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Namibia, de José Luis Espina Suárez

Namibia, de José Luis Espina Suárez

El subtítulo de este libro define su contenido: “Apuntes ilustrados de un cuaderno de viajes”. Así pues, estamos ante un viaje —a Namibia— contado en un cuaderno. El resultado es un volumen que recupera la tradición de los libros de viajes ilustrados. Además, cuenta con un prólogo de Antonio Iturbe.

En Zenda reproducimos los dos primeros capítulos de Namibia. Apuntes ilustrados de un cuaderno de viajes (Àfriques), de José Luis Espina Suárez.

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LA REPRESENTACIÓN DEL MUNDO

Al final del pasillo de madera, donde colgaba el cuadro de un ángel alado custodiando a unos niños, se llegaba a la habitación desde la que se veía un campo de maíz y unas colmenas de abejas. Las dos camas de roble, con cabezales labrados dibujando la forma de un trisquel, estaban separadas por una mesilla de noche en la que alumbraba una lámpara con una bombilla de 125 watios.

Mi representación del mundo empieza en el cajón de esa mesita en casa de los abuelos. En su interior, configurando el guion engañoso de unos paisajes desconocidos, se apilaban los tebeos con los que me reencontraba cada vez que viajábamos al pueblo.

África eran las historias de Tarzán, inspiradas en el personaje de Edgar R. Burroughs; Arabia, un lugar remoto en tiempo de las Cruzadas, patria de los sarracenos que se enfrentaban al Capitán Trueno de Víctor Mora; Corea era el campo de batalla del Sargento Gorila, el soldado inextinguible de las Hazañas Bélicas guionizadas por Eugenio Sotillos con dibujos de Alan Doyer.

Nuestros imaginarios llegaban de la ficción, el terreno más prolífico para hacer de lo desconocido un lugar a la medida de nuestras expectativas.

El Tarzán de Burroughs saltaba de liana en liana alertando con gritos que atravesaban la selva del Congo. La vegetación era una intrincada maraña de árboles, hábitat de chimpancés y belicosas tribus de rostros pintarrajeados y cabezas adornadas con abalorios de colores. Así se resumía un continente.

Ese reduccionismo ayudaba a hacer de lo ignoto un lugar cercano en aquellos años de infancia. El riesgo era eternizarlo en el tiempo, que la comprensión de los otros siguiese ese patrón infantil, que por la comodidad de evitar contradicciones y acomodar el mundo a nuestro ideario las cosas que nos rodean siguieran siendo una ficción inalterable.

Tarzán no era África, ni Corea el Sargento Gorila. Tampoco los árabes surcaban los mares blandiendo cimitarras contra capitanes trueno sacados de un tebeo.

En el viaje está la necesidad de entender. Hacerlas maletas no para descubrir lo otro, sino ponerse en marcha para descubrirse a uno mismo.

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AEROPUERTOS Y DIOSES

No hay gente fea ni pobre en los aeropuertos. Hay gente extravagante, exótica, gente con prisa, que habla idiomas, uno por lo menos, gente con gorras de beisbol o con sombreros de paja, gente que mientras espera se duerme en los bancos, aunque no sean pobres, y gente que lee o teclea en los teléfonos móviles o en ordenadores portátiles, porque ya nadie lee periódicos en los aeropuertos.

También hay gente que se para frente a los paneles informativos y las pantallas publicitarias. Hay gente que va con el equipaje a la espalda o arrastrando maletas tiradas por un asa desplegable. Las tiendas, los restaurantes, los bares, los lavabos públicos, las escaleras, todo está pensado para gente con prisa.

En los aeropuertos la gente espera para embarcar o llega embarcada. En las terminales hay gente de todo tipo, menos feos y pobres. A toda esa gente me gusta mirarla, fotografiarla con discreción o dibujarla mientras esperamos a perdernos por una puerta de embarque.

En los vestíbulos y en los pasillos infinitos somos todos individuos con destino a una extinción inmediata, al olvido. Miles de personas cruzando frente a nosotros que ni siquiera tendrán la categoría de recuerdos en nuestra mente. Por eso los dibujo, para que alguno, al cabo de los años, despierte en mí la curiosidad de preguntarme quién sería esa persona que ahora me asalta desde las hojas de un cuaderno.

La terminal del aeropuerto de Doha es un mundo flotante ajeno a cualquier otro mundo, un planeta artificial de esa galaxia de hubs donde habitamos por horas. Una escultura de cartón piedra se eleva por encima de la segunda planta imitando al árbol de la vida. Conecta una alfombra de césped sintético con un cielo convertido en bóveda de cristal que alberga tiendas de lujo y un jardín con trinos de pájaros que emergen de altavoces escondidos entre las plantas.

En la cola de embarque con destino a Windhoek espera un sacerdote negro con alzacuello, una musulmana con el niqab cubriéndole el rostro empuja un carro portamaletas acompañada de dos niños, una mujer camina con un Niño Jesús de barro en los brazos al que le han enfundado unos leotardos azules y un jersey de lana, un hombre espera absorto en las páginas de un libro, una joven sigue con los pies el ritmo de la música que escucha en unos auriculares.

En los pliegues de una sotana, en la invisibilidad de un niqab, en la corona de latón de un Cristo de barro, en una historia escrita o en las notas de una canción, todos tienen su dios y todos los dioses tienen su lugar bajo el cielo de cristal del aeropuerto de Doha.

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Autor: José Luis Espina Suárez. Título: Namibia. Apuntes ilustrados de un cuaderno de viajes. Editorial: Àfriques. Venta: Todostuslibros.

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