva: Longtemps, je me suis couché de bonne heure… Que si en francés suena muy referencial, no quiere decir más que, de forma armoniosamente sencilla: Durante largo tiempo, me acosté temprano…
Esa frase, esos pensamientos entretejidos, el lugar, el amor maduro, la creencia en algo majestuoso en aquel instante y el recuerdo imborrable de tres muchachas habaneras cuyo único afán era vivir y oír una música distinta, aquella que oía el resto del mundo en los años setenta, y la que nos prohibieron, fueron los factores que decidieron que pusiera manos a la obra e iniciara la escritura —otra vez sin remedio— que culminaría en novela, titulada no sin titubeos En La Habana nunca hace frío, y que la estrenara con otra frase vibrante: “No hay nada más real que lo imaginado”… Sí, porque debiéramos saber siempre cómo empezar una historia, aunque no sepamos cómo termina. No obstante, en este caso, yo conocía el final, oh, cuánto, y eso constituía el mayor pesar, lo que durante décadas me contrajo al empequeñecimiento, a no atreverme a contar una desolación tan personal.
Lo difícil fue precisamente eso, convertir lo íntimo dañado en ficción, y que la ficción me devolviera la verdad, el esplendor de la razón, la explicación tanto buscada acerca de aquellos acontecimientos que durante mucho tiempo nos desvelaron y atormentaron, en fin, la alegría que sólo da el hallazgo.
La literatura no es alivio, ni mucho menos remedio. La literatura es abrir una llaga, hurgar en ella, extraer sentimientos y palabras de ese anegado pozo, sobre todo exprimirle palabras, y sellar la herida con la pócima de lo narrado. Podrá sentirse después uno mejor o peor, no es tan importante, lo verdaderamente importante es que por fin el escritor lo ha logrado, ha terminado su historia, y con la entrega queda ya entonces como una leyenda colectiva, que habiéndolo sido en la realidad, se difuminaba —sólo en mí— como altercado o controversia individual.
Entonces nos sentíamos semidioses —de eso trata esta novela—, aguerridos, sólo por buscar la belleza, valientes y capaces, al sacrificar todo por conquistar un sonido diferente, por dominar un compás que se nos escapaba, y que, al luchar por atraparlo para anidarlo en nuestros corazones, nos transformó en indomables destellos al pairo.
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Autora: Zoé Valdés. Título: En La Habana nunca hace frío. Editorial: Berenice. Venta: Todostuslibros.
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