Fue un artista libre y, pese a trabajar paralelamente a los movimientos vanguardistas que se sucedieron en la poesía de la primera mitad del siglo XX, buena parte de su trabajo siguió anclada en unos códigos más tradicionales. Hoy reproduzco Nadie, ni siquiera la lluvia, de E. E. Cummings.
Nadie, ni siquiera la lluvia, de E. E. Cummings
En algún lugar al que nunca he viajado,
felizmente más allá de toda experiencia,
tus ojos tienen su silencio:
En tu gesto más frágil hay cosas que me encierran
o que no puedo tocar porque están demasiado cerca.
Con una ligera mirada me liberas.
Aunque me haya cerrado como un puño,
siempre abres, pétalo a pétalo, mi ser,
como la primavera abre con misteriosa destreza su primera rosa.
O si deseas cerrarme, yo y
mi vida nos cerraremos muy hermosa y súbitamente,
como cuando el corazón de esta flor imagina
la nieve cayendo cuidadosamente por doquier.
Nada que hayamos de percibir en este mundo iguala
la fuerza de tu intensa fragilidad, cuya textura
me somete con el color de sus campos,
retornando a la muerte y la eternidad con cada respiro.
(Ignoro tu destreza para cerrar y abrir,
solo algo en mí entiende
que la voz de tus ojos es más profunda que todas las rosas)
Nadie, ni siquiera la lluvia tiene manos tan pequeñas.
A pesar de su importancia, no he conseguido una biografía seria y extensa de este autor. El poema es bellísimo, dirigido a su hija recién nacida, irónicamente se dedica como poema de amor pasional.