Otro veintiocho de diciembre, el de 1922, hoy hace justo cien años, Manhattan ve nacer a un niño, hijo de un matrimonio de emigrantes hebreos de origen rumano, destinado a ser todo un artífice de una buena parte de la cultura popular de su tiempo y el nuestro: un historietista prominente en los días en que el cómic —en la España de 1922 aún el tebeo— se dignifique con el último puesto en la numeración de las artes. Será mucha, e indiscutible, la aportación del recién nacido al Noveno Arte. Será, además, cuando las viñetas, en la obra de artistas como Roy Lichtenstein, pasen de las más gratas lecturas infantiles a las pinacotecas más reputadas.
Hijo de un sastre —como el gran Hergé, dicho sea de paso— la niñez de Stan será bastante feliz, máxime considerando lo desdichadas que fueron otras tantas infancias vividas en los años de la Gran Depresión. Aunque su padre hizo menos trajes a partir de 1929, a los hermanos Lieber, crecidos en el Bronx, no les faltaron ni lecturas ni películas, especialmente las protagonizadas por Errol Flynn, recordará nuestro hombre.
De las historias descubiertas entonces, en los libros y en la pantalla, fue naciendo la curiosa propensión al mito del futuro renovador del cómic estadounidense, renovación que llegará justo en la Edad de Plata de la historieta norteamericana (1956-1970). En Europa, más dada a la bande dessinée —la queridísima historieta franco-belga que va de Tintín a los Humanoides Asociados— e incluso al fumetti italiano —de Hugo Pratt y su Corto Maltés a Guido Crepax y su Valentina—, la eclosión de los superhéroes de la Marvel será muy posterior, ya a comienzos del siglo XXI, nuestro tiempo.
Habiéndose desempeñado en varios oficios, Stan Lee aún será un adolescente, con los estudios secundarios recién terminados, cuando empiece a redactar noticias necrológicas y comunicados de prensa en algunos medios locales. Ése será su primer contacto con la escritura profesional. Lo suyo siempre será el guión y la editorial, sin olvidar las célebres sinopsis que entregará a sus colaboradores con las instrucciones precisas de las historias y los personajes que irá elucubrando con el tiempo.
Cuando llegue a Timley Comics —una pequeña editorial de su primo Martin Goodman—, Stan Lee será un joven de veinte años deseoso de escribir novelas de aventuras como las de Robert Louis Stevenson, Arthur Conan Doyle o Edgar Rice Burroughs. Él mismo será el primero en considerar la historieta un arte menor, ni siquiera un arte. Por eso firmará su primera colaboración —un par de páginas del Capitán América— con el seudónimo que habrá de hacer historia. Cuando muera en 2018, tras una vida feliz y provechosa dedicada al cómic y, ya en su tramo final a la producción cinematográfica —fue el principal impulsor del superheroísmo, uno de los géneros que gozan de más vitalidad en nuestros días—, Stanley Martin Lieber habrá cambiado su nombre legalmente por el seudónimo que adoptó para firmar aquellas primeras viñetas.
En 1960, en los días de la Timley, el joven Lieber aún se avergonzará del cómic. Trabajará principalmente con Joe Simon y Jack Kirby. Cuando estos abandonen la pequeña editorial, estará a punto de seguir sus pasos. Pero una sublime iluminación, su momento estelar, le llevará a escuchar el consejo de su mujer y hacerse cargo de la casa para crear en ella el cómic que le interesa. En su caso hablar de un editor sin más será poco decir. Spider-Man (1962) quedará como la primera de sus creaciones. Un año antes, habrá discurrido toda una renovación de los superhéroes, remontándose a sus orígenes. Conservarán sus poderes, pero también serán neuróticos y todos tendrán su talón de Aquiles. Al cabo, una humanización de la mitología tan inopinada como la numeración del cómic entre las artes. Igualmente, Lee concebirá otros nuevos paladines de la humanidad entera y, además, políticamente correctos: X-Men, Iron Man, Thor, el Doctor Strange, Daredevil, los Cuatro Fantásticos, el increíble Hulk, los Vengadores…
En efecto, la aportación de Stan Lee a la Edad de Plata del cómic estadounidense será copiosa. Consciente de que dotar de un pasado a sus protagonistas e interrelacionarlos entre ellos será fundamental para la creación de un universo común, no dudará en hacerlo. Así se escribe la historia.
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