Otro 14 de febrero, el de 1978, hace hoy 46 años, la catarsis punk, que ha sido el mayor revulsivo que ha conocido el rock en sus más de dos décadas de historia, tiene revolucionada la escena musical. Los Sex Pistols claman contra los “aburridos” del rock sinfónico. Y no les falta razón si consideramos a donde mandó Chuck Berry, el gran Chuck Berry —legendario precursor del rock & roll de guitarra—, a Beethoven y Tchaikovski en su Roll Over Beethoven (1956) —una de las canciones fundacionales— y esa querencia por la música sinfónica de algunas de las grandes bandas del momento, desde Yes hasta Supertamp. “No hay futuro” sostienen los punkis, quienes, en aquella primera coyuntura, parecen estar representados únicamente por los Pistols. Mucho más discretos, y mucho más consistentes y dotados musicalmente, la banda estadounidense Ramones, es un mejor ejemplo del punk rock, que tendrá en The Clash, los Clash del London Calling (1979), su máximo exponente. Será Neil Young quien responda a Johnny Rotten, el vocalista de los Pistols, desde el otro lado del Atlántico. “El rock & roll, nunca podrá morir”, afirmará el canadiense al entonar Hey, Hey, My My (Into the Black) durante un concierto celebrado en el Cow Palace de Dale Cuty (California) el 22 de octubre de 1978. En uno de los versos, en los que especula sobre la ventaja de quemarse antes que desvanecerse, Young aludirá directamente a Rotten.
¡Claro que hay futuro! El rock —al que los americanos como Neil Young siempre llaman “rock & roll”— tiene tanto futuro como todas las bandas que todavía habrán de animarlo hasta su inexorable declinar al final del siglo XX. Una de esas formaciones nació aquel 14 de febrero de 1978, en una antigua capilla londinense de Basing Street, en Notting Hill. Reconvertida en unos estudios de grabación en 1969, el día de los enamorados de nueve años después vio llegar a los hermanos Knopfler —Mark y David—, John Illsley y Pick Withers a grabar su primer álbum, producido por Muff Winwood. Los Dire Straits, nombre de la formación que también será el título de su primer registro, han dejado de ser una de esas bandas, poco más que diletantes, que amenizaban la velada en los pubs londinenses, para empezar a convertirse en una de las principales referencias del rock más próximo al pop de los años venideros.
Los Knopfler a las guitarras, Illsley al bajo y Withers a la batería se disponen a grabar una de sus dos obras maestras —la segunda llegará en 1985, con el título de Brothers in Arms—, pero también a inaugurar una parte fundamental de la banda sonora de la década siguiente. Esa proximidad al pop hará del suyo uno de esos repertorios que suenan a todas horas, en todas las partes, durante los años venideros, hasta que en 1991 Dire Straits se despida entre aplausos, y entre el eterno deseo de reunificación de la banda por parte de sus más fanáticos. Aunque muy compartimentado —las tribus urbanas surgidas en torno a él conocerán entonces su máximo apogeo—, el rock de los años 80 también es lo bastante ecléctico como para que pueda acercarse a él cualquiera. Con el correr del tiempo, cuando lleguen las playlist, el repertorio de Dire Straits —Romeo & Juliet, So Far Away, Money For Nothing…— será de inclusión obligada en la banda sonora de aquella época. Ya sea una u otra la música que más específica e íntimamente conmueva a cada uno, todo el mundo escuchará a Dire Straits en los establecimientos públicos, especialmente en los bares de copas.
Los de entonces, la gente de los años 80 —el tiempo de esta formación londinense, aunque su primer álbum sea puesto a la venta el nueve de junio del 78—, ya no serán los mismos. Como poco, serán mucho más viejos. Sus gustos musicales habrán cambiado. Pero seguro que al volver a escuchar Sultans of Swing se recuerdan a sí mismos en los días en que ese repertorio de la banda —Tunnel of Love, Brothers in Arms, Your Latest Trick…— se oía a todas horas en todas partes. Fueron las noches en que el encanto de las camareras que los atendían convirtió en lugares de culto —y en un fenómeno sociológico— a los bares de copas; los walkmans hicieron que se empezase a correr escuchando música por la calle, y la industria del disco puso en marcha la comercialización de sus álbumes en un nuevo formato: el CD. El rock fue una de las primeras manifestaciones culturales —si no la primera— que se adelantó a esa era digital que acabaría arramblando con todo. Brothers in Arms sería el primer álbum que vendió un millón de copias en CD.
Todo eso empezó un día de los enamorados como el de hoy. Mark Knopfler, que no tardará en descubrirse como uno de los grandes guitarristas de la historia del Rock —algunos lo incluyen en las mismas nóminas que a Jimi Hendrix, Jimmy Page o Eric Clapton— en esta ocasión se valdrá de dos Fender Stratocaster, la guitarra por antonomasia del rock. Entre los nueve cortes que integrarán el elepé original —se excluirá una versión de Nadine, del gran Chuck Berry— encontrará lugares para hacerse notar con sus arpegios —tocados con las uñas; esto es, sin púa— y sus riffs.
«Down to the Waterline», «Water of Love», «Setting Me Up»… son varias las piezas incluidas que parecen estar llamadas a perdurar. Pero la que ha de hacer historia es «Sultans of Swing». Mark Knopfler la escribió en recuerdo de una banda de jazz, (swing), con la que coincidió en ese circuito de las formaciones, aún diletantes, que ya han dejado atrás. El tiempo de aquella banda, ya hacía mucho que había quedado en la distancia. Casi tan lejos como resulta ahora el tiempo de Dire Straits, los sultanes del swing de los años 80 que, entre aplausos y deseos de regreso por parte de los fanáticos, en 1991 nos dijeron inexorablemente adiós.
Uñas? Mark toca con los dedos. Que manera tan pobre de resumir la carrera de esta banda..y te quedas tan ancho.
Simplemente: fue el 9 de octubre de 1992, en el Estadio de La Romareda, Zaragoza, cuando el nombre de Dire Straits, pasó a ser eterno.
Cuando he leído 1991 se me han saltado los ojos, yo estuve en el penúltimo, el 6 de octubre del 1992 en Las Ventas. ¿Sabes porque aprendido a tocar sin púa?