Siglo de Oro, siglo de godos
«¿No juntaron las orillas de este mundo con el nuevo?»
Quevedo
La historia siempre anuda a su parecer y en su propio beneficio las cuerdas de la verdad. Que entender nuestro pasado es dialogar con el presente es una máxima que cada vez hace más falta recordar en este mundo inmediato, relativo y agonizantemente sincrónico, en el que la búsqueda identitaria belicista supone el olvido real de la propia identidad.
Adrián J. Sáez, «supernova filológico», en palabras del poeta Luis Alberto de Cuenca, nos permite calibrar este proceso y realiza un recorrido sublime por la historia del mito cultural en su Godos de papel: Identidad nacional y reescritura en el Siglo de Oro (editorial Cátedra). A lo sesudo del tema en cuestión favorece la prosa ligera y divertida del apasionado filólogo, cuyo ensayo incide especialmente en la paradoja que supone el pensar que el término “nación” se aferra tanto al presente como a la antigüedad. Al tiempo, debemos tener en cuenta la diferencia entre la nación, la identidad estructural, simbólica y sentimental, frente a su prolongación ideológica, mucho más moderna (siglo XVIII) que llamamos nacionalismo.
J. Sáez mueve su estudio entre el vector temporal de los godos y el Siglo de Oro, gran momento de consolidación de la identidad española de acuerdo con el desarrollo de un imaginario propio a partir del reinado de los Reyes Católicos y Carlos V; y lo hace porque privilegia la literatura como conformante de un nosotros ya que, en sus palabras, «los godos de papel son la piedra de toque de la construcción de la identidad nacional».
Durante el Siglo de Oro, tras la reforma propuesta por el conde-duque de Olivares —la llamada Unión de Armas— se apuesta decididamente por una unidad nacional sujeta sin duda al ideal patriótico. Fuese o no simbólico este acercamiento, lo cierto es que supuso la consolidación de una unidad lingüística y cierto reconocimiento territorial y político.
Con origen en Escandinavia, los godos —aquellos que partieron de la península de Gotia— no eran sino un pueblo emigrante que, pasando por las tierras bálticas, después por Ucrania y el oriente del Imperio Romano en el siglo III, sobrepasan nuestras fronteras para acabar luchando contra vándalos y alanos, asentándose en Toledo tras varias décadas de migraciones y buscando la creación de una unidad política y jurídica. Con Recaredo (559-601), la paz llega simbolizada en la conversión de todos los godos al catolicismo y unificando, así, todo el reino visigótico que estaba dividido de la Hispania romana. Sin embargo, la invasión árabe acabaría con el reino (ya desmembrado tras la muerte del monarca y los problemas religiosos), con las salvedades de los reductos norteños en la Reconquista y haría nacer el espíritu legendario de sus desaparecidos integrantes.
El período de Reconquista buscaría, así, ese reino perdido como feliz estampa de tiempos mejores. Como símbolo de la superación romana pero también de hibridación y mezcolanza y de potencial político-religioso, el mito gótico se estableció como parte del método para evitar el período musulmán y entroncar el espíritu hispánico con la nobleza y la limpieza de sangre. El procedimiento de retorcimiento nacionalista no varía con los siglos.
La literatura gótica ha ido resurgiendo según las épocas a propósito de muchas y variadas situaciones: la Reconquista, el Siglo de Oro, el Romanticismo o el Franquismo se han valido del mito de los godos para propiciar una relectura en clave nacional, política, identitaria, cultural o simbólica.
En este proceso de gotificación, J. Sáez alude a tres períodos:
- Lo que llama «goticismo tradicional» (siglos IX-X) en el que se busca la propaganda de la Reconquista.
- Un interés creciente de lo gótico para definir la identidad hispánica en los siglos XIII y XIV.
- Una búsqueda en la equivalencia entre el presente español y los godos en los siglos XV-XVIII con auge creciente en textos literarios y en el imaginario popular.
Lo que es indudable es el carácter mixto del español, en ningún caso inmutable en el tiempo sino constantemente heredero. Esta consolidación idiosincrática no está exenta de turbulencias, desde que Ortega y Gasset llamara a los godos «germanos alcoholizados de romanismo» en su España invertebrada (1922) hasta la polémica entre Castro y Sánchez Albornoz a propósito de la identidad nacional.
Interesa el siglo dorado porque en él empiezan a discutirse y a fijar ciertas reglas que caracterizan el discurso historiográfico y, por ende, la consolidación del relato patriótico. El pasado gótico, de esta manera, se enarbola como bandera de la unidad sociopolítica y la historia nacional común. Así, desde el siglo XVI tenemos constancia del uso de “español” como aquel que pertenece a la suma de los reinos de España, en donde la lengua siempre supuso un factor de unión entre las tierras.
El repertorio a analizar por Adrián J. Sáez comprende desde las historias puramente “oficiales” hasta el relato literario y textos variados escritos por clérigos, teólogos, eruditos etc. Hay godos que la historiografía trata con cierto tufo maniqueo, como en todo: desde las hermanitas de la caridad como el divino Wamba o el converso Recaredo hasta la tiranía de Witiza, vicioso y cruel, y por supuesto, la leyenda de Pelayo. Este último emerge como máximo representante del carácter hispánico, interpretado como heredero del espíritu gótico (por su padre Favila) cuya sangre correría hasta los Felipes pero que, por otro lado, ha sido considerado iniciador de la monarquía astur-leonesa y por tanto el referente del espíritu “verdaderamente español”, baluarte del héroe perfecto. Es tan importante que la adopción de una u otra variante convertiría a los godos en españoles de facto, por el silogismo de que si don Pelayo es el «primero rey de España» según afirmara Juan de Mariana a inicios del XVII, y es este godo de cabo a rabo, son los godos, por tanto, españoles sin ambages.
El caso de los godos es un ejemplo singular de cómo no solo la historiografía sino la literatura permite forjar los valores apologéticos de lo nacional, especialmente durante nuestro Siglo de Oro. Es aquí donde radica el mayor aporte que el profesor J. Sáez realiza con su obra: estos “godos de papel” nos permiten viajar a los puntos de vista de Cervantes, Salazar, Guevara, Lope, Calderón y Quevedo.
En el autor del Quijote, los godos son pocos pero representativos, porque celebran la gloria del período, sirven de lección de gobierno y no quedan exentos del característico humor cervantino. Motivados por el pasado histórico de la ciudad de Toledo, Lope y Calderón lo abordan en distintos textos y con distintas posturas, a sabiendas de que para Calderón el problema nacional tenía importancia marginal y para Lope un carácter primordial (como recuerda el gran biógrafo lopesco Antonio Sánchez Jiménez). En el caso de Quevedo, se adopta una simbología polivalente encauzada en distintos metros, siempre en constante reescritura del mito como modelo político y ético.
La conciencia de un sentir nacional, de una gnosis de identidad de grupo, comienza a cobrar fuerza en nuestro pasado medieval y toma empaque, como se demuestra, en el Siglo de Oro, gracias a la creación de un imaginario en el que destaca el mito neogótico. Es, probablemente, el período histórico crítico para la consolidación de una identidad nacional, de una, en sí, idea de España. Con su nombre propio, sus fronteras delimitadas (en nombre de la que se derramaba la sangre de sus soldados), su cultura, su imaginario y leyendas, España uniforma sus componentes simbólicos entre los que destaca este mito, brújula en el mar de las leyendas, la historia, y la creación artística y literaria. Las leyendas siempre sobrevuelan sobre la verdad de las cosas.
Al profesor J. Sáez debemos esta apuesta por los godos como seña de identidad nacional, paradigma de lo simbólico en la literatura, sita en la médula espinal de la idea de España, siempre en la búsqueda del modelo identitario perfecto, pero en constante mixtura.
Bien pudiéramos aprender de esa postura sincrética que repasa con erudición el profesor J. Sáez, para entender que los godos no son sino un ejemplo más de que siglo de godos, Siglo de Oro, siglo de ahora. Que el hoy es, en suma, un rosario de ayeres. Vamos, que de aquellos polvos, estos lodos. O godos.
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Autor: Adrián J. Sáez. Título: Godos de papel. Editorial: Cátedra. Venta: Todostuslibros y Amazon
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