La palabra competir proviene del latín competere, que originalmente significaba «esforzarse juntos» o «dirigirse hacia un lugar común». En su raíz etimológica reside la idea de alcanzar un objetivo, siempre mayestático, ya sea en compañía o en confrontación con otros, para luego brindarlo a la comunidad y convertirlo en una fuente de virtud e inspiración. En el libro V de la Eneida, Virgilio se adentra en la gran competición celebrada en Sicilia, en honor de Anquises, el padre fallecido de Eneas, con carreras de barcos y a pie, combates de boxeo y una exhibición ecuestre. La excelencia en el combate deportivo será, pues, una elegía que protegerá al ciudadano frente al desánimo y el afán destructivo que alimenta el individualismo. Porque la competición, al igual que el mejor drama teatral, debía ser un espejo que reflejase colectivamente la virtud. Derrotar al enemigo es secundario, tanto como lo es celebrar los premios materiales, los cuales se evaporan en las manos del atleta. El honor y la memoria de los seres queridos superan la gloria personal, ya que, en el fragor de la competición, esa danza intestinal y poética que es el juego, los participantes cultivan la piedad, asumen el valor del liderazgo y exaltan la solidaridad como el germen de la nueva patria.
En algún momento de la historia, la palabra competir adquirió un sentido violento, quizás lascivo. El atleta dejó de ser un emblema para convertirse en acumulador de logros, en un triturador de tiempos y espacios, de cuyo pedestal cuelgan las falsas virtudes del materialismo. Imposible es evitar, como sugería Nietzsche, la alienación de quienes malvenden su excelencia a organizaciones que dosifican la emoción. La brillante nueva novela del escritor chileno Diego Zúñiga (Iquique, 1987), Tierra de campeones, es el ejemplo de cómo la épica de la competición y la pureza de sus protagonistas son compatibles, hasta el punto de cohabitar en ese espacio, a veces yermo, donde lo colectivo y la pasión individual se nutren de la misma fuente.
En la región chilena de Iquique, Martínez, más conocido como el Chungungo, es convocado para representar a su país en el campeonato mundial de pesca submarina. Dotado de una capacidad extraordinaria para desentrañar las cavidades del mar, y para repeler la intemperie en sus boscosos corredores, Martínez se enfrenta al dilema de abandonar una vida en comunidad, construida con insondables certezas frente al pasado, y convertirse en una gloria nacional, un emblema del deporte a la altura de sus grandes ídolos. Concluyen los años 60, y el gobierno de Salvador Allende representa el cambio, el esperado punto de inflexión para las clases populares. Obreros, pescadores y artistas se ven, por fin, reflejados en los hacedores del poder.
Solo una historia épica, como la de Chungungo Martínez, podía suceder en la mar, en sus pausadas profundidades, flanqueado por una fauna dispuesta al sacrificio. Lejos en el tiempo de Anquises, pero cerca, muy cerca, de su hermano Luchito, de Riquelme y su familia, del sentimiento fraternal que amuralla a los pescadores que pueblan las caletas de Chile. El mar es refugio y Olimpo. O, en palabras de Vicente Huidobro:
Yo soy el que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.El dueño de la mano deliciosa
que era más bello que la mariposa
y más que el sol terrible, pues de todos
los caminos del sueño fui el dios único
y mi verbo el estallido del mar
sobre la luna que cae deslumbrada
porque nunca he buscado a la verdad
ni me ha importado el nombre de las cosas
y he vivido tan sólo por la música
que fluye del pincel y la palabra.
Al igual que los personajes de Virgilio, que navegan entre la gloria personal y la responsabilidad colectiva, la historia del Chungungo Martínez es la crónica de cómo la pasión individual y el compromiso comunitario pueden coexistir y nutrirse mutuamente. Apoyada en la literatura de Diego Zúñiga, que es fluvial e hipnótica, y arraigada a la tierra como la mirada de unos personajes que disciernen calladamente sus destinos, Tierra de campeones exhibe un vigor narrativo extraordinario. Con su atmósfera llena de niebla y madrugada, a veces anchurosa como las crónicas del maestro contemporáneo Juan Gabriel Vásquez, vibrante y pura como los juegos de Eneas, esta poderosa novela demuestra que algunos héroes, azorados por el humo del abismo, merecieron nadar nuevamente en las calles de Chile.
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Autor: Diego Zúñiga. Título: Tierra de campeones. Editorial: Random House. Venta: Todos tus libros.
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